martes. 16.04.2024
argelia
Presidente Bouteflika.

El malestar que aumenta día a día en Argelia va más allá del rechazo a un líder. Es el reflejo del hartazgo social y de la expresión al fin desencadenada de una nueva generación que ya no puede ser engañada o intimidada por los dos grandes fenómenos socio-políticos de la historia argelina

Argelia vive días de fuerte agitación social. La decisión del presidente Bouteflika de optar electoralmente a un quinto mandato ha encendido las calles de la capital y de otras ciudades importantes del país. El jefe del estado está internado en un hospital de Ginebra, tras un accidente vascular cerebral que lo tiene postrado. Se trata de un presidente fantasmal, que ni aparece en público ni ejerce muchas de las funciones de su cargo. No exactamente una marioneta, pero sí una figura puramente referencial de un entramado de poder cada vez más cerrado sobre sí mismo. La juventud protagoniza las protestas, hartas de un sistema agotado, sostenido por la vigilancia policial, la tutela militar y la corrupción de los cuadros dirigentes (1). 

La primavera árabe pasó por Argelia como un soplo apenas perceptible. Desde luego, hubo revueltas, protestas en las calles y un cierto desafío para el poder. Pero Bouteflika, entonces en la mitad de su tercer mandato, maniobró con habilidad para desactivar el peligro que alertó al régimen. Contrariamente a lo que ocurrió en Túnez o Libia, el régimen argelino superó la prueba de la indignación con pocos daños (2). Como Marruecos... mutatis mutandis.

El malestar que aumenta día a día en Argelia va más allá del rechazo a un líder. Es el reflejo del hartazgo social y de la expresión al fin desencadenada de una nueva generación que ya no puede ser engañada o intimidada por los dos grandes fenómenos socio-políticos de la historia argelina como país soberano: la guerra de liberación nacional e independencia (1954-1962) y la guerra contra el islamismo extremista en la década de los noventa (3).

UNA PROLONGADA DESLEGITIMACIÓN 

Durante más de treinta años, la legitimidad del régimen argelino se basó en la epopeya anticolonial.  Fiereza y orgullo de un pueblo que sus dirigentes interpretaron en su beneficio, no sólo político, sino también en forma de lucro personal y privilegios blindados. Los tres pilares del sistema eran -y son- las fuerzas armadas, el aparato policial y de inteligencia y los altos funcionarios civiles, atrincherados en la gestión de los recursos energéticos, la gran riqueza nacional.

En el otoño de 1988, una revuelta popular y espontánea por el alza de los precios de los productos de primera necesidad comprometió la estabilidad del régimen. La gente seguía teniendo miedo, pero el hambre fue una pulsión más poderosa. La desestabilización provocó dudas en el sistema. La oposición política, atenazada y siempre sumisa o débil, no supo o no pudo generar una alternativa. Fueron los contestarios religiosos, hasta entonces tan controlados por el poder como el resto de las fuerzas periféricas al sistema, quienes convirtieron el malestar social en expresión política.

En diciembre de 1991, los islamistas, dominados por sectores rupturistas, vencieron en la primera vuelta de las elecciones legislativas. Todo el mundo dio por hecho que, semanas después, confirmarían su victoria y estarían en condiciones de plantear una seria lucha por el poder real. El régimen se alarmó y, tras unos días de vacilación, decidió poner fin a la apertura forzada por la revuelta de 1988: suspendió la segunda vuelta electoral y se replegó sobre si mismo. En ese proceso le acompañó buena parte de la oposición, que temía más la irrupción islámica que la prolongación del autoritarismo institucional. 

Para tapar el fiasco electoral, y mientras se preparaban para la guerra, los militares acudieron a un veterano de la independencia y luego exilado disidente, Mohamed Budiaf, figura respetada pero sin base alguna de poder, puro instrumento de una apariencia civil, si no democrática. El intento fracasó dramáticamente, con el asesinato del escogido, obra de uno de sus guardaespaldas, nunca se supo si incitado o dirigido desde el propio sistema.  

EL ESPANTO DE LA GUERRA CIVIL 

La interrupción del proceso democrático provocó una guerra civil pavorosa. Para los islamistas, nunca convencidos de la vía democrática para hacer valer su modelo social, la decisión del régimen fue la demostración de que debían combatir a sangre y cuchillo. Se inició entonces un desafío terrorista desesperado, que fue replicado por una represión brutal, sin escrúpulos ni garantías. 

La guerra de los noventa dejó 200.000 muertos, millones de desplazados, ruina económica, desestructuración social y profundo resentimiento. El régimen se militarizó aún más y la vida política quedó, más que nunca, bajo vigilancia policial. El partido de la liberación, el oficialista FLN, quedó desacreditado, estalló en facciones y se convirtió en una formación casi residual. Sus cuadros se refugiaron en la tercera dimensión del poder (tecnoburocracia), como aliados o subsidiarios de la dupla militar-policial (seguricracia).

LA SEGUNDA VIDA POLÍTICA DE BOUTEFLIKA

Ese fue el país que heredó Abdulaziz Bouteflika, ya por entonces un veterano del sistema. Había sido ministro de exteriores en los setenta, una de las figuras más activas del Movimiento de No Alineados, infatigable defensor de la causa saharaui en la Organización de la Unidad Africana y cara amable del estólido régimen argelino. La triada gobernante lo recuperó, con el propósito de proyectar otra imagen de Argelia. 

En 1999, a sus sesenta años, Bouteflika era una persona bien distinta y Argelia era otro país. Cuarenta años de independencia y recursos energéticos fabulosos no habían alcanzado para cimentar un proyecto nacional sólido, estable y democrático. Argelia encaró el nuevo siglo con más miedo que esperanza. El trauma de los noventa resultó intimidatorio. Bouteflika se apoyó en las secuelas del espanto para consolidar el régimen. Alentó la creación de un sector de negocios integrados por antiguos funcionarios, militares retirados e intermediarios de intereses extranjeros. Disponía aún de consumada habilidad para mantener el equilibrio entre las fuerzas del sistema y de experiencia diplomática para esquivar desvaídas y poco convencidas presiones exteriores. Supo hacer de una estabilidad amordaza la garantía de continuidad, como ha explicado muy bien la historiadora argelina Karima Dirèche (4).

La eclosión de la primavera árabe y la coyuntura negativa de los mercados energéticos hizo que saltaran algunas costuras. Con paciencia de sastre, Bouteflika desactivó el peligro, como queda dicho más arriba. Pero no sin sobresaltos. La seguricracia se vió obligada a resolver ciertas pugnas internas. El poderoso jefe de la inteligencia militar, el general Mohamed Mediene, conocido como Toufik, cayó en desgracia a finales del verano de 2015. Era uno de los pocos militares que quedaban de una generación ya avejentada del ejército (los janvieristaseneristas), que forzaron la salida del también general Chadli y llevaron el timón durante la guerra civil de los noventa. Bouteflika no fue un espectador neutral (5). Rescató a viejos rivales de Mediene y apostó por una nueva hornada militar, que ahora líder el jefe del Estado Mayor, general Saleh. El anciano presidente resulta conveniente para las fuerzas armadas (6). Se ha convertido en un figura fantasmal, una referencia histórica en blanco y negro. Un zombi.

La oposición ha contemplado con impotencia este ciclo recurrente de regeneración/degeneración del régimen (7). Los islamistas reciclados (los contestatarios están muertos, en prisión o en el exilio) se han avenido a la colaboración institucional y a la complicidad política. Las fuerzas más tradicionales, como los bereberes del RCD o los socialistas, se han visto sacudidos por recambios generacionales y procesos de autocrítica. No han superado todavía el ninguneo de las dos últimas décadas. Otros grupúsculos de izquierda resultan insignificantes. Sólo el resucitado FLN ha generados alternativas, pero más aparentes que reales, como el exprimer ministro Benflis. El miedo ha guardado la viña argelina.

La juventud está sola, pero aparentemente resuelta. Ese puede ser un diagnóstico quizás arriesgado o apresurado de estas últimas semanas. La diáspora argelina en Francia contempla con cierta esperanza este nuevo proceso de contestación, pero ¿valdrá para algo? Es pronto para decirlo, después de lo ocurrido en 2011. Mientras, desde un hospital junto al Lago Leman, un octogenario cuyo poder real es el de la representación resume en su persona otra amarga deriva de una revolución liberadora.


NOTAS

(1) “A Argel, le colère de la jeunesse répond à la candidature d’Abdelaziz Bouteflika”. LE MONDE, 4 de marzo. 
(2) “Retour au calme en l’Algérie après les manifestations contra la vie chère”. LE MONDE, 7 de enero de 2011.
(3) “Jusqu’où ira le mobilization contre Bouteflika en Algérie”. Entrevista con ABDOU SEMMAR, editor de la página web ALGÉRIEPARTCOURRIER INTERNATIONAL, 26 de febrero.
(4) Entrevista con la historiadora argelina Karima Diéche. LE MONDE, 1 de marzo de 2019.
(5) “Algérie, depart forcé pour le general ‘Toufik’, puissant chef du renseignement”. LE MONDE13 de septiembre de 2015.
(6) “The Algerian Exception”. KAMEL DAOUD. THE NEW YORK TIMES, 29 de mayo de 2015.
(7) “Algérie: Quelles forces d’opposition face à Bouteflika”. LE MONDE, 4 de marzo.

Argelia: un presidente zombi frente a una juventud desencadenada