viernes. 29.03.2024
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Aunque la fuerza de los acontecimientos haya relegado a un segundo plano lo ocurrido en Turquía, su importancia es crucial para medir el grado de compatibilidad con el proyecto europeo. El sueño de convertirse en el Estado número 29 de la Unión, se escapa entre los autoritarios dedos de Tayyip Erdogan.

El sueño de convertirse en el Estado número 29 de la Unión, se escapa entre los autoritarios dedos de Tayyip Erdogan

Desde finales de la Edad Media hasta el presente, el poder otomano ha jugado un papel relevante en el devenir del Oriente continental. Sultanes y presidentes han procurado tener un estrecho contacto con las naciones más importantes del Viejo Mundo. Tras interacciones más o menos desafortunadas como a Guerra de Crimea o la Primera Guerra Mundial, una nueva era de relaciones comenzó brotar a finales de los años cuarenta. La negativa a aceptar los ofrecimientos de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial rubricaron la credibilidad de aquella rejuvenecida Turquía, laica y moderna, que desde 1923 venía reclamando un sitio destacado en el panorama internacional. Su pistoletazo de salida llegó con el Tratado de Londres de 1949, incorporándose desde el primer momento al Consejo de Europa, un organismo internacional dedicado fundamentalmente a la promoción de valores democráticos. Pero los turcos deseaban más, llegando a adquirir el estatus de miembro asociado en 1963. A este paso sucedieron otros en la década de los noventa, como su inclusión en la Unión Europea Occidental (club de las naciones europeas que integran la OTAN), pero ninguno tan trascendental como el acontecido el 3 de octubre de 2005. En efecto, aquel histórico día comenzaban oficialmente las negociaciones para su adhesión en la UE.

Han pasado casi diez años desde que Turquía accediera al penúltimo escalón en su andadura europea, pero desde entonces apenas han habido avances. A los problemas tristemente clásicos como la invasión del tercio norte de Chipre en 1974 o el trato dispensado a la minoría kurda, se están uniendo otros nuevos como la necesidad de actualizar un sistema judicial obsoleto o la protección de los derechos de niños y mujeres. Todos estos escollos emanan principalmente de los Criterios de Copenhague, establecidos en 1993 como consecuencia de los horizontes establecidos en el Tratado de Maastricht. El primero de sus puntos, por delante de otros puramente económicos, habla de la necesidad de disponer de instituciones que garanticen el Estado de Derecho, el respeto a los Derechos Humanos y a las minorías. Se trata en definitiva de un requerimiento que mide la calidad democrática de los aspirantes. Así pues ¿Cómo encajamos el reciente bloqueo a redes como Twitter o Youtube? ¿Cómo justificar los alarmantes sucesos de 2013 sucedidos en Ankara y otras ciudades? ¿Cómo valorar la creciente islamización de la vida cotidiana que el gobierno está llevando a cabo? Oomen Ruijten, miembro de la comisión de Asuntos Exteriores de la Eurocámara afirmaba hace menos de un año: "Turquía necesita intensificar los esfuerzos para garantizar la libertad de expresión, la libertad de los medios y otras libertades fundamentales en línea con los valores de la UE".  Nadie desea descartar la candidatura turca, pero la falta de soluciones hace de su integración una quimera.

Más allá de la defensa de las libertades fundamentales existe otro foco de preocupación, y es que la política exterior desarrollada por Tayyip Erdogan no se adapta a los estándares europeos. Aquí Turquía se ve atrapada en un delicado dilema, pues seguir los dictados de la UE puede interferir sus pretensiones de convertirse en un actor relevante en la región. Esto ha provocado situaciones de máxima tensión como la vivida en 2010, tras el asalto a la Flotilla de la Libertad en las costas de Gaza, o más recientemente con el derribo de un caza sirio en su límite fronterizo. No obstante Bruselas ha sabido reconocer el esfuerzo que hace el país al acoger la marea de refugiados que huyen de Bashar al-Assad, y de los que nadie parece querer hacerse cargo en el continente.

Mucho se ha discutido sobre la conveniencia de incluir a un país que ocupa una porción tan pequeña del territorio europeo, la Tracia Oriental, y que tiene evidentes diferencias culturales con el resto de socios. Cierta islamofobia flota en el ambiente, algo que también ocurre a naciones con porcentajes significativos de población musulmana como Bosnia o Albania. Pero esta no es la verdadera cuestión de fondo, pues mientras una sociedad o Estado no resuelva sus problemas de convivencia, de respeto a la ley y a los Derechos Humanos, no puede ni debe formar parte de la Unión Europea.

Ankara se aleja