viernes. 29.03.2024

Desde que el gobierno aceptó la gravedad de la crisis por la inapelable contundencia de los datos que verificaban una drástica disminución de los ingresos del Estado y el colapso de la banca irresponsable, vivimos amenazados por los dictados de una señora que se dedica a la política con la misma pericia y amplitud de miras que los buzos que buscan níscalos en el fondo de la mar océano. La señora Merkel es una política de aldea, de barrio venido a menos que está incapacitada para regir siquiera su economía doméstica. Sin querer ver más allá de su barriga, Merkel quiere salvar a los bancos alemanes que tan absurdamente colaboraron dieron créditos para proyectos económicos inviables en países del sur, entre ellos el manido ladrillazo que nos tendrá maniatados mientras un gobierno de progreso –otro no lo hará- no obligue a sacar el inmenso estock de viviendas al mercado a precio de coste, caigan lo que caigan los bancos en su valor. Pero no contenta con eso de llamar gandules a los demás y no a los propios, Ineficaces a quienes viven al sur y excelentes a quienes fueron incapaces durante semanas de localizar una bacteria mortífera que se llevó por delante a decenas de personas, pretende que crear una Europa a dos velocidades, la primera de ellas constituida por el eje franco-alemán, más Reino Unido, que jamás debió entrar en la Unión Europea porque su labor es meramente parasitaria, y los países nórdicos, que como ha sido habitual a través de los siglos, van a lo suyo; los otros, los de la Europa de segunda división quedaríamos para aportar mano de obra barata y mano de obra cualificada formada en nuestra universidades con nuestro dinero.

Sin embargo, se equivoca Merkel y se equivoca su amigo Sarkozy, otro inútil políticamente hablando. El problema no consiste en salvar los bancos franceses y alemanes, tan pésimamente gestionados como los españoles o los italianos, ni en que sus economías se recuperen a costa de las del Sur, ni mucho menos, el terremoto es mucho más fuerte que eso y no amainará mientras no se vaya al epicentro del mismo: Europa no existe, Europa no puede ser lo que digan dos políticos de medio pelo de la derecha alemana y francesa, Europa no puede seguir ampliándose para diluirse en la nada, Europa debe construirse desde abajo y elaborar una norma política fundamental que afecte a todos los países que la integran para así dar una respuesta única a un problema que es único: Poner coto al imperio de los dinosaurios financieros que hacen correr el dinero de un lado a otro a la velocidad de la luz, a las entidades privadas que tienen ya más poder que la mayoría de los Estados europeos, al desgobierno mundial de las finanzas y del sistema productivo, a la política de privatizaciones que nos ha llevado a este colapso y, por supuesto, a pedir responsabilidades a los responsables –tienen nombre y apellido- de esta inmenso fraude planetario. Durao Barroso no es nadie, menos Van Rompuy y todavía menos, Joaquín Almunia. Aunque algo si son, incapaces, mediocres y adivinadores de lo que va a suceder después de que haya sucedido. Al contrario de lo que predican el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central europeo –que no sé lo que es- y la Comisión europea –a la que tampoco tengo el gusto de conocer ni de saber de su legitimidad, sí de su ilegitimidad-, la solución a esta crisis pasa irremediablemente por una estricto control de las transacciones de capitales, por la regulación estricta del mercado laboral en toda la Unión Europea, por una restricción de las importaciones que vengan de países con economías esclavistas o semiesclavistas y, sobre todo, por la recuperación por parte del Estado de todos aquellos servicios públicos de los que no se puede obtener lucro alguno, ahora, regidos por criterios tanto de calidad como de eficacia.

En una antepenúltima vuelta de tuerca –según parece lo más fuerte está por venir, el colapso integral de la aldea global económica-, Merkel y Sarkozy dejaron caer la necesidad de que los países más agobiados incluyeran en su constitución el límite al endeudamiento. En principio, puede parecer que eso está bien, que uno no puede gastar mucho más de lo que gana o de lo que puede pagar, pero esa no es la intención que movió a esos dos políticos simplones, sino asegurar que sus bancos y sus empresas cobrarán lo que fiaron o prestaron como si un horda de malandrines les hubieran comido el poco seso que tenían. Obligar a cambiar la Constitución a un país como España es tan peligroso como el mismo hecho de que la UE dejara de existir mañana, quizá más. En primer lugar porque esa constitución tiene ya treinta y tres años y hasta la fecha no se ha tocado, alegando siempre que se rompía el consenso que lo creó. Al reformarla para atender los requerimientos de la señora Kartoffel, la Carta Magna española pierde buena parte de la legitimidad que tenía porque buena parte de su articulado –el más progresista y justo- no se ha cumplido jamás, porque no se han hecho reformas ecuánimes reclamadas por millones de ciudadanos como la reforma electoral, porque España sigue siendo un país aconfesional y no un país laico, porque consagra la monarquía sin haber preguntado -¡a estas alturas!- al pueblo si quiere Borbones o quiere una República, porque abre la caja de pandora de la que no sabemos qué fantasmas pueden salir.

No dudo de la buena fe de Zapatero al intentar ser el primero de la clase en el cumplimiento de los mandatos de la señora Kartoffel y las fracasadas leyes de la Escuela de Chicago. Seguramente es lo que hay. Pero ser el primero de la clase en el viaje a ninguna parte, es un desatino. España, Italia, Portugal y Grecia, por no citar a otros, tienen capacidad suficiente para poner a la UE contra las cuerdas, no se puede caminar siempre con la cabeza agachada esperando el nuevo estacazo de un dueño que no lo es y que no sabe lo que hace. En una situación tan crítica como ésta hay que jugar duro, o nos salvamos todos o nos vamos todos a pique. La única salvación, ya lo dijimos, es una Europa unida política y económicamente que responda con una sola y enérgica voz. Todo lo demás es tirar tiempo y dinero a la basura. De momento en España, se ha abierto, por orden de Merkel, lo quiera o no lo quiera quien ahora gobierna o quien gobierne después, un periodo constituyente.



Alemania nos obliga a abrir un período constituyente