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NUEVATRIBUNA.ES - 18.06.2010

Jonathan Ponce llegó a al aeropuerto de Barajas el 8 de febrero. Venía de Honduras, de una pesadilla en la que se cruzó con asesinatos, amenazas, torturas. Sólo tuvo 72 horas para organizar el viaje, y con una pequeña maleta y las instrucciones dadas por una ONG hondureña, se plantó en Madrid.

Le habían advertido que en cuanto viera a un policía tenía que decirle que quería pedir asilo político. Así lo hizo. “Primero me entrevistó un policía, después me dejaron en un cuarto esperando a que viniera un representante del ministerio de Interior para que comprobara que mi historia era verosímil”. Esa entrevista fue más larga. “Estaba traumatizado y tuve que recordarlo todo”.

La memoria tuvo que trasladarse hasta el 28 de junio de 2009. Esa mañana Honduras se despertaba con la noticia de un golpe de estado . Manuel Zelaya, el presidente democráticamente elegido, era asaltado por el ejército y con la complicidad de su propio partido lo expulsaban del país.

Jonathan asegura que hasta entonces nunca se había metido en política. Vivía en Tegucigalpa con Renato, su pareja. Pero ese día, indignado con el atropello democrático, decidió salir a la calle igual que miles de hondureños. “Nos parecía una aberración lo que había sucedido. No podíamos permitir que se produjera un golpe de estado, muchas personas querían y respetaban a Zelaya”.

Fue así como a sus 29 años decidió meterse en política. Durante 200 días asistió puntualmente a todas las manifestaciones que se hacían contra del golpe y empezó a involucrarse en otras actividades junto al Frente de Resistencia Popular: “La sociedad civil se organizó mucho, y eso la prensa internacional no lo mostró. Pero no paramos de luchar. Yo comencé a hacer vídeos de los actos de protesta y grabamos cómo asesinaban a la gente por manifestarse, las balas de goma que nos tiraban. Después iba con mis compañeros a los barrios marginales o más lejanos a la capital y poníamos los vídeos para que conocieran la realidad de lo que sucedía”.

Pero apenas un mes antes de que se celebrasen las elecciones ilegítimas , la represión comenzó a ser mucho más fuerte. “Sabíamos que la policía mataba a gente, incluso que se habían formado bandas de sicarios que cumplían órdenes del gobierno golpista, pero ingenuamente nunca pensé que me fuera a pasar algo”. Jonathan se salvó, pero su compañero no. El 23 de diciembre – apenas un mes después de las elecciones ganadas por Porfirio Lobo- Renato apareció muerto en su piso, atado de pies y manos.

“Los médicos nos dijeron que tenía el cuerpo totalmente fracturado y un torniquete en el cuello. Un grupo de sicarios entró en la casa y no quiero ni pensar en las atrocidades que le hicieron antes de matarlo”. A partir de ese momento la vida de Jonathan dio un giro de 180 grados. Sabía que podía ser el siguiente y se puso en contacto con el Comité de Familiares de Detenidos de Desaparecidos de Honduras (COFADEH).

Se convirtió en un nómada. La ONG hondureña le buscaba pisos diferentes cada noche, además de seguridad privada. “No sabía quién me perseguía, ni qué cargos tenían contra mí, cualquiera podía ser mi enemigo, estaba en un estado de paranoia total”. COFADEH le empezó a insistir en que tenía que huir del país. Brasil y Argentina son los países latinoamericanos que más están recibiendo a hondureños exiliados: “En realidad son los únicos lugares donde estamos seguros porque están bien lejos de Honduras. Sabemos de muchos compañeros que han huido a países vecinos y también han sido asesinados”. Sin embargo, la ONG le aconsejó que se fuera a España, porque era un lugar menos solicitado. “Me resistía, no quería irme de mi país, no sabía nada de España y no conocía a nadie allí”.

Intentó evitar su marcha durante un mes y medio, hasta que los compañeros de COFADHE le dijeron que tenía 72 horas para irse. La ONG no tenía suficiente dinero para seguir protegiéndole y le dijeron una frase que le resultó lo suficientemente convincente: “Tenemos que obligarte a que te vayas, es mucha responsabilidad dejarte morir”. En apenas 24 horas había comprado su billete y se dirigía a Madrid.

Cada día tiene menos miedo, pero sigue muy traumatizado. El personal del ministerio de Interior creyó su historia y aceptaron estudiar su solicitud de asilo. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado se encarga de él: “CEAR me ha ofrecido una residencia, me dan una ayuda económica y sobre toda la cobertura legal gratuita”.

Jonathan ahora vive en Mérida y aunque se siente un poco mejor, el “por qué a mí” no se le va de la cabeza: “Me sigue resultando difícil entender cómo ha cambiado tanto mi vida. Me pregunto siempre por qué me buscaban a mí, una persona nada visible de la resistencia. Después me he dado cuenta que a las figuras más visibles nadie las toca”.

A pesar de los horrores que ha vivido sueña con que llegue el día en el que pueda regresar a su país: “Mi familia me dice que tendré que quedarme al menos dos años, pero yo sé que van a ser más”, dice con tristeza. Su objetivo durante su estancia en España es contar todo lo que en Honduras no podría decir: “La figura del refugiado es ésa que huye para que no lo maten por hablar”.

Quiere honrar a su pareja y advierte que no va a parar hasta que España sepa lo que hace Porfirio Lobo y lo que ha hecho el gobierno golpista que estuvo en el poder casi seis meses. “La prensa sólo habló de Micheletti, pero no contó los asesinatos y persecuciones que se cometieron durante su golpe de estado. Y lo que no se dice ahora es que el cuerpo de ministros del Gobierno de Micheletti hoy sigue gobernando. Y que los militares que asaltaron a Zelaya han sido colocados como asesores de las empresas más importantes de Honduras”.

Ponce insiste en varias ocasiones que lo que le ocurrió a él y a su pareja sucedió durante el gobierno de Porfirio Lobo: “Este presidente es igual de culpable que Micheletti, sólo hay que ver las matanzas que se están perpetrando contra la resistencia, o el exterminio de periodistas. Hace tres días mataron a uno más y las cosas no van a ir a mejor”.



"Es mucha responsabilidad dejarte morir"