viernes. 29.03.2024

Los números son así. Obedecen a una ley de formación y guardan una relación de orden. Del mismo modo que 3 es menor que 4, se comprende que 240 es menor que 400. No solo es menor, sino que 400 es casi el doble de 240. Un disparate mayor, como diría el castizo. En cualquiera de los escenarios de la vida normal y corriente, se comprende este hecho incuestionable con mucha facilidad. En el mundo financiero, pasar de 240 a 400 es ganar un montón, ¿se imaginan?

El problema del agua en España es una cuestión grave que afecta a muchas personas, a muchas iniciativas empresariales, a muchas zonas de nuestro país. Gobiernos sucesivos se han aproximado al tema desde posiciones poco objetivas, incluso demagógicas, como en el caso del PP en su anterior gobierno y, en todo caso, imposibles de llegar a realizarse. El escaso apoyo regional y la tremenda falta de acuerdo ha decapitado todos los planes, programas e iniciativas que se han tomado sucesiva y simultáneamente. El PP inculpa al PSOE, como hace por costumbre, sin ver la viga en su propio ojo. Si se repasan las opiniones que los miembros del PP airean a lo largo y ancho de la geografía nacional, se constata que lejos de tener una posición de Estado, intenta agregar posiciones contrarias, imposibles de conciliar. No ha sido el partido de la oposición suficientemente audaz como para solucionar el problema cuando ha gobernado, es cierto, pero no lo es menos que en la actualidad, con alguna salvedad, se aproxima a una posición única, razonable y capaz de llegar a alguna parte.

Hay que señalar que la metodología del hoy Ministro Cañete, dista mucho de aquella burda y deslenguada que otrora le hacía decir que “eso lo hacía por … cañetes”. Probablemente ha perdido vigor, suficiente pérdida como para no disponer de aquéllos, para enfrentar una salida racional, razonable y plausible. La hoy Secretaria General del PP, Dolores de Cospedal, impone los alternativos a los “cañetes” en muchos frentes. El del agua es uno de ellos. La arteria del transvase Tajo Segura, en otro tiempo orgullo de solidaridad, remedio a la necesidad del sureste español y tremendamente eficaz en la economía de nuestro país, languidece en manos de unos gobernantes incapaces de encarar un problema que tiene tanta antigüedad como la propia democracia, y no más, porque la dictadura a través del Ministro Silva fue capaz de materializar una obra concebida en la República con Indalecio Prieto a la cabeza y, desde luego, con ésta. Ahora con esta elevación del número de hectómetros cúbicos, que se exige que haya en los embalses de la cabecera del Tajo, para poder realizar un transvase al sureste, prácticamente se condena a sus gentes a la falta de agua para la agricultura e incluso para bebida, en las épocas de sequía, que son más numerosas que las boyantes en agua. Eso dicen los datos acumulados de tiempo atrás.

El papanatismo de que una Región es dueña del agua que surge en su territorio, es comparable a que quisiera la propiedad del aire. Ni razonable es lo uno, ni mucho menos lo otro. Esto, además de la solidaridad que, en buena lógica debiera operar entre las regiones. Cuando se habla de financiación, el concepto de solidaridad está bien arraigado. Precisamente una Región como Castilla la Mancha, receptora neta de la solidaridad interterritorial, por su escasa aportación al PIB nacional, nunca se le ocurriría reclamar que le pertenece lo que ella misma produce, por cuanto no es suficiente para mantenerse en pie. Y, si no reclama en el ámbito financiero, ¿cómo se atreve a reclamar en el hidráulico? La falta de madurez política es notoria y  el discurso justificatorio resulta pueril. ¿Cómo es posible que se estigmatice a Cataluña y al tiempo se ejerza el nacionalismo del agua en Castilla la Mancha?

Lo que resulta curioso y muy preocupante es la falta de movilización que se exhibe por parte de los ciudadanos. No hay duda de que el progreso ha anestesiado a la gente. Seguramente los mecanismos represores, directos y psicológicos con los que operan los gobiernos del PP, ha pasivado a la población. Los medios de comunicación silencian constantemente o acríticamente potencian las posiciones gubernamentales. Las movilizaciones se ocultan, minimizan o ignoran. Seguramente por temor a las repercusiones. Los medios se ponen de perfil, si no a favor incondicional de los gobiernos. Todo ello contribuye a que la fuerza de la calle en la protesta contra las decisiones que se toman contra los intereses generales, cada vez es menos intensa y se diluye. En este caso del agua, buena parte de la gente acepta un contenido de un denominado memorándum, que debe acompañar la decisión efectiva de la subida de los 240 hectómetros cúbicos a 400 hectómetros cúbicos, que nadie debe haber visto, que nadie sabe lo que contiene, sino que se supone o imagina y que, en todo caso, nada que no esté recogido legalmente de forma apropiada, por ley debería ser en este caso, puede aceptarse a ciegas. No es posible que los ciudadanos estén tan ciegos, por mucha presión que reciban de sus gobiernos. ¡Basta ya! Nos jugamos demasiado. Hay que acabar con el nacionalismo del agua.

Nacionalismo del agua: 400 es mucho más que 240