miércoles. 24.04.2024
medio-ambiente

Eeste 5 de junio debe ser una jornada de reflexión para todos los que poblamos este planeta. La reflexión más importante de nuestra vida para que luego el comportamiento diario sea consecuente con esta efeméride. En esa fecha celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente, declarado así por la ONU en 1972 y que se viene conmemorando cada cinco de junio desde 1973. El objetivo no es celebrar una fiesta más o menos pintoresca y curiosa, aprovechada por políticos y mercados para hacer su propaganda con actividades que poco tienen de ecológicas y mucho de parafernalia, o para vender productos de consumo innecesarios, sino, como reza la declaración, para promover el desarrollo sostenible y equitativo, sensibilizando a las personas sobre su actuación en asuntos que afecten al medio ambiente y las políticas a seguir para conseguir un futuro próspero y seguro, sin alterar sino conservando y mejorando nuestro entorno.

Debe ser una oportunidad para que cada ciudadano ponga su grano de arena en esa conservación y para que las naciones firmen, amplíen o ratifiquen convenios internacionales y globales que ayuden a tomar conciencia de que el medio en que vivimos debemos mantenerlo y conservarlo. Que las naciones tomen medidas para evitar su deterioro disminuyendo todo tipo de contaminación, y que las más poderosas, como los Estados Unidos y China, entre otras, los firmen –el protocolo de Kioto no lo firmaron- y sean las primeras en ponerlos en práctica,  pues son las primeras y mayores contaminantes del mundo.

DÍA DEL MEDIO AMBIENTE

El Día del Medio Ambiente se celebra en varios países cada año con su respectivo lema, como símbolo del cuidado que hay que tener con el entorno natural. El año pasado tuvo lugar en el archipiélago de las Barbados, cuyo significativo eslogan fue “alza tu voz, no el nivel del mar”, en clara referencia al calentamiento del planeta.

Este año su sede se ha fijado en Italia bajo la conciencia y amenaza del consumo salvaje y la degradación ambiental que provoca el mundo rico; su objetivo es conseguir que el ciudadano se mentalice y procure un consumo razonable, estricto, y a la par, que su producción, así como la planificación urbana, sea sostenible. Su lema es una trilogía: “Siete mil millones de sueños. Un solo planeta. Consume con moderación”. Es lógico un lema tan largo dividido en tres frases porque precisamente los países ricos son los de mayor consumo y por tanto de mayor producción, industria y técnica que repercuten directa y negativamente en el correcto desarrollo y evolución de la madre naturaleza. De ella dependemos y a ella nos debemos.

Anotada la información al respecto, corresponde ahora la reflexión, que para algo debe servir dicha jornada. Como dedicar a tema tan importante un solo artículo, sea flaco favor, aprovecharé este espacio y esta fecha para inducir a los lectores, si me lo permiten, a que reflexionen conmigo en varios apartados que debemos tener en cuenta en nuestro devenir vital.

La Tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la Tierra

Un proverbio de los antiguos habitantes de las Américas dice que “la Tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la Tierra”, y pese a ser una axioma de importancia vital, la humanidad, sobre todo el hombre que consideramos más civilizado y dueño de la mejor y más avanzada tecnología, lo ha olvidado, erigiéndose en dueño y señor de todo lo creado. Sin duda, ha interpretado erróneamente el sentido de la creación, creyéndose su “rey”, y ha puesto la Tierra, la naturaleza, a su servicio. Quizá se ha creído, como salido de la mano de Dios que, según la Biblia, lo hizo “de barro a su imagen y semejanza”, era como Dios, pero por comer de donde lo tenía prohibido, le echaron del Paraíso, lugar donde vivía en armonía y comunión con el ambiente que le rodeaba, plantas y animales. Por su atrevimiento e ignorancia –que de siempre la ignorancia es muy atrevida- dejó de pertenecer a la naturaleza que conformaba ese paraíso terrenal que tanto ha vendido en el mundo occidental la religión cristiana surgida del judaísmo. No cayó en la cuenta, siguiendo las Sagradas Escrituras, y otras teorías orientales de tradición más antigua, y evidencias científicas posteriores, que fue precisamente el ser humano uno de los últimos seres que empezó a habitar este hermoso y único planeta. Antes de su aparición, pues, ya existía, por seguir con el símil parabólico que luego se ha transformado en ciencia, el paraíso; eso era la tierra, un “paraíso terrenal”, por  cuya razón quizá habría que creer que por error apareció esa especie extraña que camina erguida, a tenor de su comportamiento. Pese a una cualidad que le define y se cree le distingue del resto, olvida que habitaban antes otros muchos seres, que unos fueron apareciendo y evolucionando, y otros desapareciendo. Sin duda, la Humanidad -esa especie que se da en llamar “inteligente” porque se cree en posesión de una cualidad que falta a los demás- será otra especie que tarde o temprano también desaparecerá. Vendrá su extinción, su exterminio, no por un cataclismo, o causas ajenas caídas del cielo o de no se sabe dónde, como los dinosaurios, sino porque la humanidad se destruirá a sí misma. Muchos científicos aseguran que el hombre se está practicando su propia eutanasia, es decir, se está aniquilando a sí mismo, poco a poco. A este paso destructivo, infinitamente más grande que en épocas anteriores, llegará un día, si no cambia, que lo hará de manera violenta y sin posible retorno. No tanto porque sea víctima de su misma técnica, armamento y tecnología nuclear, sino porque acabará con lo que le rodea por falta de cuidado, la naturaleza maltratada se rebelará más bien temprano que tarde contra él y su manera de actuar. Por su comportamiento, opino, el hombre se podría clasificar no tanto como “rey de la creación”, sino como un “error”, un error de Dios, si es creyente, o un error, una evolución/involución de la propia naturaleza, si es darwinista. Error fruto de su inteligencia, que le lleva al mal uso de la técnica y a la confianza ciega en la misma sin fijarse en las consecuencias que su manía depredadora le acarrea. Sigue en la tozudez de pensar que todo lo puede, y utiliza la Tierra, su hogar, como si le perteneciera. Realmente así es, y precisamente desde esta perspectiva de pertenencia, la tierra es su hogar y el hogar para conservarlo hay que cuidarlo. La vivienda se deteriora y acaba cayéndose, tejados, tabiques, puertas y ventanas, cuando nadie  habita esa casa, la abandona, o la agrede. Es evidente en esos pueblos despoblados, en esos chalés a medio terminar por la crisis, o falta de vecinos, barriadas enteras sin habitar cuyo paisaje deprime e indigna al no ver más que ruinas y ningún alma. Como si hubiera pasado la guerra. No hay mejor dedicación que el cuidado del hogar; sin hogar nadie puede vivir, sin hogar y sin las más elementales condiciones de habitabilidad. Entre ellas, el medio del que forma parte ese hogar. Eso es la ecología, el cuidado del hogar. La protección del medio ambiente. Veamos.

HOGAR DULCE HOGAR

Cuántas veces hemos oído esta frase y hemos vuelto a esta añoranza. Eso y no otra cosa es la Ecología. Palabra derivada del griego, como casi todos los términos referidos a la ciencia y a la vida natural, compuesta del sufijo logos, que significa, como todo el mundo sabe, razón, estudio o tratado, y de oikos, que quiere decir, vivienda, hogar. Así pues, Ecología tiene el significado de estudio del hogar, que analizado en sentido amplio no es otro que el estudio de los seres vivos en relación con su ambiente donde habitan, viven y se desarrollan. El cuidado de la casa de la que hablábamos anteriormente.

No es idea nueva la del cuidado del hogar, de la vivienda; es algo ancestral, telúrico, impuesto por el instinto; todos los animales (por muy animales que sean, y mayor cuanto más son) procuran mantener su casa, la hura, el nido, lo más acogedor posible para desarrollar su vida y asegurar su descendencia. Claro que los animales, por suerte, no necesitan tratados ni estudios porque mantienen su papel en el rol que la naturaleza les ha dado, y no la deterioran ni la maltratan como hacemos los animales humanos, quizá por el falso concepto de sentirnos superiores. O por lo que es aún más grave, por el afán depredador, sin razón y con ella. Por desgracia, el hombre es el mayor depredador de la naturaleza, y si además es homo urbanitas, tal actuación depredadora llega a límites extremos. Pero de esto hablaremos en la próxima entrega, así como del giro que debe dar la historia, si queremos que la Humanidad siga habitando este planeta.

La madre naturaleza: de ella dependemos y a ella nos debemos