jueves. 18.04.2024
ecologia

Las relaciones humanas no deben ser respetadas solamente entre la misma especie, al precio que sea, sino con el resto de especies y reinos del planeta azul

La historia, el mundo, necesita un cambio. Un cambio global. Es la idea de muchos colectivos inquietos por la marcha de este planeta ante la toma de conciencia del desastre al que los humanos estamos abocando a nuestro hábitat, que no es otro, ni puede ser otro, que la Tierra. En el anterior artículo donde invitaba a reflexionar sobre nuestro entorno y la degradación de la naturaleza, con motivo de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente, recordaba una máxima de los antiguos aborígenes americanos, cuya cultura diezmamos en aras de nuestra civilización que creíamos más adelantada y correcta. El devenir de la historia y la situación ambiental nos han llevado a plantearnos si realmente era así, o deberíamos haber aprendido de esas lejanas tribus y de su identificación con el entorno, del que formaban parte. Mantenían esas culturas que el ser humano no era dueño de la tierra, sino que pertenecía a la tierra. Recordaba el “paraíso terrenal” en el que reinaba la igualdad entre todos los seres que lo habitaban, hasta que llegaron el hombre y la mujer. Su comportamiento rompió esa estructura de paz, armonía y bienestar. El ser humano, el último en aparecer, se creyó el rey de la naturaleza y con su comportamiento lo estropeó todo, no me refiero a esa entelequia religiosa del pecado, sino a su afán depredador. De entonces acá, utilizando de mala manera, creyéndose propietario del medio que habitaba, de que la naturaleza estaba a su servicio y por tanto debía servirse de ella, comenzó a agotar sus recursos y a contaminarlos. Ciego a otros usos de esos mismos recursos que con un poco de inteligencia podía haber usado en su beneficio sin maltratar el entorno, como ha venido haciendo, se ha dejado guiar por la técnica y un falso disfrute.

Antiguamente agredía el entorno con lentitud, debido a su limitación que únicamente las guerras aceleraban. En la cultura rural no tenía más remedio que identificarse con la propia naturaleza, de la que dependía. A partir de la revolución industrial, y el avance  técnico, así como por la marcha de la economía, erigiendo a ésta y a la producción y consumo como su máxima, ese proceso de deterioro se aceleró. Por eso hay que cambiar los móviles de nuestra historia. No podemos seguir como hasta ahora a riesgo de que desaparezcamos todos. Hacia esa idea camina, por suerte, parte de nuestra sociedad, aunque queda mucho por hacer porque sigue habiendo impedimentos que abogan por seguir el mismo y erróneo camino. 

LOS TRES EJES DE LA HISTORIA

Religión, Economía… Ecología

La historia de la civilización –distinguiendo civilización y cultura, que no son iguales, aunque a veces vayan unidas- ha girado siempre en torno a un eje que se ha ido transformando con el correr de los siglos. La cultura y la civilización, en líneas generales, se han desarrollado en Europa de oriente a occidente. Sin necesidad de remontarnos a las primeras civilizaciones, podíamos decir que la historia de la humanidad y su pervivencia y organización comenzó con el paso del nomadismo al sedentarismo, de la aldea a la ciudad, la “civitas”, de ahí su derivado, civilización.

1º.- RELIGIÓN. Las diferentes civilizaciones antiguas se caracterizaban por una idea común que les gobernaba y a la que se sometían: la religión. La religiosidad es connatural al ser humano, dominado en su orígenes por el miedo y el afán de descubrir su papel en el mundo, tratando de hallar la explicación de ese mundo, el cercano, su entorno, cuyas respuestas va encontrando poco a poco; y el inalcanzable, el que escapa a su entendimiento, y que trata de explicar a través de los mitos. Al mito le sustituye la razón, y las preguntas buscan respuestas “razonables”. Al no encontrar todas, el ser humano se refugia en poderes que están sobre él y que le dominan. Cuando esos poderes se “institucionalizan”, surgen las religiones que manejan los “elegidos”.

He aquí –grosso modo- el primer eje de toda civilización: la religión. Constituía la primera característica del funcionamiento social, en torno a la religión, giraba y se sometía el poder y la economía. Así sigue en algunos países actualmente, sobre todo los islámicos. Por la religión se hacían, y siguen haciéndose, las guerras, por Dios, por Alá… Las Cruzadas y el inmenso poder –terrenal- del Papa  al que debían someterse incluso los imperios: la cruz y la espada. La religión, pues, marcaba la economía.   

2º.- ECONOMÍA. Desde el Siglo de las Luces principalmente, la religión queda en segundo plano –el imperio de la razón- y el eje de la sociedad pasa a ser la economía. Una economía que llega a su culminación con la revolución industrial, de donde surge el capitalismo, las multinacionales y los bancos (invento, por otra parte, en la edad Media, de los Templarios, monjes y guerreros; los primeros economistas que funden religión y comercio internacional). Las relaciones que prevalecen son las relaciones económicas. Es el auge de las ciudades-estado, la consolidación del mercado y del poder civil sobre la casta religiosa. La economía desde entonces ha ido marcando la vida del planeta. En torno a ella giran los gobiernos, incluso la misma iglesia, católicas y no católicas.

Durante estos últimos siglos el predominio de la economía sobre cualquier otra actividad humana ha llevado a guerras, antes santas y ahora petroleras o de expansión demográfica y nacional, hasta acabar en la crisis que azota como una peste esta primera década del siglo XXI. Crisis de la economía unida a una crisis de valores, que obliga a la humanidad a plantearse su quehacer y su papel en el mundo. Nada importaba más que la economía creciera,  con la ideología del mercado, el capitalismo, y otras ideologías llamadas liberales o intervencionistas, incluso con el armamentismo. El hombre es otro producto más y las relaciones son meramente de mercado, desde el trabajo a los consumos. Producir y consumir es el móvil, inventando nuevas necesidades y expoliando al ser humano y a la misma naturaleza. No se tenían en cuenta sus consecuencias. No se calibraban las secuelas negativas que el desarrollo económico mal entendido podía arrostrar. El planeta se revelaba. El hombre era el causante de ese malestar global. La sociedad se resentía porque su hábitat se degradaba. Se desarrollaban actividades que, rentables económicamente, no lo eran globalmente. La contaminación ambiental, acústica, lumínica, etc., se notaba cada año más. La humanidad, cuando creía que con su razón, con el progreso, y con la técnica, todo lo había dominado, se encuentra, finalmente, con que hay elementos que no puede dominar y que se rebelan contra ella. Ve y experimenta un avance peligroso del cambio climático de una naturaleza que él creía poder dominar. Se da cuenta, por fin, de que se ve dominado, doblegado por ella, y comienza a plantearse un modo más amigable de usar de su hábitat. Se plantea que su habitabilidad, si no pone remedio, le puede conducir a un final irremediable antes de lo que él pensaba.

3º.- ECOLOGÍA. Es el tercer eje, quizá el definitivo: la ecología.

Actualmente la “ecología” no se centra tanto en el estudio de la viabilidad de algunas formas de vida, cuanto en la habitabilidad de nuestro planeta

En nuestro artículo anterior explicamos el significado de esta palabra, cuidar del entorno que habitamos, cuidado del hogar. He aquí el principal móvil del quehacer del hombre. A él deben someterse las demás actividades del ser humano. No se trata únicamente, como era en su idea primigenia, del mero “estudio de los procesos que influyen en la distribución y abundancia –reproducción- de los organismos y sus interacciones”. Este aspecto era el más destacado en las teorías de Hipócrates y Aristóteles en sus análisis, hace dos mil quinientos años, sobre la historia natural, sentando, hay que reconocerlo, las bases de lo que se ha dado en llamar “ecología”. Semejante camino llevaban las hipótesis y comprobaciones de Darwuin y su evolucionismo y de otros biólogos y naturalistas.

Quien acuñó en el lenguaje científico esta palabra como actividad, y no tanto teoría,  fue en 1870 el profesor alemán Ernesto Haeckel (1834-1919), naturalista, filósofo, biólogo y médico. Fue el primero en usar el término “ecología” para definir la relación entre la vida y el ambiente donde todo ser se desenvuelve. Aunque entonces no tenía el alcance de estudio, práctica y preocupación a que hoy ha llegado. Nunca pensaría nuestro científico que su término llegara hasta el pueblo y se convirtiera su estudio en una cuestión popular. Claro que en 1870 el fantasma de los desequilibrios ecológicos era impensable, la naturaleza no corría los riesgos que hoy se han sumado, con la  industria, el poblamiento urbano y la contaminación. La ecología no anunciaba entonces amenazas en la relación del ser humano con su medio ambiente. Precisamente el término acuñado en los sesenta de “pollution”, versionado en “contaminación”, ha lanzado esa alarma que ha calado en la gente y su preocupación por la ecología. La contaminación la padecen por igual  humanos, plantas y animales, que los cielos y la tierra, edificios –patrimonio de la humanidad- y las obras de arte de nuestro escenario cultural y anímico.

Por la aceleración de este camino contaminante, la ecología, que primeramente proyectaba su atención sobre la viabilidad de algunas formas de vida, tal como pensaba Haeckel, centra su punto de atención hoy en la habitabilidad de nuestro planeta. La contaminación general y global es hoy palpable, y si no se la pone remedio, pereceremos; este planeta azul, lleno de vida, morirá, al menos desaparecerá la especie humana, la más débil y depredadora. Quizá sea esa la regeneración de la naturaleza. 

La ecología, el cuidado del hogar, debe ser, desde este planteamiento, la primera respuesta y el principal afán que el hombre y la naturaleza encuentren en su devenir histórico. La ecología debe primar sobre la religión y la economía. Las relaciones humanas no deben ser respetadas solamente entre la misma especie, al precio que sea, sino con  el resto de especies y reinos del planeta azul. El último eje de la historia para que este planeta no acabe negro, muy negro… tan negro como la muerte.  

El hombre, depredador depredado