jueves. 28.03.2024

La sociedad anónima o sociedad sin derecho es aquella sociedad mercantil cuyos titulares lo son en virtud de una participación en el capital social a través de títulos o acciones. Los accionistas no responden con su patrimonio personal de las deudas de la sociedad, sino únicamente hasta la cantidad máxima del capital aportado. (Definición de la Real Academia de la Lengua Española)

“La tierra brinda lo suficiente para las necesidades de todos, pero no la codicia de todos”. Gandhi 1907

Existen miles de libros que explican la destrucción que del medio ambiente está haciendo el ser humano particularmente desde que entramos en la Edad de la Estupidez, ese periodo que va desde los inicios de la industrialización hasta la actualidad.

Las evidencias científicas del cambio climático, la desaparición de especies animales y vegetales, la contaminación de nuestra base vital (aire, agua, suelo), la destrucción de nuestro propio hábitat. Resulta obvio que el ser humano, en cualquier modelo económico desde la implantación de un sistema productivo basado en la industria masiva y con base energética en el petróleo, gas y el carbón ha modificado sustancialmente el medio ambiente, es decir, el medio en el que vivimos como especie. Ninguna otra especie ataca el medio del que depende su propia subsistencia. Aún más, regulan su propia vida al entorno creando mecanismos de control de sus comportamientos empezando por el control de la población, algunos de ellos mecanismos tan brutales como los de los Elmos que se suicidan para controlar la cantidad de miembros que componen la comunidad.

Desde luego supone un avance considerable que los humanos no utilicemos ese mecanismo. Ni falta que hace, ya que de forma más sofisticada el hecho de controlar los nacimientos es una forma indirecta de producir el mismo efecto. De hecho el suicidio en la especie humana es considerado desde un pecado, para ciertas religiones, a un delito y en todo caso una anomalía solo justificable en casos extremos de miedo, dolor, pena, etc. pero excepcional.

Así pues, si el suicidio, individual o colectivo, no es un comportamiento de la especie racional por excelencia ¿a qué se debe que a pesar de las evidencias de que estamos destruyendo nuestro soporte vital no hagamos todo lo humanamente posible por evitarlo? Seguramente porque no resulta tan obvio, tan evidente. Y ahí surge la pregunta clave ¿Por qué no es tan evidente? y más aún ¿Por qué resulta tan difícil explicar cosas obvias?

Para una gran cantidad de personas el medio ambiente sobre el que se sostiene la vida animal, vegetal y humana está en peligro. Me resulta obvio que eso es así y en mis sueños más febriles, me angustia pensar que la vida no será posible en el Planeta más allá de mis nietos. Mi hija hoy tiene 20 años, quizás tenga un hijo a los treinta y pico. Mi nieto o nieta nacerá allá por el 2035 y empezará a desarrollarse como persona en la década de los 50 del siglo XXI. Es decir, más o menos un siglo después que yo. ¿Qué pasará en su día a día? ¿Qué puedo hacer yo, ahora que aún no le conozco, para que su vida sea más feliz, más alegre, más plena, para evitarle sufrimientos innecesarios?

Puedo dejarle una herencia de propiedades, dinero, objetos que le hagan más fácil su vida pero, incluso siendo totalmente dadivoso con él, de qué le servirán riquezas materiales si aquello que soporta su vida está destruido.

Si la tierra de la que va a alimentarse está podrida, el agua que va a beber está contaminada, si el aire que respirará es tóxico, si los países que podría visitar son inhabitables o no hay nada que visitar. No le servirá de nada todo lo que le deje.

Para mí, como para miles, cientos de miles, millones de personas es obvio que estamos destruyendo el planeta, el agua, la tierra, el aire.

La primera respuesta a esa pregunta clave es que seguramente no es tan obvio lo que yo considero así. Y, sin embargo, hablando con la persona que viene a limpiar mi casa, una mujer de 60 años con escasos estudios que le cuesta escribirme una nota para indicarme que le he de mantener más ordenada la casa, o las horas que ha tenido que añadir a la limpieza, le resulta evidente que la fruta no sabe igual, que la ciudad huele peor, que hay más ruido, que cuando debería tener calor tiene frío y viceversa y que no tratamos bien el campo ni la playa, ensuciándola con porquería sin motivo. Ella me reconoce que a veces también la ha ensuciado.

Ella no sabe de cifras de C02, ni de la capa de ozono, menos del cambio climático o de especies protegidas pero sabe lo fundamental, aquello que debería ser suficiente para que las denuncias sobre “lo mal que va esto” fueran suficientes para que, si bien no fuera a votar un partido ecologista, sí al menos para que los responsables con más conocimientos que ella, decidieran realizar los cambios necesarios que eviten la destrucción del entorno.

La segunda respuesta posible es que la percepción de esos problemas sea falsa, que esté distorsionada por razones subjetivas, ignorancia, desinterés, etc. y que la realidad científica sea diferente a lo que ella ve. La consecuencia es obvia, si esa percepción está distorsionada no existe un problema, solo una persona equivocada. Y aunque los muchos analistas, buena parte de los políticos progresistas y casi todos los científicos de de una u otra especialidad, estén de acuerdo en que la acción humana de las últimas décadas está modificando sustancial e irreversiblemente el entorno que soporta la vida misma, esto no trasciende a la conciencia de los ciudadanos, se queda en meras especulaciones de personas entendidas y desde luego, no se convierte en motivo de rebelión como sí pueden serlo cuestiones menos relevantes para la supervivencia. Y ejemplos de rebeliones irrelevantes las hay a cientos.

Las sociedades han evolucionado. La historia nos demuestra que el ser humano ha sido capaz de pensar y cambiar las sociedades desde las esclavistas hasta el sistema capitalista en una combinación entre desarrollo del espíritu y las condiciones materiales de la vida. Podemos pensar que ese proceso puede volver a darse cuando se dé una combinación igual entre desarrollo del pensamiento y cambios en las condiciones materiales de las personas. No será un proceso inevitable como apostaba Marx para llegar al comunismo. Ni lo fue con anterioridad ni ha de serlo en el futuro. Pero puede darse. En ese sentido un paso importante es encontrar los obstáculos sociales que impiden esa transición. Así dicho parece muy fácil pero el devenir histórico hasta llegar al lugar en el que nos encontramos ha sido un proceso lleno de conflictos.

Además ¿Se trata sólo de hacer socialmente aceptable el doloroso apretón de cinturón ecológico? No, no es sólo hacer aceptable esa transición sino saber cómo se ha de hacer y compensar las fuertes tendencias en dirección contraria que, hoy por hoy, son dominantes incluso para aquellos para los que son evidentes los riesgos ecológicos. Para empezar se trata de desenmascarar los argumentos que, bajo supuestas políticas sustentables o descaradamente insostenibles, se oponen a realizar esa transición hacia una economía ecológica. Las razones de esa oposición pueden ser, en una primera lectura, evidente: aquellos que se oponen a realizar esa transición sienten que adoptar un modelo económico y social ecológico, atenta contra su posición dominante, atenta contra su bienestar individual y colectivo.

Pero eso es en una primera lectura ya que las eléctricas, por ejemplo, no dejarían de ser empresas productoras y distribuidoras de electricidad porque su fuente energética procediera de un pozo de petróleo o de un molino de viento. El problema, por tanto, no está en la pérdida de posiciones dominantes sino en las transformaciones sociales que ello puede producir y que darían un vuelco en las estructuras que conocemos y que son las que garantizan el bienestar de unos pocos frente al malestar de la mayoría.

Uno de los problemas es que la fuente de energía no modifica las necesidades pero sí que puede modificar la estructura de acceso a ella. De hecho los impedimentos que se ponen a la implantación de un sistema eléctrico 100% renovable proceden realmente de que cualquiera podría producir electricidad y eso cambiaría las relaciones entre consumidor y productor. Es decir, cambiaría las relaciones de producción. Por tanto los problemas son materiales, objetivos, no meras negaciones voluntaristas.

Por otro lado y para complicarlo aún más, si la historia ha sido un proceso de conflicto entre grupos humanos, en este momento histórico nos encontramos con un nuevo sujeto histórico: la naturaleza. Esta ha pasado de ser un objeto de la historia, escenario de la historia humana a convertirse en un sujeto con el que además, no podemos negociar. O aceptamos sus reglas o la guerra está perdida.

Algunos autores como Ernest Ulrich y otros, apelan a la necesidad de una revolución de la eficiencia para realizar esa transición. En su libro El Factor 4 apuesta por hacer más eficiente el empleo de los recursos naturales: “el factor 4 significa multiplicar la productividad de los recursos. Nuestra pretensión es extraer cuatro veces más bienestar de un barril de petróleo o de una tonelada de tierra. De ese modo podremos duplicar nuestro bienestar y al mismo tiempo reducir a la mitad el desgaste de la naturaleza” (p.20). En realidad Ulrich no apuesta por una transición como podemos entenderla desde posiciones de izquierda como cuando se hablaba de “Transición hacia el Socialismo” ya que estos autores tratan de explorar los caminos por los que puede producirse esa transición en el seno del capitalismo realmente existente. En el fondo pretende establecer los mecanismos para realizar la cuadratura del círculo pues tratan de que en esa transición nadie salga perdiendo.

No todo es rechazable de esta propuesta ya que la revolución de la eficiencia es una condición necesaria pero no suficiente para llegar a una economía ecológica. Y sin duda realiza aportaciones interesantes sobre temas tan importantes como la distorsión que hace el propio mercado a través de la desinformación de los precios respecto de los costes reales de la producción de bienes y servicios.

La principal crítica a esta propuesta es que el ritmo de crecimiento de la población y de apropiación de los recursos puede ser mayor en los próximos años que el actual o en todo caso mantenerse con lo que fácilmente podemos comernos el efecto positivo del incremento de la eficiencia. En todo caso cuando se acaben el petróleo, el gas o el carbón, la posibilidad de incrementar su eficiencia tiende a cero.

Aunque la revolución tecnológico-económica tuviera éxito y la revolución de la eficiencia permitiera multiplicar por cuatro el uso de los materiales y recursos,  hacia la mitad del presente siglo la población del planeta llegará a 10.000 millones de habitantes, y con ello el consumo mundial per capita habrá crecido un 1’5% anual, lo que quiere decir que el consumo per capita se habrá duplicado en el 2050, por lo que el aumento de la población y el consumo absorberán todos los beneficios del factor 4, sin haber disminuido un ápice el impacto sobre los ecosistemas.

Además este punto de vista reduce el problema a un problema técnico. Incrementar la eficiencia dentro del sistema económico capitalista modernizándolo, lo cual es socialmente muy cómodo ya que traslada la responsabilidad individual a los que “entienden”, a los que tienen “la responsabilidad” de decirnos cómo hemos de actuar, sin necesidad de plantearse la superación del capitalismo y su cultura material y moral, en un intento de hacer compatible dos términos per se incompatibles. Pero el tema central sigue estando ahí por más que reduzcamos todo a un problema de eficiencia, de la misma forma que los problemas entre países ricos y pobres no se resuelven sólo discutiendo sobre la distribución de la riqueza puesto que esta es consecuencia y no causa de la pobreza mundial.

Destrucción medioambiental, SA (I)