viernes. 29.03.2024

Nace el 22 de marzo de 1837 en la ciudad italiana de Florencia, siendo su nombre el de Virginia Elisabetta Luisa Carlota Antonietta Teresa María Oldoini. Sus padres fueron el marqués spezzino Filippo Olodoini y su madre Isabella Lamparecchi, ambos pertenecían a la nobleza menor de la Toscana.

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Retrato de Virginia Oldoini

Tuvo una educación esmerada, escribía y hablaba cuatro idiomas y dominaba la música y la danza. Virginia tenía una belleza impresionante, era alta, rubia, muy esbelta y con unos ojos verdes-violeta muy llamativos. La llamaban “la perla de Italia”.

Virginia se casa siendo muy joven, pues solamente tenía diecisiete años y su marido es Francisco Verasis, conde de Castiglione. El conde tenía entonces veintinueve años y era un hombre aburrido y frío, todo lo contrario de Virginia que era alegre y amante de las fiestas y los viajes. Sus relaciones nunca fueron fáciles.

Fruto de dicho matrimonio fue un hijo que se llamará Giorgio, que murió joven debido a la viruela.

BVirginia no había nacido para ser una esposa resignada y a pesar de su marido siguió asistiendo a todos los actos artísticos y sociales, indistintamente que la acompañara su marido o no.

Era prima de Camillo Cavour, primer ministro del rey Víctor Manuel II, que en esos momentos era rey de Cerdeña y el Piamonte. Toda la península itálica está sumergida en un sentimiento nacionalista, buscando la unificación de Italia en un solo Estado

Para lograr dicha unificación se dependía de las posiciones políticas de las potencias europeas, pero sobretod0 de Francia y del Imperio austro húngaro.

Ahí es donde interviene Virginia Oldoini, jugando un papel muy relevante. En aquellos momentos, Francia estaba presidida por el emperador Napoleón III. Este era adicto a las mujeres, así que su primo el primer ministro Camillo Cavour habla con Virginia y le anima a conquistar amorosamente a Napoleón III, con la finalidad de enterarse de lo que pretendía Francia, así como influir en él para que favoreciera la unificación de Italia.

Cavour quería que Francia declarara la guerra al Imperio austro-húngaro, para que así fuera más sencilla la unificación italiana, de esta manera la casa de Saboya se impondría en todo el territorio italiano. Muchos consideran la intervención de Virginia Oldoini como fundamental en la unificación de Italia.

Siguiendo las instrucciones de Cavour, el matrimonio se traslada en 1855 a París. Para esta misión contaba con la colaboración de su marido. Viajan a París con la excusa de devolver una visita a la prima de la condesa, María Walewska, cuyo hijo, el conde Alexandre Colonna Walewska, era hijo de Napoleón I.

Enseguida los condes de Castiglione son llevados a la corte francesa y presentados a Napoleón III y a su esposa Eugenia de Montijo en el transcurso de un baile imperial.

Todo el mundo en París hablaba de la gran belleza de la condesa de Castiglione. Sin embargo, el marqués de Gallifet, que era un don Juan, puso en duda que fuera para tanto, pues no la conocía y decía que sería una exageración esa belleza.

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Para hacerle cambiar de opinión, Virginia le invitó a visitarla en su mansión, aceptando dicha invitación. Al llegar a la mansión, la camarera condujo al marqués hasta la habitación donde le esperaba Virginia, que estaba totalmente desnuda, tumbada sobre un Chaise longe forrado de raso negro. Había una luz tenue, que hacía que resaltara mucho sus ojos verdes, su abundante cabellera rubia y su piel nacarada.

El marqués de Gallifet quedó impresionado al ver a Virginia y no pudo escatimar elogios al describir la belleza de la condesa de Castiglione. Desde entonces, el marqués fue uno de su más acérrimo defensor.

El modo de actuar de Virginia era original, convirtiendo en leyenda sus entradas a los bailes y fiestas. Siempre llegaba tarde y hacía que su marido le acompañara hasta una esquina del salón, desde el cual podía apreciar las sensaciones que producía su presencia entre los asistentes.

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Los pies eran un tabú erótico en aquella época

Esperaba desde este lugar a que los anfitriones de la fiesta realizaran las presentaciones, y solamente mostraba emoción en su rostro cuando tanto el emperador o la emperatriz la saludaban. A Virginia se le llegó a conocer como “la mujer del sexo de oro Imperial”.

Virginia nunca pasaba desapercibida, pues además de su gran belleza, era considera una de las mujeres más bellas del mundo, utilizaba las formas de vestir para llamar continuamente la atención. Uno de sus trajes más llamativos fue el llamado “una reina de corazones” donde portaba un medallón en forma de corazón, que colgaba en una sugestiva zona de su anatomía.

Rápidamente las relaciones amorosas de Virginia con Napoléon III se hicieron famosas en la Corte parisina, provocando un gran escándalo, siendo una de las amantes más célebres del emperador.

La relación entre Napoleón II y Virginia duró dos años, hasta que fue descubierta en su papel de espía del primer ministro Cavour. Lo cual significó el fin de la relación siendo expulsada de Francia. Ante la gran repercusión que tuvo esta relación, su marido pidió la separación matrimonial.

DFVirginia tras su expulsión de Francia regresa a Italia y se refugia en su casa. Este hecho es el inicio de su vida como mujer fatal y coleccionista de amantes de lo más granado de la nobleza y de la intelectualidad de la época. Supo siempre como sorprender tanto a hombres como a las mujeres de su época.

La princesa Paulina de Metternich, que no era especialmente amiga de Virginia, llegó a admitir “Nunca en mi vida había visto una belleza igual y no espero volverla a ver”.

Regresa a París en 1861 cuando deja de ser un problema para el estado francés. Se instala en la conocida plaza parisina de Vendome. Allí recibía a sus amantes, reyes, príncipes, banqueros, escritores, diplomáticos… Fue tal su fama que llegó a ser llamada la mujer más bella del mundo.

Estaba obsesionada con su imagen y como conservar su belleza. Por eso vio en la fotografía un recurso para retratar su belleza y dejar testimonio de ella para el futuro. A mitad del siglo XIX, la fotografía se había puesto de moda en las principales ciudades del mundo.

Por eso, contrató al fotógrafo Pierre Louis Pierson, con el que trabajó durante más de cuarenta años, realizando más de cuatrocientos retratos de la condesa de Castiglione. En algunas ocasiones acompañada de su hijo Giorgio. En estos retratos, algunos aparecen coloreados a mano y otros eran retocados con guardo. Es frecuente que Virginia aparezca con disfraces, que nos remontan a personajes del teatro o de la época, en otros retratos aparecen sus propios vestidos de fiesta.

IEn cada foto aparece representando un papel, siempre empleando un cuidadoso vestuario, perfectamente maquillada y peinada. Era una adelantada a su época y sus posados nos recuerdan a los que actualmente vemos en las revistas de moda.

Sus fotografías eran utilizadas como forma de enviar mensajes a sus amantes o a su propio ex marido. Al conde de Castiglione le dedicó una fotografía que tenía por título “la venganza”, apareciendo Virginia sosteniendo un puñal de forma amenazante.

Lo que diferencia estos retratos de Virginia con los que se hacían en la época, no era tanto su extraordinaria belleza o sus magníficos vestidos, sino el hecho de que era ella, y no el fotógrafo, la que decidía el vestuario, la decoración, la postura de pose, el ángulo de la fotografía…

Tal como iba envejeciendo cayó en la depresión al no poder soportar ver como su rostro y su cuerpo envejecía. Comenzó a cubrir los espejos de su casa, a salir a la calle siempre cubierta con un velo y posteriormente ya sólo salía de noche. Posteriormente fue decorando sus habitaciones de negro y manteniendo las persianas de su casa bajadas y haciendo desaparecer los espejos.

Ante esta actitud de Virginia se le empezó a llamar “la loca de la plaza de Vendome”. Podemos leer en su diario personal, cuando tenía sesenta años, escribe “El Padre Eterno no se dio cuenta de lo que había creado el día en que la trajo al mundo. Le dio forma tan magníficamente que, cuando hubo acabado, Él perdió la cabeza en la contemplación de esta maravillosa obra”.

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La condesa de Castiglione con su hijo Giorgio

Son especialmente llamativos una serie de retratos donde aparece recogiendo sus faldas para mostrar sus piernas y pies, lo cual en aquella época era algo impensable. Significa romper con un tabú sexual y Virginia lo hacía como nadie.

Sus fotografías rompen cualquier tipo de convencionalismos respecto a los retratos de su época y por supuesto muestran mucho más de lo que estaba permitido que se viera en una mujer. Estos retratos responden perfectamente con su carácter excéntrico, artístico y reflejan la personalidad narcisista de Virginia. Nos muestran a una mujer extravagante, inteligente, creativa, dando muestras de rebeldía y construyéndose una imagen propia.

Virginia muera el 29 de noviembre de 1899, a la edad de 62 años, completamente sola. Fue enterrada por orden del rey Humberto I de Italia, en el cementerio monumental Pére Lachaise de París.

QInmediatamente después de su muerte, la policía y los servicios secretos franceses entraron en su casa y quemaron todas las cartas y documentos enviados a las más altas personalidades de la época. Se dice, que entre sus papeles, se incluían personalidades de la realeza, política, banqueros e incluso algún Papa.

El poeta y aristócrata Roberto de Montesquieu, que pertenecía al movimiento simbolista francés, escribió “La divina condesa” publicada en 1913. Además coleccionó hasta 275 retratos de Virginia Oldoini.

La vida de la condesa fue llevada al cine en 1942, “la contesa de Castiglione” y posteriormente en 1954, en una coproducción Franco-italiana se realizó “La Contesa di Castiglione” siendo interpretado por Yvonne De Carlo.

Mujer fatal y desgraciada que no aceptó nunca envejecer.

Virginia Oldoini, belleza, sexo y espionaje