jueves. 25.04.2024

mausoleo-primEl día 30 de diciembre de 1870 moría Juan Prim de resultas del atentado que sufrió tres días antes a su salida del Congreso de los Diputados en la calle del Turco (hoy marqués de Cubas), siendo presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, en vísperas de su partida hacia Cartagena para recibir al nuevo monarca, Amadeo de Saboya. Su asesinato ha generado una larga bibliografía y una intensa polémica hasta hoy mismo. No es el objetivo de este trabajo entrar en esta cuestión sino la de recordar su importancia política en la España liberal, recordando que también es fundamental su otra dimensión, la de militar, tanto dentro de España como fuera de ella en distintas misiones, destacando su participación en la Guerra Carlista, en una comisión militar en la Guerra de Crimea, en la Guerra de Marruecos y en la Expedición a México.

El general catalán Juan Prim i Prats (1814-1870) es un personaje fundamental en el reinado de Isabel II pero, sobre todo de la Revolución Gloriosa que terminó con aquel reinado e inauguró una intensa nueva etapa política liberal-democrática. En aquel momento, en vísperas de su asesinato, podría ser considerado como el político español más hábil del momento. Así lo tenía considerado la diplomacia británica. En una España con tanto protagonista militar en la política destacó entre sus compañeros por su habilidad, como demostró consiguiendo que Amadeo fuera votado en el Congreso para ser rey, habida cuenta de las inmensas dificultades para que lo fuera, y de mantener relativamente unidas las fuerzas revolucionarias de 1868. Prim ganó una cierta aureola romántica de rebelde, de conspirador, de probada valentía en el campo de batalla, pero unida a una innegable ambición política, sin olvidar que nunca dudó en emplear la dureza represiva cuando lo estimó necesario. Si fue temerario en el combate, en política se distinguió  por la frialdad y no se dejó llevar por la pasión irreflexiva de muchos políticos de su época. Prim fue masón. Algún historiador ha considerado que ingresó en la masonería para servirse de la misma para sus fines políticos pero, para otros eso es muy discutible. Por una denuncia de un masón que se retractó se le abrió una ficha policial en 1940, cuando llevaba muerto setenta años.

Inmediatamente después de su participación en la Guerra Carlista entraría en política, como era bastante habitual entre sus compañeros de armas. Lo hizo en el seno del progresismo a la altura de 1840. ¿Por qué tomó esta opción del liberalismo español y no la moderada? Seguramente, más que por convicciones bien formadas lo debió hacer por la influencia de su entorno. Reus, su ciudad natal, era un encendido foco del liberalismo frente a un campo circundante muy conservador y carlista.

En el año 1841 se presentó como candidato a diputado por Tarragona, obteniendo el escaño. En el Congreso trabajó en defensa de los intereses industriales catalanes. Consiguió que se le conservara su grado militar de coronel. Espartero, en el poder, le nombró Subinspector de Carabineros de Andalucía. En esta responsabilidad consiguió frenar a Narváez y sus seguidores que pretendían entrar por Gibraltar para terminar con la Regencia de Espartero. Pero la suerte de la Regencia pendía de un hilo. Espartero se enemistó con gran parte del progresismo español por su talante autoritario. El asunto del acuerdo de Espartero con los ingleses para establecer un tratado de libre comercio provocó la protesta de Cataluña, en un raro ejercicio de consenso entre los industriales y obreros. Prim abrazó esta causa y eso le enemistó con el Regente. El bombardeo que sufrió Barcelona después de la insurrección que allí se produjo fue un hecho que enfadó a Prim. En las Cortes protestó enérgicamente en una sesión del 20 de noviembre de 1842. Para evitar las represalias de Espartero decidió marchar a París.

En la capital francesa inició conversaciones con otros exiliados para conspirar contra Espartero, con la Orden Militar Española, encabezada por los moderados Narváez y O’Donnell, y es que la política seguida por Espartero habían provocado que muchos progresistas, como el propio Prim, decidieran aparcar sus diferencias políticas con los moderados para terminar con el Regente. En todo caso, Prim decidió volver a España al poco tiempo y seguir ejerciendo como diputado.

El 30 de mayo de 1843 encabezó un pronunciamiento en Reus contra Espartero y que fue secundado en Barcelona. Pero la intervención de Zurbano, que tomó Reus, provocó que Prim tuviera que huir a Manresa. Al final, el desembarco de Serrano en Barcelona y la llegada de Narváez a Valencia, confluyendo ambos hacia Madrid precipitaron los acontecimientos, que condujeron a la renuncia de Espartero. Prim fue premiado por su participación con los títulos de conde de Reus y vizconde del Bruch. Una adolescente Isabel II asumiría las responsabilidades directas del trono.

Pero la situación catalana era más compleja. La sublevación contra Espartero no terminó con su caída. La Junta Central creada en Cataluña iba más allá que el cambio en la jefatura del Estado, ya que se pretendía poner en marcha un programa político democrático y social muy avanzado para lo que el liberalismo, ya fuera moderado, ya progresista, estaba dispuesto a asumir. El nuevo gobierno de Madrid, compuesto por moderados y progresistas, encomendó a Prim, como gobernador de Barcelona, que terminara con la insurrección, la conocida como “la Jamància”. Le costó mucho esfuerzo a Prim terminar con una insurrección que se extendió por gran parte de Cataluña, empleándose con dureza. Este hecho le enemistó con la Cataluña más progresista y democrática. El éxito final de Prim le encumbró al generalato, además de la obtención de condecoraciones y grados.

El poder terminó en manos de los moderados de Narváez, que ejercieron un monopolio absoluto durante una década, aprobando una nueva Constitución (1845) y una batería de reformas legales de signo liberal pero muy moderado. Prim había contribuido con energía para terminar con Espartero pero era progresista y sus relaciones con los moderados no podían ser fáciles. El gobierno le encomendó la responsabilidad de la plaza militar de Ceuta para tenerlo alejado pero el catalán rehusó y decidió marcharse a París, donde consiguió un gran dominio de la lengua francesa. Al regresar a España fue acusado de participar en una conspiración para asesinar a Narváez, aunque sería absuelto de los cargos de inducción al asesinato. En todo caso, fue condenado a estar confinado en las Islas Marianas por conspiración, aunque terminaría siendo enviado a Écija, aunque esto no está muy claro porque parece que, por otras fuentes, empezó a cumplir su condena en un fuerte gaditano. Parece ser que fue perdonado y pudo marcharse al extranjero.

En octubre de 1847 fue nombrado capitán general de Puerto Rico, donde estuvo hasta el mes de julio del año siguiente. Fue cesado por la extrema dureza que desarrolló en la isla para evitar la rebelión de los esclavos y por la represión que ejerció.

Al regresar alternó estancias en España y en el extranjero, cultivando las relaciones sociales y viviendo por encima de sus posibilidades económicas. En los momentos finales de la Década Moderada consiguió salir elegido diputado en varias ocasiones, destacándose por la defensa de los intereses económicos catalanes, en una clara apuesta por el proteccionismo económico. Siempre fue atacado por los moderados, y hasta Bravo Murillo le expuso la conveniencia de que saliera de España durante un tiempo, dada su beligerancia política en la tribuna parlamentaria. Estando en París consiguió que el gobierno le nombrara jefe de la comisión militar que debía marchar a la Guerra de Crimea para que informara del conflicto. Seguramente el gobierno consideró que era muy bueno tenerle tan lejos de España. Desempeñando esta función se produjo la Vicalvarada, protagonizada por O’Donnell y Espartero, que puso fin al monopolio moderado en el poder, y regresó apresuradamente a España.

Prim no tuvo un gran protagonismo político en el Bienio Progresista (1854-1856). En las Cortes Constituyentes fue diputado, siguiendo con su tradicional defensa del proteccionismo catalán, lo que le acercó aún más a la burguesía de Barcelona, pero no consiguió que los catalanes a la izquierda le perdonaran su represión en 1843 y 1844. En enero de 1856 fue nombrado teniente general. Prim viajaba constantemente a París para organizar su boda. Estuvo de acuerdo con la postura que adoptó O’Donnell frente a Espartero. En este momento Prim se alejó de los progresistas para entrar en la órbita política de O’Donnell, que pronto montaría la Unión Liberal, una especie de centro político con los más progresistas de los moderados y los más moderados de los progresistas.

En mayo de 1856 se casó con Francisca Agüero González, mucho más joven que él y mexicana de nacionalidad. Su esposa era una rica heredera, ya que su padre era banquero. La boda costó tres años en celebrarse por la oposición de la que sería su suegra. Prim inició un tren de vida lujoso, adquiriendo diversas propiedades en España.

Durante el gobierno de Unión Liberal  el general Prim tuvo un claro protagonismo en la dimensión internacional del mismo. O`Donnell emprendió una activa política exterior de prestigio, aunque de escasos rendimientos, y Prim tuvo su papel. En primer lugar, participó en la Guerra de Marruecos, en la Batalla de los Castillejos, por la que recibió el título de marqués de los Castillejos, en la de Tetuán y en la de Wad-Ras, que liquidó el conflicto. Prim fue aclamado en Madrid, y con los voluntarios catalanes en Barcelona. Prim conseguía reconciliarse con la capital catalana. También participaría en la Expedición a México en relación con el impago de la deuda mexicana con británicos y franceses contra el gobierno de Juárez, y que desembocó en la intervención de Napoleón III en el país norteamericano imponiendo al emperador Maximiliano, pero donde España ya no participó.

A la vuelta de Prim a España en 1862 el gobierno de la Unión Liberal estaba en franca crisis. Los progresistas optaron por el retraimiento y por no colaborar, habida cuenta de las dificultades que, a partir de 1863 se estaban imponiendo al derecho de reunión. El liberalismo progresista estaba ya apostando por otra solución. Prim decidió romper con la Unión Liberal y reintegrarse a las filas del progresismo. Pero el general de Reus quería que el Partido Progresista participara en el juego político, que no optara por el retraimiento. En este sentido, insistió a la reina para que se aboliese la legislación restrictiva en relación con los derechos políticos, pero no lo consiguió.

La nueva situación política hizo que Prim basculara entre su tendencia conspirativa, como se demostraría en el pronunciamiento de la localidad madrileña de Villarejo de Salvanés de enero de 1866, y la sublevación del Cuartel de San Gil en el mes de junio del mismo año, ambos intentos fracasados, y su defensa de seguir haciendo política. Al final, la postura represiva y no negociadora adoptada por la reina y por los gobiernos unionistas y moderados inclinaría a Prim a defender la necesidad de afrontar de una forma más global y con más apoyos un movimiento que terminara con el sistema político isabelino.

Así pues, los progresistas y los demócratas, escisión de los primeros, decidieron ponerse de acuerdo en Ostende (Bélgica) en el mes de agosto de 1866 para derribar a Isabel II. Cuando O’Donnell murió en 1867 muchos unionistas se vieron libres de la obediencia al líder fallecido y se sumaron a la coalición revolucionaria. Narváez murió en marzo de 1868, por lo que a la reina ya no le quedaba ningún defensor de entidad. La Revolución Gloriosa se inició en septiembre de 1868, y después de la Batalla de Alcolea, estaba claro que el régimen de Isabel II no podía durar. La reina partió hacia Francia.

Prim jugó un papel fundamental en la Revolución. Fue nombrado ministro de la Guerra en el Gobierno Provisional encabezado por Serrano. Era el hombre del momento, por lo que después de la aprobación de la Constitución de 1869 fue nombrado presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra.

Gracias a las innegables dotes políticas del general y político catalán consiguió mantener unida a la coalición de fuerzas políticas que habían participado en la Revolución, y que se rompería cuando fue asesinado. La segunda tarea que tuvo que emprender fue buscar un rey, habida cuenta que se había optado por la solución monárquica. No fue tarea fácil por las consecuencias internacionales que podía generar un candidato u otro, y por las internas, ya que los monárquicos en España o eran partidarios de Isabel II y del príncipe de Asturias o del pretendiente carlista, además de la creciente tendencia republicana. El candidato preferido era el príncipe prusiano Leopoldo pero el emperador Napoleón III se negó, y de resultas de las complicaciones diplomáticas de este hecho, hábilmente manipuladas por Bismark, estallaría la guerra franco-prusiana. La opción prusiana generó un intenso debate en las Cortes. Al final, se optó por la solución italiana, un príncipe de la Casa de Saboya, Amadeo, hijo del primer rey de Italia. La candidatura fue aprobada por las Cortes.

Amadeo de Saboya se dispuso a viajar a España. Prim parecía en la cumbre de su prestigio y aquel día 27 de diciembre de  1870 en su carruaje fue acribillado a tiros. Tres días después fallecía. ¿Quién fue el inductor de este asesinato?, ¿el duque de Montpensier, herido por no haber podido acceder al trono español o el general Serrano celoso del poder de Prim? El caso es que se inició una instrucción judicial inmensa. Los detenidos terminaron siendo puestos en libertad. El misterio, como el del asesinato de Kennedy, comenzó y con el mismo la polémica.

La significación política de Prim