jueves. 28.03.2024
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“Vivimos inmersos en una dictadura de la arqueología….yo tiendo a echarle la culpa a Indiana Jones y su manía de intentar que cualquier objeto perteneciese a un museo”

Pedro Torrijos (smart Jot Down nº7)


Hace unos meses Jorge Martinez Reverte desde su habitual columna escribió un artículo (“Políticas de dinamita “.04/04/2016), en el que pedía sin ambages dinamitar el mal llamado “Valle de los Caídos”(*), saliendo así al paso de una piadosa propuesta sugerida por la actual alcaldesa de Madrid.

Más recientemente Jon Lee Anderson, periodista de New Yorker, ha secundado con vehemencia la petición de Reverte, dándola precisamente título en su artículo “Dinamitar el Valle de los Caídos”, publicado el pasado 17 de julio, víspera del 80 aniversario de la siniestra sublevación fascista.

Apoyo la moción (la de ambos periodistas, off course), pero tan solo en lo que me imagino que son sus fines, distanciándome discretamente de los medios.

Y ello, entre otras cosas de orden no principal, por tres motivos: el primero, por no compartir en ningún caso la justificación de los segundos por los primeros; el segundo, por rechazo a la producción armamentística y sus derivados, incluidos los utilizados en funciones civiles que, como ocurre en este caso, pueden comprometer seriamente los valores paisajístico del lugar; y, además, porque a decir de algunos expertos (José Cervera), a este paso el “conjunto” se caerá por sí solo, a menos que alguien incurra en la infamia de enterrar allí, para mantenerlo en pie, una cuantiosa suma de dinero que bien estaría empleada para restituir el paisaje al estado originario que presentaba antes de atropello franquista.

La solicitud debería acompañarse con la exigencia de proceder a continuación, sin más, a una doble restauración: la del paisaje tan brutalmente agredido por la zarpa fascista y sus ‘artistas’ (Muguruza y Ávalos) y la no menos importante de la lengua, recobrando la original toponimia -“Risco de la Nava” y “Valle de Cuelgamuros“- falsificada por el dictador con la denominación oficial que vergonzosamente aún persiste.

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Parabienes igualmente para la complementaria propuesta del columnista de El País -por coincidir siquiera una sola vez con él- de hacer extensivo el tratamiento prescrito para el “conjunto monumental” perpetrado en ese valle de la sierra del Guadarrama, al Arco del Triunfo, por el que se accede a aquél desde el barrio de Argüelles, procurando si posible fuese, extender la limpieza a su entorno (el ridículo y pretencioso faro-falo de la Moncloa). Solo faltaba que, siguiendo una nueva sugerencia, esta vez a cargo de alguien ‘inspirado’, le añadiésemos – como hizo Calatrava/Caja Madrid en la Plaza de Castilla- un nuevo ‘elemento’ a este ominoso conjunto con el que Madrid recibe y despide a los visitantes del noroeste.

Y ya puestos a secundar, y en esta ocasión por estrictas razones estéticas, me sumo a la exigencia de Pedro Torrijos para la catedral de Córdoba (“Razones por las que derribar la catedral de Córdoba”. smart Jot Down nº 7 abril 2016).

Así pues el apoyo a ambas propuestas – las de Reverte/Lee Anderson y la de Torrijos- añado tan solo un importante matiz de procedimiento: en vez de dinamitar o de derribar, propondría un delicado y cuidadoso desmontaje, en ambos casos para la restitución de la Memoria, la de la lengua y sus toponimias y la del bello paraje y paisaje de la sierra madrileña, “para que nuestra vista vuelva a encontrar el Guadarrama machadiano, azul y blanco y laico” (Eduardo Mangada) y para que, en Córdoba, ya protegidos definitivamente de “la grosera contaminación de la catedral”, poder gozar con la visión de la espléndida mezquita “flotando brumosa entre todas y cada una de las columnas , anegando los arcos, llenando los artesonados y los mosaicos con un velo líquido” (Torrijos).

Tras esos cuidadosos desmontajes, los restos podrían viajar a cualquier almacén para que, si alguien los reclama con distinta y respetable finalidad (incluido el coleccionismo), pueda hacer con ellos el uso privado que considere más oportuno.


(*) Ejecutado con mano de obra esclava según nos mostró Évole en su aleccionador reportaje hace pocos meses. 

Restaurar el valle (de Cuelgamuros)