viernes. 19.04.2024
cementerio

@Montagut5 | En un anterior artículo estudiamos las reformas emprendidas por el despotismo ilustrado en relación con la forma de enterrar desde una óptica higienista, intentando imponer que los fallecidos fuesen inhumados en cementerios nuevos extramuros y no en los templos o en sus cementerios adjuntos. Vimos cómo hubo que insistir, tanto en el reinado de Carlos III como en el de Carlos IV, para que se cumpliesen las reformas dictadas por Reales Cédulas y otras disposiciones, ya que la costumbre se resistía a ser superada. En este trabajo abordaremos los cambios que se produjeron en el siglo XIX, y que supusieron definitivamente el cambio en la forma tradicional de enterrar en España.

En el año 1804 se estableció un plan para la construcción de cementerios municipales, pero no se alcanzaron los objetivos marcados. El gobierno afrancesado se preocupó intensamente por esta cuestión dentro de su programa reformista. Se potenció la construcción de cementerios extramuros. El desastre demográfico que supuso el hambre en Madrid en plena guerra de la Independencia trajo consigo la necesidad de que aparecieran nuevos cementerios. Las cofradías sacramentales adquirieron, en este sentido, un gran protagonismo en ese momento y en el reinado de Fernando VII. El primer cementerio extramuros de la capital sería el Cementerio General del Norte (Puerta de Fuencarral) de manos del arquitecto Juan de Villanueva, que introdujo el sistema francés de nichos, y cuya obra comenzó antes de la guerra de Independencia. En 1811 se construye la Sacramental de San Pedro y San Andrés. Estaba situada en el Monte de las Ánimas a espaldas de la Ermita del Santo. El rey Fernando VII confirmó en 1814 la propiedad para la Sacramental. Este cementerio se tuvo que ampliar y pasó a ser la Sacramental de San Isidro. Fue el favorito de las clases altas -nobleza y burguesía- del Madrid de la época liberal.

A pesar de estos ejemplos y de otros en distintas ciudades españolas, se calcula que en 1857 carecían de cementerio municipal más de dos mil quinientas localidades. Una Real Orden de 1850 dispuso que los cementerios madrileños no podían situarse a menos de mil quinientas varas de la ciudad por su lado norte. Por el sur no se podían construir cementerios en la orilla izquierda del río Manzanares. En 1868 se dictaminó que los Ayuntamientos debían hacerse cargo de la administración y conservación de los cementerios.

El impulso de construcción de cementerios llegó con la Restauración borbónica. Una disposición de 1876 permitía la expropiación de terrenos para la construcción de cementerios, y en 1888 se establecieron las normas para levantarlos. Cada necrópolis tenía que tener un reglamento propio. Como ejemplo estaría el denominado Cementerio del Este en Madrid, que comenzó a proyectarse años antes. En mayo de 1876 se creó una comisión con el fin de preparar la construcción de la denominada “Necrópolis del Este”, en lo que serían terrenos de la localidad, hoy distrito, de Vicálvaro. El Ayuntamiento de Madrid compró los terrenos, pasando a pertenecer a su término. La situación de los cementerios madrileños se complicó mucho en los años ochenta. La epidemia de cólera de 1884-1885 produjo un vertiginoso aumento de la mortalidad, por lo que hubo que habilitar un cementerio provisional, “de epidemias”, y que se puso en marcha en junio de 1884, el conocido como Cementerio de la Almudena. Además, en ese momento dejaron de funcionar siete cementerios de la ciudad. El nombre de la Almudena es el que ha terminado por dar nombre al Cementerio del Este.

La legislación decimonónica fue intensa en relación con la muerte, siempre en un sentido higienista, muy en línea con los avances en sanidad y salubridad de la época liberal en materia de urbanismo. La administración municipal tenía que atenerse a estas normas, como hemos señalado anteriormente. Los cementerios debían estar bien administrados, limpios, con muros que los cercaran de más de dos metros de altura, y con puertas metálicas cerradas con candados. En 1898 se dispuso la prohibición del uso de féretros metálicos, estableciéndose las dimensiones y condiciones de las fosas, nichos y galerías.

Las reformas en los cementerios en el siglo XIX