jueves. 28.03.2024
Franco y Millán Astray.

"Los grandes dolores que padecía no le dejaban dormir por lo que tenía que recurrir frecuentemente a las sustancias antiálgicas, llegando incluso a utilizar los alcaloides del opio"

Pese a su avanzada edad, el diplomático José Pérez Oya guarda nítidos recuerdos de su niñez, de la Guerra Civil y de su padre, José Pérez López-Villamil, el médico republicano que sufrió el exilio interior salvándose de la purga franquista, entre otras cosas, por atender al general José Millán-Astray, fundador de la Legión.

Fue nada más iniciarse la Guerra Civil, en 1936, cuando la Junta de Defensa Nacional, recién nombrado Franco Jefe de Gobierno, solicitó los servicios de este médico para atender al militar falangista, responsable por aquel entonces de Prensa y Propaganda de la dictadura militar, cuyas delirantes arengas empezaron a inquietar a sus superiores.

“Esto ofreció ciertas garantías para la seguridad personal de mi padre”, cuenta José en conversación con este periódico, un salvoconducto que Villamil también utilizó para salvar algunas vidas, hasta que un secretario de Franco le advirtió”: Tenga usted cuidado porque a ver si le meto yo en la lista de depurados”.

Pérez Oya también nos remite a una entrevista que le hicieron a su padre los psiquiatras gallegos Tiburcio Angosto, Arturo Rey y Santiago Lamas. En ella, el facultativo relata lo siguiente: “Resulta que ante la labor desastrosa que hacía Millán Astray en Salamanca con sus arengas, que parecían más la expresión de un delirio por lo descabaladas que eran, que un acto de propaganda, me requirieron para que lo visitara profesionalmente. Lo veía dos veces al día y, a veces, conseguía que no dijera alguno de sus discursos que tenía preparados, por lo disparatados que eran. Era un gran psicópata, que padecía tremendos dolores por las heridas de guerra... como sabes tenía una amputación de brazo derecho y enucleación del ojo izquierdo, era terriblemente miedoso, sobre todo tenía miedo a un atentado por lo que veía perseguidores por todos sitios e incluso temía que lo envenenaran, de tal forma que los mejores mazapanes que yo tomé en mi vida, me los dio él, que se los habían regalado pero tenía miedo a que estuviesen envenenados. Lo convencí a través de estos encuentros que tomase algunas vacaciones y al final de ellas lo nombraron General del Cuerpo de Mutilados, creo que también a sugerencia mía, con lo cual no volví más a verlo, pues lo separaron de sus arengas. Los grandes dolores que padecía, no le dejaban dormir por lo que tenía que recurrir frecuentemente a las sustancias antiálgicas, llegando incluso a utilizar los alcaloides del opio". (Pérez López-Villamil, 1985).

“Esos mazapanes se los regalaban las monjitas” nos cuenta Pérez Oya quien también recuerda que su padre evitaba que el general acudiera a su consulta prefiriendo desplazarse él mismo al lugar donde estaba alojado el falangista. Millán-Astray tenía una “personalidad psicopática, sufría estados de sobreexcitación y tremendos dolores de cabeza, debido, según mi padre, a la bala que tenía alojada en la cabeza y que era inoperable”. Una personalidad contradictoria en la que se mezclaba la “máxima brutalidad” a la hora de “matar rojos” con una “inocencia en ocasiones encantadora”, cuenta Pérez Oya.

Ante un paciente así, Villamil era consciente de que su vida peligraba. Y tanto, en una ocasión Millán Astray le llegó advertir de que si alguien se enteraba de que le estaba tratando le quitaría la vida. “Médico, has acertado pero que no lo sepa nadie porque si lo sabe alguien, te mato. Tu eres catedrático de medicina legal y psiquiatra, no quiero que se sepa que me estás tratando. ¡Que no se entere nadie. Soy soldado de brava legión!”, le espetó según el testimonio de Pérez Oya.

ENFRENTAMIENTO CON UNAMUNO

Pérez Oya también recuerda lo que le contaron sus padres del famoso enfrentamiento entre Millán-Astray y Unamuno el 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca, durante una ceremonia por la entonces conocida como la Fiesta de la Raza. “Mi madre me contaba que mientras estaba sentada entre el público temía lo peor, ya que a su lado tenía a un falangista cuyo grado de excitación emocional era tan tremendo que, tratando de desencasquillar su pistola, se babeaba”.

Pero el testimonio más nítido lo cuenta el propio Villamil en la entrevista citada: “Aquel momento fue de un gran miedo, había unos objetos reales que nos lo producían las metralletas y las pistolas amartilladas de los legionarios y falangistas que estaban presentes en el Claustro de la Universidad aquel día. Terrible, tremendo. Se conmemoraba la Fiesta de la Hispanidad. D. Miguel no quería hablar en aquel acto, pero claro, la cosa empezó a ponerse fea... Cuando Unamuno se dirigía al acto, recibe la noticia de que el Catedrá­tico de Física de Valladolid, Pérez Martín, ha sido fusilado, y era un gran amigo suyo. Él preside el acto, a su derecha se coloca doña Carmen Polo, a la izquierda el obispo Pla y Daniel, y empiezan las exaltaciones al Imperio como era costumbre en aquellos días. En su intervención D. Francisco Maldonado de Guevara alude repetidamente a la Anti-España: los catalanes, los vascos y los madrileños que de aquella aún eran republicanos. Se levanta Unamuno para hablar, y con gran indignación dice, entre otras cosas, que vivimos una guerra incivil, que él es vasco y ha venido a Castilla a ense­ñar el castellano, que es necesario acabar con lo de la Anti-España, que sólo sirve para sembrar el odio entre españoles. Les habla a las mujeres salmantinas censurándolas cómo presenciaban los fusilamientos llevando prendidos al cuello un crucifijo o un escapulario, ¿qué pensaría de eso Santa Teresa de Jesús?, les dice. Acaba diciendo las famosas frases, que aún resuenan en mis oídos y hasta creo que en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca: ¡tened presente que una cosa es vencer y otra convencer... una cosa es conquistar y otra convertir! Al mentar al gran patriota y poeta filipino Rizal, Millán Astray, que estaba presenciando el acto empieza a dar saltos y puñetazos con su única mano gritando: ¡mueran los intelectuales! ... (por cierto que nunca dijo ¡muera la inteligencia!) Luego dijo algo referente al Alzamiento y a la justificación de éste. Millán Astray acaba de hablar y empezamos a oír a los legionarios y falangistas que amartillan sus pistolas y dicen: ‘¡vamos a matarlo aquí mismo... en su casa!’, refiriéndose a D. Miguel. Afortunadamente, el Catedrático de Derecho Canónico, que también estaba sentado en los estrados, se le ocurrió, en medio de aquél ‘maremágnum’, coger el brazo de doña Carmen y de D. Miguel, unirlos y así iniciar el descenso de aquellos y de esta forma salen juntos del Paraninfo. El resto del Claustro de profesores, salimos detrás, con tal susto dentro del cuerpo, con tal miedo, que éramos incapaces de articular palabra alguna, miedo que nos duró hasta mucho rato después”.

"ESTALLIDO COLÉRICO" 

Al testimonio de su padre, Pérez Oya resalta la famosa frase de Unamuno: "Podréis vencer pero no convencer" y el hecho de que el detonante del enfurecimiento de Millán-Astray se produjese justo cuando Unamuno se refirió “al gran escritor y patriota español”, Rizal, “que reclamaba para Filipinas un grado de autonomía razonable, que la imbecilidad del poder político en España no supo comprender y al cual solamente supo responder con el asesinato de Estado de este genial escritor, poeta y creador”. El General -sigue relatando Pérez Oya-, “enardecido y completamente fuera de sí interrumpió a Unamuno dando un puñetazo sobre la mesa presidencial del Paraninfo de la Universidad y diciendo a gritos "¡¿Puedo hablar?!" a lo que Unamuno habría contestado más o menos así: "Aquí puede hablar todo el que quiera y se sepa hacer escuchar".

Pérez Oya reseña ese momento con “el estallido colérico y patológico” de Millán- Astray y precisa asimismo el supuesto “noble gesto” de protección a Unamuno de la “egregia señora” Carmen Polo: “Este gesto, que de hecho se produjo, no respondió a una iniciativa de Doña Carmen, sino que vino dictada por el entonces Catedrático de Derecho Canónico y Sacerdote; Don Teodoro Andrés Marcos, que horrorizado del tumulto y confusión que se había producido, y temiendo por la vida del Rector conminó a Doña Carmen a darle su brazo a Unamuno para que su cercana presencia le sirviera de escudo ante una multitud enloquecida, algunos de cuyos miembros, pistola en mano, gritaban consignas tan demenciales como "¡Viva la muerte!" repitiendo la conocida frase de Millán”.


Fuentes:

-Testimonio de José Pérez Oya
-Entrevista a José Pérez López-Villamil, publicada en la revista SISO-SAUDE (Boletín de la Asociación Galega de Saúde Mental) en 1985
-Relato de la nieta, Lucila Pérez Suárez, rescatado de los recuerdos de su padre y recogido en el blog http://perezoya.blogspot.com.es/

El psiquiatra republicano que salvó la vida por tratar a Millán Astray