jueves. 28.03.2024
casado

(Título: de 'Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?',
famosa frase pronunciada por Cicerón 
y que traducida al español significa:
"¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?")


Si el sufragio, la soberanía popular, hubieran dependido de las derechas de este país, jamás habríamos gozado de un sistema democrático. Así que dejémonos de idioteces

Ha dicho Pablo Casado que la izquierda "se opuso al sufragio femenino” y que “las diputadas de izquierda estaban en contra de que las mujeres votaran”.

Analicemos estas dos cuestiones sin perder la compostura.

La primera relativa al sufragio universal a secas, porque se trata de una cuestión que el lenguaraz Casado obvia y que, en el caso que nos ocupa, es esencial para entender la segunda parte. A saber, ¿cuál ha sido el posicionamiento de las derechas con relación a la implantación del sufragio universal?

La segunda, referida a la parte específica en que asegura que las diputadas de izquierda estaban en contra de que las mujeres votaran. Como no especifica a qué mujeres se refiere, deducimos que son las mujeres que fueron diputadas por primera vez, algo que solamente ocurrió con la II República, nunca en la Restauración, ni en la dictadura de Rivera.

Como suele decirse en el argot coloquial, Casado ha oído campanas, pero no tiene ni idea de qué campanario proceden.

Sería muy largo y cansino contar lo que ha sido la historia del voto en España desde que se estableciera el sufragio universal para hombres mayores de 25 años como ley electoral en el Congreso el día 26 de junio de 1890, con el gobierno del alternante Sagasta, liberal por más señas. Me limitaré únicamente a concitar algunas voces de las derechas de todo signo que pulularon en España desde 1890 hasta la proclamación de la II República y que representan sin ningún aditivo su pensamiento fundamental con relación a este asunto. Pues leyendo a Casado parece que en España la democracia la inventó la derecha. Pues no. Y ello sin menoscabar la aportación de ciertos políticos conservadores, aunque siempre detrás de las izquierdas.

I. Sufragio Universal y derechas

Veamos cómo la derecha española histórica, de la que habrá que suponer que es el cordón umbilical de la ideología de Casado y sus acólitos, recibió en 1890 la ley del sufragio y cómo mantuvo dicha opinión hasta que llegó Franco, ante el cual revelaron finalmente qué componentes ideológicos albergaba su cerviz antidemocrática y antiparlamentaria.

Lo diré de forma taxativa y contundente. La tesis que de tal panorama se extrae es que solo las izquierdas vieron en el sufragio universal la verdadera representación del país. Solo. Las derechas no creyeron jamás en el potencial democrático de la ciudadanía.

Los fusionistas -del partido liberal fusionista, creado por Sagasta-, donde había políticos de toda laya y camisón, incluidos monárquicos-, aceptaron dicha ley a regañadientes, porque, en realidad, eran enemigos de la reforma de la constitución y, sobre todo, negaban la soberanía de la nación, puesto que la democracia la sometían al principio absolutista que otorgaba al poder real una autoridad superior. Eran primero monárquicos, luego borbones y, más tarde, monárquico borbones.

Los conservadores, menos feroces que las derechas pero con idéntico aparato conceptual, argumentarían que “la autoridad suprema del Estado jamás debe confiarse a la mayoría numérica de los ciudadanos, en las clases más pobres e ignorantes de la sociedad”. Por poner un ejemplo recurrente, en Navarra, uno de estos representantes, Juan Cancio Mena, del periódico El Eco de Navarra, portavoz de las ideas de Cánovas del Castillo, profetizaría que “las instituciones democráticas han de destruir tarde o temprano ya la libertad, ya la civilización, ya la una, ya la otra”.

El conservador Francisco Silvela sería uno de los pocos políticos de aquella época que no achacará el fracaso del sistema parlamentario a la ignorancia del pueblo, sosteniendo que “si el sufragio está profundamente viciado no es por culpa del pueblo, sino de nosotros, que lo dirigimos”.

Solo las izquierdas vieron en el sufragio universal la verdadera representación del país. Solo. Las derechas no creyeron jamás en el potencial democrático de la ciudadanía

No sé si Casado es católico y todo eso que lleva aparejada dicha adscripción confesional, pero cuando estos se organizaban como partidos confesionales, tenían, desde luego, muy clara su posición con respecto al sufragio y parlamentarismo, y que no era más que una destilación ideológica del pensamiento reaccionario español y europeo. Su sibilina actitud de rechazo al sufragio la resumía con estas palabras: “Hace muchos años el terreno en que luchamos los católicos en el terreno propio del liberalismo revolucionario, el sistema parlamentario, la política del sufragio universal, la acción pública y plebiscitaria, con libertad de palabras, de prensa y de reunión, con medios e instrumentos del sistema liberal, que a la fuerza de manejarlos y emplearlos nosotros engendrarán en los organismos políticos del campo católico los mismos males que tratábamos de combatir en el campo liberal”.

De ello, extraían una conclusión que será utilizada durante todo el siglo XX para conminar el sufragio de cualquier índole: “De la mayoría es imposible que surja una verdad electoral, pues ésta nunca estará vinculada al número de votantes”. El político conservador, Sánchez Toca, lo diría así: “si lo que se busca es la verdad y la pureza electoral, de nada se ha de huir tanto como del sistema del sufragio que a título de extender el voto amplía la corrupción y la mentira”.

Su planteamiento elitista se manifestará con mayor crudeza al defender la distancia insalvable existente entre un rico y un pobre: “Al confundir en una misma urna las voces de todas las clases, plebes y aristocráticas, ricos y pobres, barajados los estados, metiéndose los de uno en el otro, saltando cada uno de su coro, dando voto en lo que no sabe ni entiende, la única utilidad que habrá conseguido será amontonar al vulgo en corrillos, produciendo en la plaza de las demagogias que el país no lleve a los pueblos a mayores excesos que el derribo de las instituciones parlamentarias de la patria”. Y como las derechas no necesitan votar para gobernar, saque el lector la conclusión definitiva: “A la mierda el sufragio universal”.

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En todo momento, tanto las derechas radicales como los partidos conservadores negarán por activa y por pasiva que los ciudadanos puedan disponer de sus destinos por medio del sufragio universal o, por lo menos, elegir a aquellos que lo hicieran por ellos mediante una representación parlamentaria.

Atribuirán tantos males a la implantación del sufragio universal que retóricamente preguntarán: “¿Quiénes han transformado a los humildes y sencillos en bestias feroces que no respiran sino odio y destrucción? Es el liberalismo, el naturalismo. El principio del liberalismo es la soberanía popular, el sufragio universal. De ahí dimana el derecho de insurrección del pueblo y en declarar el sufragio universal como principio de autoridad”.

Lo habitual será calificar el sufragio universal de “superstición social”, atribuyéndole una “inexplicable capacidad para manejar a la muchedumbre, ignorante y ciega”. Y ya se sabe que el pueblo es grandioso cuando te vota y masa, chusma, plebe, muchedumbre y turba desatada cuando vota al contrario.

La opinión de los carlistas navarros de 1901, con respecto al sufragio, era la misma que tenían las derechas. La única diferencia se cifraba en que los primeros eran unos deslenguados y declaraban sin tapujos que “los carlistas tienen repugnancia a la lucha electoral, mala, mil veces más desagradable y menos noble que la misma lucha armada, mil veces más simpática y deseada”. Con dos co…riandros y un par. De hecho, a la candidatura que presenten en 1903, la denominarán “candidatura máuser”.

No hay que darle más vueltas, porque terminaremos mareados. El sufragio universal era de origen francés, en definitiva, un mal francés, como la sífilis, y lo que la derecha defendía era procedente de la “clásica y castiza tradición española” -¿suena la copla?-, donde no era posible dejar entrar a esa “monstruosidad” (sic) extranjera llamada parlamentarismo.

radicales

Tomás Domínguez Arévalo, conocido como conde de Rodezno, que con el tiempo se convertirá en ministro de Justicia del primer gobierno fascista, hablará del “virus del sistema parlamentario”. En un artículo titulado, El sufragio inorgánico, observará: “Somos sustantivamente antiparlamentarios y no podemos sentir más que despectiva desafección al sistema electoral. (…). Ni el sistema deja de ser absurdo, ni el Parlamento nuevo será representación de nada; de nada vivo en la sociedad. Frente al desafinado impero de la mayoría como fuente de legitimidad, frente a la ficción de un poder legislativo sin independencia, gregariamente sometido al gobierno, nosotros mantenemos siempre nuestra protesta y nuestra clara adhesión a los claros principios del derecho público tradicionalista”.

La guinda a este pavoroso panorama la pondría el periódico Diario de Navarra, convertido en el centro neurálgico informativo del General Mola en los preparativos del golpe en 1936: “El parlamentarismo ha hecho de la administración pública una laguna fétida y corrompida”. De ahí a arremeter día tras otro contra la II República fue todo uno. Hasta que vino el golpe y la democracia entró en hibernación.

Es bueno recordar que todas estas opiniones las compartiría aquel fascista llamado Mussolini, quien aseguraba de buena fuente que se “puede definir a los regímenes democráticos como aquellos que dan al pueblo de tiempo en tiempo la ilusión de soberanía. La soberanía efectiva reposa sobre otras fuerzas, a veces irresponsables y secretas” (B. Mussolini, La doctrina del fascismo). Sin duda. Eso mismo opinaría sin decirlo Franco, pues este, como es sabido, no se metía en política.

En definitiva: si el sufragio, la soberanía popular, hubieran dependido de las derechas de este país, jamás habríamos gozado de un sistema democrático. Así que dejémonos de idioteces. Nos puede gustar más o menos, pero la democracia y su sistema parlamentario añadido son lo mejor que nos ha pasado en toda la historia de España.

Una conquista inequívocamente debida a las izquierdas.

mujer voto

II. Sufragio femenino y diputadas de izquierdas

Dicho como lo dice Casado, parece que en el parlamento de 1931 de la II República -donde las mujeres eran elegibles, pero no electoras-, había cuatrocientas diputadas elegidas por sufragio universal, todas de izquierdas y que votaron contra el voto femenino.

En realidad, solo había tres: Clara Campoamor, por el Partido Radical; Victoria Kent, del Partido Radical Socialista y Margarita Nelken, del Partido Socialista.

En aquella acalorada discusión y posterior votación la única diputada que votó en contra fue Kent, porque Nelken, finalmente, votaría a favor de que las mujeres fueran elegidas y electoras.

En cuanto a la izquierda, ¿cabe decir que se opuso en bloque al sufragio femenino?

Todos los partidos juzgaron que el voto de las mujeres favorecería a las derechas. Y esta baza oportunista fue la que socavó los cimientos del pensamiento de unos y de otros. Las izquierdas vieron con malos ojos esa propuesta y las derechas, obviamente, la recibieron con los brazos abiertos. Pero ni unos ni otros, más las derechas que las izquierdas, ninguno de los partidos era claramente favorable a la emancipación de la mujer. En cambio, lo que sí fueron todos los partidos sin excepción es unos oportunistas y unos machistas declarados.

De hecho, las frases que hicieron época y glamour en aquella cámara salieron de boca de partidos calificados de derechas como de izquierdas o de tendencia socialista, pero, en realidad, tenían muy poco de izquierda y, menos todavía de socialismo mamado en Pablo Iglesias. Básicamente, eran partidos republicanos sin más, anticlericales, pero no mucho más feroces, que confundían el laicismo con el anticlericalismo. Roberto Novoa, de la Federación Republicana Gallega, diría que «la mujer es histerismo y se deja llevar por la emoción y no por la reflexión crítica». Otros, en la línea del actual Casado, lo digo por sus conocimientos sobre ginecología, dirían que “el histerismo impide votar a la mujer hasta la menopausia” (Hilario Ayuso, del Partido Republicano Federal). Pero, sin duda, la oferta más golosa la pronunciaría el diputado Eduardo Barriobero, del Partido Republicano Democrático Federal, quien pidió la exclusión de dicho derecho a las 33.000 monjas que existían en España, por motivos obvios. Pero, ¿qué partido no lo hubiera hecho sabiendo que con esa porción de votos se ganaba el acta de diputado sin esfuerzo alguno?

Pero el dato más importante es que ninguno de los partidos presentes en aquellas Cortes votó de forma homogénea y uniforme. Hubo, no solo barra libre, sino un desparrame total de votos, confundiéndose izquierdas y derechas en un tótum revolotum difícil de comprender y pocas veces repetido en un Parlamento.

Veamos.

El Partido Socialista tenía 116 diputados. 82 de ellos votaron a favor de la propuesta de Clara Campoamor; uno en contra y el resto desapareció. Luego, el PSOE no votó en contra, sino que parte de la camada se abstuvo, lo que es distinto aunque dicha página es un borrón en su historia.

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Clara Campoamor

Esquerra Republicana se dividió en dos, cuatro votaron a favor y cuatro en contra.

Paradójicamente, el Partido Radical, partido de A. Lerroux, se echó para atrás en el último momento, lo que no impidió que Clara Campoamor, militante de dicho partido y de quien había salido la iniciativa y la defensa más formidable del voto femenino, votase su propia propuesta.

Solo dos diputados del Partido Radical-Socialista votaron a favor de la propuesta, el resto en contra. Y el Partido Radical-Socialista, tampoco vayamos a creer que fuese un partido de izquierdas. La vitola de ser republicano no implicaba automáticamente poseer una ideología de izquierdas. Como hoy no lo es el prurito de presumir de ser demócrata.

Los diputados de Acción Republicana, otro partido bastante tibio a la hora defender posturas de izquierdas, votaron 17 en contra, y tres a favor

Y no se piense que las derechas votaron en bloque a favor del voto femenino, que es lo que debe pensar Casado. Para nada. Los fachas del Partido Agrario votaron a favor 13 de sus diputados, pero 4 lo hicieron en contra. De hecho, este partido calificaría la decisión final del Parlamento como “una puñalada trapera a la República”.

Alardear de que las derechas se posicionaron a favor de ese voto, cuando lo hicieron de modo cínico y oportunista, y no de un modo compacto y uniforme, es solo producto de alguien que, además de no conocer lo que sucedió en aquella asamblea constituyente, no tiene ni intención de hacerlo

El artículo 36 de la Constitución de 1931 - “los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales, conforme determinen las leyes"-, salió adelante con 161 votos a favor, 121 en contra, y 188 diputados ausentes.

¿Quién decidió que se aprobara dicho artículo? ¿Las derechas, fuente nutricia ideológica de las milicias de Casado? Visto lo visto, hay que ser artero y mequetrefe para decir que las izquierdas se opusieron al voto femenino.

Y alardear de que las derechas se posicionaron a favor de ese voto, cuando lo hicieron de modo cínico y oportunista, y no de un modo compacto y uniforme, es solo producto de alguien que, además de no conocer lo que sucedió en aquella asamblea constituyente, no tiene ni intención de hacerlo.

Es verdad que las elecciones de noviembre de 1933 dieron una mayoría parlamentaria a los partidos de centro-derecha y de derechas, dándose inicio al denominado bienio radical-cedista, de Gil Robles, o bienio negro entre 1933 y 1936. Si fue gracias a las mujeres que votaron, entonces cabría decir que las izquierdas tenían razón en sus temores. Eran buenos intérpretes de la realidad sociológica del país. Pero, ¿si no fue por eso, sino que la culpa estuvo en la abstención de la CNT? Una cuestión peliaguda que dejamos en el aire para que Casado la estudie en un máster, pero esta vez de forma presencial y con garantías de entregar un trabajo por escrito y sin plagios.

Da para pensar, porque, tres años después, el Frente Popular ganaría las elecciones en febrero de 1936. Votaron las mujeres y, no obstante, ganó la coalición de izquierdas. No parece, pues, que las mujeres fueran tan reaccionarias y tuvieran el coco abducido por el clericalismo de la época. ¿O, acaso, fue porque la mujer era más consciente de su poder político transformador que los hombres, tuvieran o no menopausia o andropausia, respectivamente?

El escritor Wenceslao Fernández Flórez fue el periodista de Abc que cubrió las crónicas parlamentarias de las discusiones y la votación a favor del voto femenino. Al comentar el triunfo de este, escribió que “para orgullo de la superioridad masculina, estamos seguros de que ellas nunca podrán superar nuestros absurdos”.

A Casado, desde luego.

Quosque tamdem abutere, Casado, patientia nostra?