viernes. 29.03.2024
unnamed

De la Revolución Rusa y su octubre, que fue en noviembre, nació una revolución que quiso ser comunismo más electricidad y se quedó en relámpago ardiente hendido por el trueno de la organización policial del Estado acobardado y receloso de los bolcheviques, incapaces de instaurar el drama de la democracia

La Unión Soviética resuena aún en los oídos de la gente de mi edad con la fuerza inmensa de un océano despeñándose por un terraplén universal, cayendo por donde se vierten los rescoldos poderosos de los imperios muertos, desmoronándose sobre los pilares incombustibles del planeta, en un colapso geográfico inverosímil, ajeno a los mapas.

Un imperio que enfrentaba, a la salud pública de las presuntas democracias capitaneadas por Estados Unidos, su ser comunista y su amparo imaginario, finalmente terrible, de los obreros que en el mundo son, que en los años del siglo XX tuvieron en aquella inmensa cárcel su patria y su redención aniquiladora.

Una dictadura brutal que se miró en los años obscenos de la Segunda Guerra Mundial en el espejo donde refulgía la de Hitler y su locura metódica: un territorio emocional de conjuntos adyacentes para los que las fronteras del odio no fueron nunca más que láminas indelebles de pura nada.

La URSS, aquel CCCP del chiste mexicano durante la Copa del Mundo del deporte rey del año 70, cuando un CuCurruCucúPaloma no bastaba para apaciguar a las garras de lo que no sabíamos eran los últimos veinte años de la zozobra de cientos de millones de personas apresadas por la falacia de las democracias populares que mejor cantaban las finalmente mentiras de la pervertida Internacional.

Ancianos de pobladas cejas trastornadas con sus gorros de astracanado astracán disfrutando de desfiles de hierro amedrantador en larguísimas avenidas heladas donde festejar la mentira de una revolución que inventó una nueva clase social para hacer creer que iba a hacer desaparecer a todas, a todas las clases ideadas por Karl Marx desde su inteligencia sonámbula del siglo XIX inanimado. ¡Ay el plano de las ideas y su propaganda retórica desligada del futuro que no existe y amilanadas ante un pasado que surge sin cesar del magín de los filósofos! ¡Las ideas que no saben ser presente pero sí muerte!

La Rusia que lideró un bloque a aquel lado del Telón de Acero en la muy gélida Guerra Fría de la posguerra que tan bien nos explicara Tony Judt antes de morirse un poco, la de la proliferación nuclear, la Rusia culpable que gritara Serrano Suñer a la hora de reclutar a los soldados españoles que ayudarían, bien poco, a Hitler. [Aquella Rusia del gol de Marcelino y cuya mera existencia ayudó a convertir al geral(ísimo) y dictador español Francisco Franco en un monarca perpetuo sin trono pero con heredero, un heredero que se redimiría de su cruel origen con una Constitución y un ponerse ante las cámaras frente a un golpe de Estado de opereta acojonadora.]

La Rusia comunista que era parte de la URSS y era al tiempo la Unión Soviética y el recuerdo de los zares autocráticos sustituidos por Lenin y Stalin y los que vinieron después hasta que Gorbachov hundió el buque para convertirse en el comunista más querido de todos los tiempos… fuera de la patria del comunismo.

Una república federal de repúblicas federadas en torno a la verdad latente del socialismo en un solo país, una república de repúblicas que encabezaba un mundo de repúblicas europeas (sobre todo europeas) donde el socialismo real era tan irreal como sus industrias suicidas, tan irreal como sus educados equipos de fútbol y sus educados equipos de baloncesto y sus atletas embajadores drogados y tan rubios. Tan Chernóbil desde 1986 hasta tus escombros. Tan catástrofe y tan radiación.

La Unión Soviética que se desmoronó sin que nadie supiera nada ni lo previera, ni siquiera aquellos kremlinólogos que examinaban las heces de los dirigentes soviéticos cuando los viejos carcamales de la nomenklatura hacían sus deposiciones en los hoteles del mundo occidental al que venían para negociar el final de un mundo bipolar donde los bipolares autócratas urssiáticos defendían al mismo tiempo la libertad de la clase obrera y la llevaban al paraíso de los gulags construidos para salvarla del capitalismo y ser superpotencia.

Aquella, aquel país, aquel Estado, aquel país de países, aquel poder bloqueante que era en sí bloque y respiraba a través de los pulmones de la dureza de los diamantes del movimiento obrero, de un movimiento obrero que pareció emitir su doble canto de cisne en el comunismo soviético de las democracias populares y en las socialdemocracias reconstructoras del espíritu liberaloide del capitalismo, aquel sueño derruido en la realidad del socialismo real que fuera amenaza y fuera planes quinquenales, una existencia la suya que por sí mima esconde todo un siglo, corto pero siglo, el siglo XX de los millones de muertos atropellados por la Historia.

El siglo de las guerras mundiales, el de las más feroces dictaduras europeas, asiáticas, africanas y americanas, el de los dos mundos que crecen sin mirarse, uno hacia la pobreza y la destrucción y otro ¿hacia el progreso?, el de la derrota del comunismo y al tiempo el de su pretendida victoria, el de las democracias formales y el de la incapacidad de la solidaridad intergubernamental, el siglo de las grandes hambrunas y el de las enormes masas de refugiados, el de la hegemonía del país del “destino manifiesto”, el de la revolución juvenil capaz de crear y promover una banda sonora “global” en un mundo mundializado, el siglo de Mandela, Gandhi, Vicente Ferrer y el de Adolf Hitler, Jósiv Stalin, Pol Pot, el siglo de Di Stéfano, de The Rolling Stones, de Barceló… El siglo XX.

Fue sí la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas un desmadejado asalto a los cielos que no acabó en el final de la Historia, si acaso en la derrota del olor a perfume y santidad de las revoluciones de los derrotados, una nueva manera de mostrarnos la fuerza irreductible del pasado y lo poco que pueden hacer (bien) los humanos para desviar su curso inexorable hacia el vacío, un recorrido que es incapaz de demostrar aquello de que lo que importa es el viaje. El pasado que ya no existe es cada vez más un presente al que no se le termina de ver un futuro que nunca llega.

Un fantasma recorrió Europa. Un fantasma que se manifestó intolerante, totalitario, brutal, irracional, enorme, secuestrador de la razón que lo alumbró. Un fantasma que convirtió una hermosa palabra, comunismo, en una palabra dolorosa, vertebradora del mundo, amada y odiada con el vértigo de las tormentas imaginarias. Un fantasma que sucumbió hasta desvanecerse en los restos eurocomunistas de los herederos perplejos de una ideología manchada de sangre y traicionada por la realidad del socialismo real, por el estalinismo victorioso y por el estalinismo camuflado que miró tanto al mundo oblicuo del capitalismo que quedó hipnotizado por la furia juvenil del rocanrol y la vitalidad del Estado del bienestar del otro lado del Muro.

De la Revolución Rusa y su octubre, que fue en noviembre, nació una revolución que quiso ser comunismo más electricidad y se quedó en relámpago ardiente hendido por el trueno de la organización policial del Estado acobardado y receloso de los bolcheviques, incapaces de instaurar el drama de la democracia. Aunque de democracia popular inundaron el acervo de los comunistas mundiales que por doquier se levantaron en armas allí donde las dictaduras anticomunistas brotaban, al hilo de la Guerra Fría, de los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial y de los comunistas que quisieron perpetuar el sueño revolucionario en los países donde la democracia liberal, a la que los prosoviéticos llamarían democracia formal, ejercía el dominio participativo en la cosa pública.

La URSS, la Sovietsky Soyuz, la Unión, la Soyuz, no nació en 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial, pero casi, la URSS no llegó a cumplir 70 años, aunque en realidad los superó, y si surgió oficialmente en 1922 desapareció de la realidad en 1991 dejando tras de sí la estela del Bloque del Este, del mundo comunista y del centralismo marxista-leninista fundamentado en la delación y en un mercado desabastecido contrario eso sí a los principios terribles del capitalismo sin protección. De un diciembre de la década de los 20 del siglo XX hasta un diciembre de la de los 90 de la misma centuria: inauguraste el mundo de los estados donde aplicar los principios del socialismo, los principios que querían un feliz final, comunista, que nunca llegó salvo al vocabulario y al uso común, incorrecto de tu categoría social y política.

En su bandera, la hoz y el martillo y la estrella dorados en el extremo superior izquierdo sobre el rojo color rojo que fue más rojo que nunca antes lo fuera en aquellos tiempos de la república socialista soviética de Armenia y de la república socialista soviética de Azerbaiyán y de la república socialista soviética de Bielorrusia y de la república socialista soviética de Estonia y de la república socialista soviética de Georgia y de la república socialista soviética de Kazajistán y de la república socialista soviética de Kirguistán y de la república socialista soviética de Letonia y de la república socialista soviética de Lituania y de la de la república socialista soviética de Moldavia y de la república socialista soviética de Rusia y de la república socialista soviética de Tayikistán y de la república socialista soviética de Turkmenistán y de la república socialista soviética de Ucrania y de la república socialista soviética de Uzbekistán.

La Unión Soviética hacia la que miró el último revolucionario del siglo XX, el eslabón perdido entre Espartaco y el futuro que nunca llega, el dirigente de origen gallego que construyó la Cuba que conocemos recién muerto, absorbido más que absuelto por la Historia, en palabras de Justo Serna. Fidel Castro, tan poca cosa sin una buena foto del Che cerca de su respiración tropical llena de la palabra revolución y de una sanidad universal en una isla aislada por el gigante americano y sin recursos ni concursos. Cuba, China y Corea del Norte. Y nada más ya hoy quedan del camino abierto por ti, Unión Soviética.

Tus casi 22 millones y medio de kilómetros cuadrados, tus 10.000 kilómetros de largo por 5.000 de ancho, tus 293 millones de súbditos en el final de tu tiempo, tus muchas etnias, tus muchas naciones o nacionalidades, tu sangre derramada en Stalingrado y en tantos de los suelos heridos de muerte de la guerra de Hitler, tus soldados en África y en Asia y tus primaveras de Praga cortadas de raíz por esos tanques tuyos tan carros de combate y tan Pacto de Varsovia, tus mujeres y tus comisarios del pueblo, tus escritores y tus músicos y tus pintores y tu falso realismo socialista tan irreal y tan poco socialista, tan imperial y tan iglesia de feligreses arrestados.

Tuvo tu régimen, tu régimen soviético, virtudes indudables que enumerarlas llevaría a la gran pregunta: ¿no importa el cómo, sólo interesa el para qué? Pero sobre todo planea por encima de tu existencia de siete décadas en el corazón del siglo de las guerras atroces una duda: ¿aquello ocurrió? La clase obrera fue salvada de las garras de los tiempos liberales y socialdemócratas a tiempo, según tus adalides. La clase obrera fue enmarcada en un destartalado sistema solar que tenía en el centro el alma petrificada de las ilusiones de Lenin y de los ejércitos imperiales eternos, decimos tantos otros.

¿Hacia dónde estábamos mirando que no veíamos tu desmoronamiento ni supimos anticiparnos al nuevo atlas? Unión Soviética para la que Afganistán fue tu Vietnam, qué gran ocasión perdida para decirles a los tiburones que no tienen razón en su endiosamiento del dios mercado dejado al albur de la iniciativa de los echados palante, qué pena me dio cuando supe que Lenin era una momia para la que la justicia vale menos que los libros y las palabras fabulosas, qué solos se debieron quedar cuantos murieron por seguir sus frases y su mirada asiática sin remilgos.

Tras la caída del Muro y con tu propia inexistencia durante los estertores del siglo en que yo mismo nací, queda nostalgia de ti y ni los partidos comunistas del mundo libre se atreven a ser por sí mismos nada y se envuelven en celofanes de siglas alternativas y alternantes. Nostalgia de ti, como si hubieras sido una canción.

Cuánta Historia la de Leningrado, que volvió a ser San Petersburgo poco antes de tu colapso, y había recibido el nombre de ciudaddeLenin después de ser durante una década ciudaddePedro; cuánta la de todas las tierras de los zares y de los comisarios del pueblo. Cuánta la tuya, Unión Soviética… La URSS de los tres golpes de Estado, el de 1917, fundacional, el de 1964, contra la cara simpática de la desestalinización, y el de 1991, el del final, el único que fracasó, el golpe de los que veían que el mundo en el que eran casta se periclitaba absorbido por la música pop y las películas estadounidenses.

Apparatchik, Ejército Rojo, KGB, comunismo de guerra, Gran Purga, desestalinización, Guerra Civil rusa, Nueva Política Económica, PCUS. Sistema de partido único, Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Sóviet Supremo, Comité Central. Kremlin. Leo Vida y destino durante muchas noches en las que siento la presencia de la noche que fuiste, URSS donde probablemente Karl Marx habría sido carne de prisión al menos una vez en su vida soviética imposible. Desterrados y espías, ciudadanos sin ciudadanía en ciudades cuidadosamente cuidadas, habitantes del imperio soviético a los que la firma del START I, de aquel Tratado de Reducción de Armas Estratégicas primigenio, vino a salvaros no sé muy bien de qué. Perestroika y glásnost fueron las más famosas palabras mundiales de la lengua del imperio, secuestradas muy breve y angustiosamente en el golpe del último de tus agostos que sería a la postre el último cartucho que le quedaba a la momia de Lenin para adentrar a Marx y a Engels en el futuro incierto de un mundo bipolarmente suicida ajeno a la distensión.

Y a vosotros, soldados soviéticos que vinisteis a ayudar a lo que quedaba del aliento magnífico de aquella española república de trabajadores de toda clase sumida en una guerra (in)civil, soldados mandados por Stalin para defender la democracia que él no quería en su imperio estalinista purgado y de estalactitas. Soldados de la Unión Soviética, no sé bien que deciros.

Unión Soviética y disidentes, tres palabras unidas en tus décadas de realidad ejercida sobre tanta superficie europea, sobre tanta tierra asiática, hasta el día 21 del mes de diciembre del año 1991. Unión Soviética que te desvaneciste en la fantasmal Comunidad de Estados Independientes, en la oscura e ignorada CEI, poco antes de que lo hiciera aquel COMECON donde hasta Cuba y Vietnam y Mozambique cooperaran asociados para gestionar la pobreza o la riqueza o lo que surgiera de unas economías dirigidas desde la capital del Imperio.

Veo a Boris Yeltsin subido a un carro de combate y veo tu caída, veo la sonrisa de un papa polaco y la de un actor retirado estadounidense y veo la de un señor llamado Putin que aprenderá muy pronto que un imperio puede cambiar de nombre pero es capaz de proseguir su lucha con el tiempo y con las estrellas. Veo a Lenin y veo a Papá Stalin y a los kulaks forzados a colectivizarse en un purgatorio anestesiado, veo la cabeza destrozada de Trotsky y veo la mancha en la cabeza de Gorbachov y veo a Jruschov quitándose un zapato delante de todo el mundo y veo a Solzhenitsin y a Sajarov y a Grossman y escucho el tableteo de una ametralladora derrotar a tu némesis en las puertas de Stalingrado y de repente todo cesa y ya no veo nada, no escucho nada, no siento nada, sólo la respiración de estertor de una masa de seres humanos aniquilados por no saber ser libres. Por NADA.

Sin noticias de la Unión Soviética