martes. 19.03.2024
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Pacto de Madrid. EEUU-España 1953.

@Montagut5 | Las negociaciones para llegar a un acuerdo entre Estados Unidos y España comenzaron en abril de 1952 con la misión económica encabezada por George Train. Muy poco antes, Acheson había informado al Congreso que se iban a iniciar estas negociaciones, presionado por la propia Cámara. La misión norteamericana se encontró, nada más llegar a Madrid con la pretensión del Gobierno español de que se dispusieran de inmediato 102 millones de dólares de la ayuda que el legislativo norteamericano había aprobado. Pero se recibió una respuesta negativa. Había que negociar. Y esa era la baza de los norteamericanos, que también enviaron una misión militar con el general August W. Kissner al frente. Deseaban vincular ambas negociaciones, instrumentalizando la económica, es decir, la que más necesitaban el gobierno de Franco y la propia España, para sacar ventaja militar. En realidad, esta fue la estrategia del ejecutivo norteamericano, y no tanto del legislativo. Si se quería ayuda económica había que otorgar bases militares. España se había convertido en un lugar importante para la nueva estrategia norteamericana de la Guerra Fría, por el control del Estrecho de Gibraltar, y porque el país podía convertirse en la retaguardia de todo el complejo dispositivo militar en el resto de Europa occidental. Las Islas Canarias también tenían su importancia en el control de esa parte del Océano Atlántico y del continente africano, especialmente cuando se presumía que muy pronto iba a independizarse de Francia y España.

En medio de las negociaciones cambió el signo político de la Administración norteamericana, al ganar el republicano Eisenhower en las elecciones de noviembre de 1952 sobre Stevenson. Eso significó que los posibles escrúpulos políticos de los demócratas desaparecieran, aunque no la estrategia de sacar ventaja militar, el gran objetivo norteamericano. Eisenhower nombró en febrero de 1953 como embajador extraordinario y plenipotenciario en Madrid a James Clement Dunn, de larga trayectoria diplomática, y que en el inicio de la década de los veinte había servido como secretario tercero de la Embajada norteamericana en Madrid. Venía de servir como embajador en Italia y Francia, habiendo participado en la Conferencia de Berlín de 1945, teniendo, por lo tanto, un perfil alto. El sería uno de los firmantes, en su momento, de los Acuerdos en el Palacio de Santa Cruz.

Las negociaciones fueron complejas, habida cuenta de los distintos intereses de ambas partes. Fueron muy secretas, y Franco decidió que no interviniera el Ministerio de Asuntos Exteriores, algo inaudito, si se tiene en cuenta que era una negociación entre dos países. La parte española fue llevada por el general Juan Vigón, por los miembros de los Ministerios militares y por el Alto Estado Mayor. Tampoco el gran artífice de los acercamientos entre los dos países en Washington, José Félix de Lequerica, participó en el proceso, y no pudo estar al tanto de nada porque se le mantuvo al margen. En las negociaciones económicas, en cambio, sí hubo más participación de la parte civil del Gobierno español, tanto del Ministerio de Asuntos Exteriores, como de los Ministerios de los ámbitos económicos. Esta participación fue mucho más beneficiosa para los intereses españoles que la militar. Llama la atención, desde nuestra perspectiva, estas diferencias y falta de coordinación en unas negociaciones cruciales, especialmente, la marginación del ámbito diplomático, el que, en realidad, más experiencia debía tener en estas cuestiones, pero no debemos olvidar que estamos ante un régimen nuevo, que no seguía, al menos, en sus inicios, los cánones propios de un sistema democrático ni tan siquiera liberal a la vieja usanza. El franquismo seguía bebiendo de las novedades que el fascismo había introducido en la forma de organizarse y funcionar de la Administración, con varios organismos y responsables sobre una misma materia u objetivo, y que desconocían lo que hacían los demás. De ese modo, el dictador podía mantener el control final sobre todo el proceso en la parte española. No debemos olvidar, tampoco, los recelos de Franco ante una cuestión tan vital para la propia supervivencia de su régimen. No se podían dejar cabos sueltos, ahondando más en su natural desconfianza hacia los demás, incluidos sus fieles.

Las negociaciones hispano-norteamericanas (1952-1953)