jueves. 28.03.2024
2015111709300990647
Infografía: BBC

@Montagut | Por trabajos anteriores ya conocemos, en líneas generales, el reparto de zonas de influencia del Próximo Oriente entre el Reino Unido y Francia. Se trata de una compleja historia de negociaciones entre ambas potencias, que comienza en el Acuerdo Sykes-Picot de 1916, en plena Gran Guerra, sigue después de terminada la contienda en el Tratado de Sevrès de 1920, luego revisado por el de Lausanna en 1923, y llega a un punto determinante con la Declaración de San Remo y el Convenio de París, ambos de 1920. La Sociedad de Naciones ratificará el sistema de Mandatos orientales, que liquidaron la administración turca y establecieron una nueva etapa, la última, indudablemente, del colonialismo occidental europeo. Los intereses del pueblo árabe no se tuvieron mucho en cuenta. Los Mandatos eran administrados en nombre de la Sociedad de Naciones. Esta fórmula también se aplicó no sólo a los antiguos territorios del Imperio turco-otomano, sino también a las colonias del desaparecido y derrotado Imperio alemán en África.

Los Mandatos británicos se articularon en torno a monarquías árabes y evolucionaron hacia una autonomía controlada. El hachemita Faysal se asentó en Irak, después del fracaso del gobierno sirio de Damasco. A partir de 1930 casi ya puede ser considerado un país independiente. Después estaría Transjordania, creada por Londres en 1923 y que también es entregada a un hachemita, Abdullah. Por fin, Palestina sería gobernada directamente por una administración británica en medio del creciente conflicto generado por las promesas hechas en la Declaración Balfour a los judíos y que generaron intensas reticencias entre los árabes.

Los Mandatos franceses optaron por la fórmula de la república, en línea con el régimen político galo. Son los de Siria y Líbano. Ambos accedieron a una autonomía controlada en 1936.

Mucho más compleja es la situación en la península Arábiga. Allí se desarrolló un intenso enfrentamiento entre los hachemitas del Hezjaz, es decir la larga región que linda con el Mar Rojo y donde están situadas las ciudades santas de La Meca y Medina,  y los sauditas del Nejdz en el centro de la península. Los conflictos ya existían antes de la Revuelta Árabe pero se habían frenado un tanto a raíz de la intervención de Londres que apaciguó momentáneamente a los sauditas para potenciar dicha Revuelta contra los turcos, con el jerife Husayn y su hijo Faysal, principales líderes hachemitas. Pero en 1919 la situación se complicó hasta que en 1932 salieron victoriosos los saudíes. El rey Ibn Saud sometió a los reinos peninsulares y logró expulsar a los hachemitas. Así pues, en ese año nacía Arabia Saudita.

En 1920 se reconoció la independencia de Omán y 1937 la de Yemen. En 1922 se concede, por parte del gobierno inglés, una independencia teórica a Egipto. Se aprueba una Constitución al año siguiente y se constituye una monarquía con el rey Fuad, que dura en el trono hasta 1936.

Aunque es cierto que se caminó hacia la independencia durante este intenso período histórico, también hay que resaltar que este proceso se realizó siempre bajo la tutela de Londres y París. El viejo sueño de un Estado árabe unido o de, al menos, una Confederación de Estados árabes no llegó nunca a cumplirse. Los árabes quedaron divididos en Estados independientes, ya fueran monarquías, ya repúblicas, y que seguían vinculados en muchos aspectos a las dos potencias occidentales, situación que se mantuvo durante la Segunda Guerra Mundial, aunque conviene citar que en ese momento surgió una corriente nacionalista árabe proalemana o, al menos, antibritánica. En todo caso, en líneas generales los árabes permanecieron al lado de los aliados.

El mundo árabe en el período de Entreguerras