jueves. 28.03.2024
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Salón del Trono.

Las transformaciones profundas en todos los órdenes del Japón Meiji fomentaron la expansión imperialista, algo que había sido una constante histórica japonesa

@Montagut5 | A mediados del siglo XIX, Japón pasó de ser un país aislado y con características feudales, a convertirse en una impresionante potencia económica y militar en Asia.  El cambio se conoce como la “revolución”  o “restauración” Meiji, un proceso dirigido desde arriba para transformar la estructura política, económica y social de Japón. Por este aspecto de cambio el proceso puede ser considerado como revolucionario pero, por otro, se conoce como restauración porque supuso, aunque con otros presupuestos, la recuperación del poder imperial.

Japón estaba regido por un antiguo sistema feudal con tradiciones propias, y aislado frente a Occidente, a pesar de los intentos del colonialismo europeo de los siglos XVI y XVII por establecer contactos comerciales y religiosos. El poder se encontraba repartido entre los grandes propietarios rurales o daimios, junto con los señores de la guerra o samuráis. Al frente del sistema estaría el shogun, especie de ministro o valido que concentraba los máximos poderes frente a los emperadores, figuras más bien simbólicas y que vivían retirados en Kioto. Desde el siglo XVII el shogunato estaba ocupado por la familia de los Tokugawa, que regía el país desde la ciudad de Edo.

La base económica japonesa era la agricultura, especialmente del arroz. La mayor parte de la población era campesina y vivía bajo las duras condiciones de la servidumbre.

En la primera mitad del siglo XIX se establecieron algunos contactos con comerciantes holandeses, rusos y británicos. Por su parte, Estados Unidos intentó mantener relaciones comerciales con puertos japoneses. En 1853, el marino norteamericano Perry llegó con su flota a la bahía de Edo, exigiendo poder entregar una carta al emperador y la apertura de algún puerto japonés, provocando fuertes divisiones en la clase dirigente. Al final, en 1854 se abrieron al comercio dos puertos, rompiéndose con el tradicional aislamiento japonés. Occidente siguió presionando e impuso la firma de un tratado comercial, por el que Japón establecía relaciones comerciales con Gran Bretaña, Holanda, Francia y los Estados Unidos. Este tratado fue interpretado por los japoneses como una grave humillación y provocó una profunda crisis en las estructuras políticas tradicionales, que precipitó los cambios de la era Meiji.

En enero de 1868, los señores feudales Satsuma y Chosu se hicieron con el gobierno y restauraron el poder del emperador en la persona de Mutsu-Hito, o Meiji Tenno, un adolescente de catorce años, y le hicieron residir en Edo, la antigua capital del shogunato, que cambió su nombre por el de Tokio.

El emperador Mutsu-Hito reinó entre 1868 y 1912, en una etapa fundamental en la historia del Japón y que se conoce como el período Meiji, que significa “gobierno iluminado”. El período se caracterizó por profundas y rápidas reformas, impulsadas desde arriba por el poder imperial, y que hicieron que el país pasara del feudalismo a ser una potencia moderna de primera magnitud en unos decenios.

El emperador comenzó a gobernar con un poder absoluto y estableció un nuevo sistema político con un consejo de gobierno odakojan y un gabinete de ministros, para emprender las reformas. En primer lugar, se desmontó la estructura de poder feudal, arrebatando el poder a los señores feudales, eliminando sus privilegios y se transformaron los antiguos feudos en departamentos dirigidos por representantes del poder central. En 1869 se eliminó la influencia samurái en el poder militar al establecerse un Ministerio de la guerra y un Ejército moderno y poderoso según el modelo prusiano. Se implantó el servicio militar obligatorio, un instrumento de unificación e igualdad social, incorporando a los campesinos a las tareas militares.

La culminación de las reformas políticas de la era Meiji llegó con la elaboración y aprobación de la Constitución de 1889, la primera de la historia de Japón y con un marcado carácter liberal conservador, adoptando algunos principios de los modelos alemán y austriaco. La Constitución estuvo en vigor hasta 1947.  La Constitución reconocía el poder absoluto del emperador, ya que era él quien la otorgaba y a él solamente le competía presentar enmiendas; los ministros solamente serían responsables ante él y no ante el legislativo; retenía el mando militar y podía suspender el parlamento. El texto constitucional establecía un parlamento bicameral, con una Cámara de Pares y otra de Diputados, elegidos por un sufragio censitario muy restrictivo. La Cámara de Diputados ejercería un control relativo del gasto y presupuesto. También se reconocía una declaración de derechos.

La Constitución de 1889 supuso el reconocimiento diplomático de las principales potencias occidentales. Pero el sistema político establecido refrendaba el poder de una oligarquía de un grupo de familias que monopolizaron el poder, a través de los partidos tradicionales que se turnaban en el poder o se unían en los momentos difíciles, en las denominadas “uniones sagradas”.

En cuestiones legales se aprobó un nuevo Código civil y otro penal, esta vez de clara influencia francesa; la tortura fue abolida.

La educación fue una clara preocupación en la época Meiji porque era contemplada como un factor fundamental para la modernización, ya que en todos los campos se necesitaba mano de obra cualificada. Se calcula que el 40% de la población japonesa era analfabeta, aunque, seguramente este porcentaje era mayor en el ámbito rural y entre las mujeres. En 1871 se creó el Ministerio de Instrucción Pública y se reformó el sistema educativo, ya que se decretó la educación obligatoria. Se construyeron millares de escuelas y se emprendió la formación de decenas de miles de maestros. También se impulsó la educación de las niñas y se aplicaron modernos métodos pedagógicos occidentales. En 1877 se fundó la Universidad de Tokio. En esta época nació la prensa moderna en Japón, factor clave en la introducción y difusión de las reformas de signo occidental. El diario El Asahi (Sol Naciente) se convirtió en uno de los diarios con mayor difusión del mundo.

El sintoísmo, antiguo culto animista, se convirtió en la religión oficial del Estado; sus sacerdotes fueron considerados como funcionarios. Mientras que el cristianismo fue tolerado por ser el credo de los occidentales, el budismo recibió críticas y ataques porque era visto como un obstáculo para las reformas.

Las reformas también afectaron a la sociedad, a las costumbres y modos de vida japoneses, introduciéndose los occidentales: corte de pelo, vestimenta y calendario, aunque se generó una gran polémica entre los defensores de la tradición y los pro-occidentales.

En cuestiones económicas el gobierno Meiji emprendió una reforma fiscal al establecer que los campesinos pagaran sus impuestos con dinero, lo que fomentó la comercialización de sus cosechas. Además, se implantó una moneda única -el yen- y se permitió la entrada de capital extranjero.

En 1873 se inició una reforma agraria para terminar con las relaciones feudales en el campo, aunque fue lenta, ya que, a finales del siglo XIX aún el 40% de los campesinos trabajaba en tierras de los grandes señores.

El modelo de crecimiento japonés se basó en tres factores: el apoyo estatal al proceso de industrialización, una política de salarios bajos que favoreció la acumulación de capital, y la tendencia evidente a la innovación del empresariado. El Estado japonés apoyó este proceso a través del fomento de las industrias pesadas, las minas, la construcción y las industrias estratégicas, especialmente la de armamento. Se priorizó el transporte marítimo frente al ferrocarril, apartándose del modelo clásico industrializador occidental, ya que la situación del Japón, un archipiélago, además de su compleja orografía, imponían esa alternativa. Aún así, se fue montando una red ferroviaria a partir de los años setenta. La industria textil fue muy apoyada, primero de la lana para ir potenciando poco a poco la algodonera. En el caso japonés la industria sedera tuvo un claro protagonismo. Por fin, en Hokkaido se emprendió una colonización dirigida por el Estado para hacer frente al expansionismo ruso en la zona.

Japón vivió un fuerte crecimiento demográfico paralelo al industrial. De 37 millones de habitantes en 1880 se pasó a 50 millones en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Pero el éxodo rural, necesario para nutrir de mano de obra la industria, no fue tan fácil ni rápido como en Europa, ya que muchos campesinos japoneses fueron reacios a abandonar sus tierras y pueblos para emprender una nueva vida en las ciudades.

Una vez en marcha el proceso de industrialización, impulsado por el Estado, se pasó, rápidamente, a una etapa de capitalismo financiero de grandes empresas. Japón fusionó en muy poco espacio de tiempo las dos fases de la revolución industrial. A finales del siglo XIX aparecieron los grandes oligopolios, como Mitsui, Mitsubishi, Yasuda y Sumitomo.

Una característica de la industrialización japonesa fue el conocido como mimetismo tecnológico. Japón emprendió un intenso proceso de imitación de Occidente. Hubo un gigantesco esfuerzo por asimilar lo mejor de cada país. De Inglaterra aprendieron sobre la navegación; de Francia les interesaron sus estructuras administrativas; en Alemania adquirieron conocimientos militares y médicos y, por fin, de Estados Unidos, sus innovadoras técnicas comerciales. El Estado japonés contrató a muchos profesores, sabios y técnicos occidentales. No se escatimaron gastos a la hora de pagar buenos salarios a estos extranjeros ni para fomentar la investigación en todos los campos científicos y tecnológicos.

Las transformaciones profundas en todos los órdenes del Japón Meiji fomentaron la expansión imperialista, algo que, de todos modos, había sido una constante histórica japonesa. Pero el auge demográfico, económico, técnico y militar estimuló la necesidad de crear un imperio. El reducido espacio físico del archipiélago japonés, la presión demográfica y la exigencia de nuevos mercados y de materias primas, muy deficitarias para la pujante industria, llevaron a los gobiernos japoneses a intervenir en Asia y a protagonizar conflictos diplomáticos y militares.

Japón tenía intereses en la península coreana y en China. En 1876 presionó a Corea para que se abriera y admitiera su influencia. Entre 1894 y 1895 se produjo la primera guerra con China. Entre 1904 y 1905 se dio la guerra con el imperio ruso que fue vencido. Rusia tuvo que reconocer la influencia japonesa en Corea y le cedió la explotación del ferrocarril de Manchuria.

En la Primera Guerra Mundial, Japón se alineó con los aliados y en la paz consiguió las posesiones alemanas en China y en el Pacífico (Islas Carolinas, Marianas y Marshall). En 1919 ya era la tercera potencia naval del mundo.

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