jueves. 28.03.2024

ordination-2@Montagut5 | La expresión de manos muertas alude a los bienes amortizados de la Iglesia e instituciones piadosas, de caridad y asistenciales, y cuya transmisión y enajenación estaban taxativamente prohibidas por el derecho canónico y por la voluntad de los fundadores de dichas instituciones.

Constituía una de las variantes de las vinculaciones propias de la Edad Moderna, junto con los mayorazgos de la nobleza, base del poder socioeconómico de los estamentos privilegiados. Por fin, habría un tercer tipo de vinculación relacionada con bienes de los Concejos. Las vinculaciones eran las sujeciones de los bienes para perpetuarlos en una determinada sucesión, por disposición del fundador del vínculo. La Iglesia, como la nobleza con los mayorazgos, podía adquirir bienes por distintos medios, como compras o donaciones, pero no podía enajenarlos. La consecuencia lógica era la acumulación progresiva de propiedades, generando no pocas críticas en su momento, pero especialmente en el siglo XVIII. Los ilustrados consideraban que las manos muertas eran uno de los obstáculos para el desarrollo de la agricultura en España, al impedir la creación de un mercado libre de la tierra, que conduciría a la protección de la propiedad privada, medio para la inversión en la agricultura. Los ilustrados consideraban fundamental que hubiera cambios en la estructura de la propiedad –revolución agraria- para que se pudieran aplicar los nuevos sistemas de cultivo, técnicas, abonos, aperos, etc., es decir, la revolución agrícola, aunque conviene matizar, ya que no toda la Ilustración era unánime en esta cuestión porque tocaba pilares fundamentales de las estructuras socioeconómicas estamentales. En general, la Ilustración fue más beligerante contra la vinculación eclesiástica que contra la nobiliaria, como pondría de manifiesto el propio Jovellanos, quizás la mayor autoridad ilustrada en la materia en su famoso Informe sobre la Ley Agraria, cuando no adopta una postura claramente contraria contra el mayorazgo.

Para terminar con las manos muertas había que desamortizar, es decir, nacionalizar los bienes para luego venderlos en pública subasta. Godoy emprendió una tímida desamortización pero, en realidad, hubo que esperar al triunfo del Estado liberal para que se emprendiera la desamortización eclesiástica, decretada por el ministro Mendizábal. Posteriormente con Madoz se aprobó la desamortización de los bienes municipales, que también estaban protegidos. La nobleza, en cambio, consiguió convertir sus propiedades amayorazgadas en privadas, algo que puede ayudarnos a entender la facilidad con la que la mayor parte de sus miembros aceptaron los cambios liberales, frente a la postura reacia, cuando no beligerante, de la Iglesia ante la nueva situación, y que explica, en parte que amplios sectores eclesiásticos optaran por la causa carlista.

La vinculación de la tierra, ya sea eclesiástica, nobiliaria o concejil, es una cuestión fundamental para entender la estructura de la propiedad en la España del Antiguo Régimen. Los procesos desamortizadores y cómo se hicieron, por su parte, son muy importantes para entender las características y peculiaridades de la Revolución Liberal en España, y para entender los problemas para emprender unas verdaderas revoluciones agraria y agrícola.

Las manos muertas de la Iglesia