viernes. 29.03.2024
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La reflexión ante los hechos del 98 se limitó al ámbito intelectual, donde surgió un sentimiento de crisis de la conciencia nacional y se meditó sobre el papel de España en la historia y en relación con la Europa Occidental

@Montagut5 | En la última década del siglo XIX el sistema de la Restauración había demostrado evidentes signos de debilidad, agravados con las derrotas coloniales de 1898. La crisis generada por las pérdidas coloniales no debilitó aún a la Monarquía, pero mostró la necesidad de reformar o regenerar el sistema para que pudiera seguir subsistiendo. Pero siguió rigiéndose por la Constitución de 1876 y el caciquismo, manteniéndose alejado de la mayor parte de la sociedad. El fracaso de las propuestas regeneracionistas originó una sucesión de crisis que contribuyeron al colapso final del sistema.

La reflexión ante los hechos del 98 se limitó al ámbito intelectual, donde surgió un sentimiento de crisis de la conciencia nacional y se meditó sobre el papel de España en la historia y en relación con la Europa Occidental. Esto se reflejó en la Generación del 98. La corriente de pensamiento que cuestionó los valores y el sistema político del fin de siglo español fue el regeneracionismo. Su figura más destacada fue Joaquín Costa (Oligarquía y Caciquismo, es su obra más importante). Costa hizo una profunda crítica a la situación política de España y denunció la incultura, la decadencia de la oligarquía y el atraso español. Proponía incentivar la educación, la europeización y una política económica en favor de las obras públicas y la agricultura. Para ello, era necesaria la movilización de las clases medias, alejadas de la oligarquía y del movimiento obrero, conducidas por un líder fuerte, un “cirujano de hierro”. El regeneracionismo influyó en la actividad política del primer tercio del siglo XX, ya que apareció como una corriente crítica tanto dentro del sistema. Pero, en realidad, las diversas corrientes del regeneracionismo tuvieron poca efectividad práctica. Los intelectuales no supieron encauzar políticamente sus planteamientos reformistas, y los políticos elaboraron proyectos que fueron rechazados por el bloque dominante y no aglutinaron un amplio movimiento social en torno a ellos.

Los gobiernos intentaron llevar algunas reformas para intentar regenerar el sistema, pero nunca con la idea de transformar radicalmente la estructura política. Uno de los principales factores que alteró el funcionamiento del régimen fue la evolución de los partidos dinásticos. La falta de los líderes carismáticos –Cánovas y Sagasta- ocasionó una creciente inestabilidad interna en los partidos (divisiones) y en el sistema político. Esta inestabilidad se intensificó con la llegada al trono de Alfonso XIII, que, a diferencia de sus padres, intervino intensamente en las decisiones políticas.

Los gobiernos conservadores iniciaron las iniciativas reformistas. Francisco Silvela y el general Polavieja plantearon la primera legislación social en España, presentaron proyectos de descentralización del Estado y políticas presupuestarias para paliar los efectos de las pérdidas coloniales. Pero el personaje clave entre los conservadores fue Antonio Maura con su gobierno largo (1907-1909). Pretendía hacer la “revolución desde arriba”, es decir, reformar el sistema con el fin de mantenerlo. Para conseguirlo intentó ampliar la autonomía de la administración local y aprobó la Ley de Reforma Electoral (1907). Pero estas medidas no acabaron con el caciquismo, sino que reforzaron aún más el fraude electoral. Aprobó una política de rearme de la Marina, políticas económicas intervencionistas para fomentar la producción industrial y el comercio, y reguló el descanso dominical, con la intención de mitigar el radicalismo obrero. Pero la dura represión de los sucesos de la Semana Trágica provocó su caída.

Los liberales (1905-1907), por su parte, se centraron en la cuestión religiosa, con la intención de limitar el poder de la Iglesia en la sociedad y en la mentalidad, provocando no sólo el enfrentamiento con el clero sino en el propio seno del partido. También tuvieron que controlar el descontento del ejército, que, preocupado por el auge regionalista, originó el primer gran conflicto del reinado, el asalto a las redacciones de algunas publicaciones catalanas. Ello obligó a aprobar la Ley de Jurisdicciones (1906), que suponía la intromisión militar en la vida política, puesto que se sometían a la justicia militar los delitos contra la patria y el ejército, lo que suponía un atentado a la libertad de expresión y a la Constitución. José Canalejas, en 1910, cuando los liberales recuperaron el poder después de la caída de Maura, intentó poner en marcha un amplio programa regeneracionista pero sin éxito. En 1912 fue asesinado en un atentado anarquista.

Las propuestas de regeneración desde fuera del sistema provinieron de los regionalistas, los republicanos y el movimiento obrero. La escasa representación de estos sectores políticos en las Cortes, no permitió que se articulase una alternativa viable para transformar el sistema, que comenzaba a descomponerse.

El movimiento regionalista con mayor incidencia en la política española de comienzos del siglo XX fue el catalanismo, a través de la Lliga Regionalista, de tendencia conservadora, y que dominó la escena política catalana hasta 1923. El partido representaba a la burguesía catalana y osciló entre la defensa del catalanismo y la colaboración con el sistema en momentos de peligro social, como en 1909 y 1917. Sus dos principales líderes fueron Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. Las reivindicaciones autonómicas de la Lliga nunca derivaron hacia el independentismo ni contra la Monarquía, sino hacia la necesidad de modernizar España, en línea con el regeneracionismo, porque se defendía una “Cataluña grande en una España grande”. El nacionalismo de izquierdas, afín del republicanismo, comenzará a surgir en este momento, alcanzando el protagonismo político en la Segunda República.

La primera movilización catalanista se produjo en 1906, como reacción a la Ley de Jurisdicciones. Se creó una coalición, Solidaritat Catalana, que consiguió un gran éxito electoral en 1907 en Cataluña.

El gran éxito del catalanismo en este período fue la creación de la Mancomunitat de Cataluña (1914), gracias a una ley del año anterior que permitía la federación de diputaciones provinciales. Aunque solamente tenía algunas competencias administrativas, se concibió como un órgano de poder propio de Cataluña y un primer paso hacia el autogobierno.

En el País Vasco, el PNV comenzó a salir de su aislamiento, a partir de la muerte de Sabino Arana, incorporándose hacia posturas más liberales, aunque en un sentido conservador. También creció en su seno una tendencia menos independentista y más autonomista. Estos cambios acercaron el PNV a la burguesía industrial vasca. En 1917, el PNV organizó una campaña autonomista. A pesar de su éxito electoral de 1918, el partido sufrió una escisión posterior entre los partidarios y contrarios a colaborar con el sistema, entre los autonomistas y los independentistas.

En Galicia, el autonomismo se reflejó en la creación de Solidaridad Galega (1907) y en la elaboración de los primeros planteamientos nacionalistas. En el País Valenciano, en 1907 se creó la asociación cultural Valencia Nova, y en 1918 se constituyó la conservadora Unió Valenciana. Por fin, en Andalucía comienza, hacia 1910, una corriente regionalista en torno a la figura de Blas Infante, aunque habrá que esperar a los tiempos de la República para que se desarrolle.

El republicanismo proponía una reforma política amplia, así como reformas sociales y de la educación (instrucción pública). Sus bases sociales se encontraban en las clases medias urbanas. El gran problema del republicanismo era su fragmentación. Del republicanismo histórico o decimonónico subsistía la figura de Nicolás Salmerón, que fundó la Unión Republicana en 1903 y colaboró con la Solidaritat Catalana. El nuevo republicanismo estuvo dividido entre el Partido Reformista de Melquíades Álvarez, de escasa implantación social pero con apoyo entre los intelectuales, y el Partido Radical, de Alejandro Lerroux. El programa de esta formación se basaba en un encendido anticlericalismo y un evidente populismo. Estos dos pilares le permitieron captar muchos apoyos populares urbanos, especialmente en Cataluña, frente al catalanismo y al movimiento obrero. Con el tiempo, su discurso e ideología se fueron moderando considerablemente, siendo uno de los partidos clave del centro-derecha en la Segunda República.

El socialismo potenció la expansión del partido obrero de masas, el PSOE, con el fin de tomar el poder y poder transformar la sociedad. En el ámbito municipal comenzó a tener importancia aunque tardó más en tener representación en el parlamento (en 1910 entra Pablo Iglesias en el Congreso). En la rama sindical la UGT se implantó con fuerza en Asturias, País Vasco y Madrid, aunque no en Cataluña.

Un importante sector del anarquismo efectuó una transición desde la estrategia terrorista hacia el sindicalismo, participando primero en Solidaritad Obrera (1907), organización alternativa a la Solidaridat Catalana, y creando, después la CNT (1910) o Confederación Nacional del Trabajo. La CNT entendía el sindicalismo como un medio para la transformación revolucionaria de la sociedad, utilizando como método la huelga general revolucionaria. La CNT protagonizó la mayor conflictividad del período impulsando numerosas huelgas por la defensa de los salarios y la disminución de la jornada laboral. Arraigó con fuerza en Cataluña, Levante y Andalucía.

Los intentos de regenerar el sistema político a principios del XX