viernes. 29.03.2024
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@Montagut5 | En plena Segunda Revolución Industrial, en la década de los años setenta del siglo XIX, se produjo un cambio sustancial en lo social y cultural, el nacimiento de la cultura de masas. Intentemos aportar algunas claves, al respecto.

La cultura y el arte no son ajenos a los procesos industrializadores, a los cambios comerciales y, por fin, sociales del siglo XIX. Los artistas y muchos escritores habían vivido bajo la sombra del mecenazgo de las Casas Reales, la Iglesia y de la nobleza en el Antiguo Régimen; solamente la alta burguesía de los Países Bajos había desarrollado un arte propio en el Barroco, emulado con otro gusto por su homóloga francesa en el siglo XVIII. Las Revoluciones liberales-burguesas posibilitaron a la burguesía el acceso al arte, que se convirtió en consumidora del mismo. La burguesía asiste a los salones, como el Salón de París, grandes exposiciones, a los museos, que se van abriendo por Europa, y que tienen su origen en las Colecciones Reales. Los burgueses comienzan a apreciar el arte y a considerar la posibilidad de acceder al mismo, ya sea por interés estético, ya económico. Efectivamente, la burguesía más pudiente quiere comprar cuadros de los pintores más famosos del siglo. Desea que esos lienzos estén en los salones de sus casas y mansiones, lugares donde poder demostrar su triunfo social. El interés por el arte puede ser además un medio para avanzar en la escala social, para relacionarse con lo más granado de la sociedad decimonónica.

En relación con otros aspectos de la cultura, el XIX es el siglo de la prensa, de las revistas ilustradas, del triunfo de nuevos espacios de socialización para la cultura como las tertulias de los cafés, el teatro y la ópera.

Pero con el tiempo la cultura y el arte se democratizan como los sistemas políticos. Las fuerzas más progresistas del liberalismo, los republicanos y los socialistas lucharon por conseguir el sufragio universal y otros cambios que incorporasen a las masas al juego político, frente a la alta burguesía y la nobleza que controlaban los estados liberales a través del sufragio censitario y unos partidos políticos de cuadros. Pero esta lucha por la democracia, que terminará por triunfar en Europa occidental en las últimas décadas del siglo XIX, irá acompañada por un intento de acercar la cultura a las masas. Los países más avanzados van permitiendo el acceso a la educación a más capas de la sociedad, aunque se tarde un poco en la plena universalización de la misma a través de su gratuidad. Por su parte, el movimiento obrero hace un gran esfuerzo por llegar a los más desfavorecidos. Las Casas del Pueblo socialistas y los Ateneos Obreros anarquistas se convierten en lugares de cultura y ocio para la clase trabajadora, apartándola del ocio embrutecedor de la taberna. Las socialdemocracias alemana y nórdica llegan a diseñar casi una sociedad paralela con espacios -teatros, casas del pueblo, escuelas, bibliotecas, etc..-. y medios, como la prensa obrera, para que los trabajadores puedan aprender, estudiar, estar informados, acceder a la cultura y al ocio, hasta entonces reservados a la burguesía y la nobleza. Los anarquistas serán verdaderos apóstoles de la pedagogía en favor de los obreros y obreras.

Por fin, el aumento de la capacidad adquisitiva de los obreros occidentales les permite acceder a la cultura, a poder comprar libros y hasta reproducciones artísticas, gracias a las modernas técnicas de impresión y de reproducción que abaratan costes.

Los inicios de la cultura de masas