martes. 16.04.2024
14677339191718_997x0
El célebre abrazo en Eisenhower y Franco

Hace ahora 80 años, España estaba en guerra, como hoy están Siria y otros muchos países. He leído e investigado mucho de la guerra civil española porque logró matar a mi padre cincuenta años después de que estallara, algo que no consiguieron los frentes en los que luchó, casi todos. Pero así son las guerras, no acaban cuando acaban. Murió con casi dos kilos de metralla en el hombro izquierdo de su grave herida en Belchite, que le aprisionaron el corazón, a los 68 años de edad, cuando proveniente de una familia muy longeva podía haber vivido como el resto 90 años. A los 17 años estaba pegando tiros en el frente de Villacastín en el avance sobre Madrid, y estuvo en todas las trincheras más sangrientas, hasta culminar en la batalla del Ebro. Cuando yo era pequeño y estudiaba la geografía española en la escuela, me nombraba los lugares donde estuvo, sobre todo las riberas del Ebro (aunque no le gustaba hablar de la guerra), y los inicios en la frontera portuguesa por donde pasaban camiones llenos de combustible para los tanques. “Venían de los Estados Unidos”, me decía, y cuando oía hablar de la ayuda extranjera, añadía mi padre, la maquinaria y el equipamiento los mandaban Alemania e Italia, pero la “manutención venía de Norteamérica; yo conduje varios camiones de Campsa cargados desde Fuentes de Oñoro hasta Salamanca, que luego en tren llegaron hasta Casetas”, en Zaragoza antes de la batalla del Ebro.

Obsesionado yo por esa guerra absurda en la que se vieron obligados a luchar menores de edad en uno y otro bando, he querido seguir investigando, descubriendo que muy poco se decía de esa ayuda, resaltando en todos los libros de historia y otros documentos “la no intervención de las democracias”, y las armas y vehículos de nazis y fascistas en un bando y comunistas en el otro. 

Se sabe que la historia la escriben los vencedores. Luego algunos se aprovechan para arrimar el ascua a su sardina, ocultar lo que no les convenga, tergiversarla y atribuirse méritos que no tienen. Se ha escrito hasta la saciedad que los nazis y el fascismo prestaron una ayuda importante a las tropas rebeldes sin la cual Franco no hubiera ganado la guerra. Pero recibió otra ayuda más importante de la que apenas se ha hablado, manteniéndose oculta hasta hace bien poco. De esa ayuda no habla la historia pero sí los combatientes que como mi padre fue testigo directo.

LOS EE UU Y EL FASCISMO

Qué se va a esperar de un país hecho a golpe de revólver y cuya democracia y garantía de libertades se entienden de manera sui generis por no decir absolutamente falsa, mera pátina exterior que oculta toda la podredumbre y conflictividad de una sociedad gangrenada desde su origen. Una democracia ofrecida como producto de consumo, con gran abstencionismo, discriminación racial y multicultural excluyente, sin partidos de izquierda, únicamente dos que se reparten en alternancia el pastel del poder y las finanzas, sin apenas protección social y con una “demagogia populista de su plebiscitario presidencialismo”, como la han definido muchos intelectuales.

Los Estados Unidos han escrito la historia del siglo pasado, comenzando su primer texto con el periodismo amarillo que provocaba guerras para dar noticia de ellas y quedarse con países que les sirvieran para expandir su imperio: sucedió en la Guerra contra España por la liberación de la isla de Cuba con el fin  de quedarse con ella; siguieron Puerto Rico, Filipinas y... la misma península Ibérica. No exagero. Sólo hay que repasar con ojos críticos la historia del siglo XX sin obnubilarse por un imperio que domina el mundo con la bandera de la democracia y la libertad, ocultando otros intereses, estratégicos, financieros o minerales. Luego alegarán, cuando haya de escribirse la historia, que ellos no fueron, a lo sumo que fueron daños colaterales, y que no había otro remedio para salvar no sólo tal país sino la humanidad entera. Algo parecido a lo que nos tienen acostumbrados estos últimos años sucedió con la España de entonces, la de la Segunda República. Fechas en que los norteamericanos estaban muy afectados por el avance del comunismo que llegaba ya hasta los confines de Europa, ocupando una porción, en el extremo occidental, muy peligrosa para sus intereses, y eso que todavía la URSS no había destapado su arsenal. Pero era su obsesión. Con el objetivo de parar el avance del “río rojo” del este al oeste, pusieron a Hitler (como pusieron a Sadam Hussein o se inventaron a los talibanes), y ante la nueva postura del gobierno del Frente Popular, elegido en las urnas, temieron que la II República acabara implantando el comunismo en nuestra tierra. Para evitarlo, aprovecharon un golpe de Estado que degeneró en una guerra civil apoyando a otro general que serviría de bastión contra el avance de los “rojos”, al que era más fácil de controlar que a su homólogo Hitler, que se les escapaba de las manos, como sucedió poco después.

La guerra entonces no se ganaba con enormes batallones, como con los romanos o Napoleón, sino con algo más necesario y preciso que el humano, la maquinaria y vehículos. Pero para mover esos pesados y potentes motores era preciso un combustible, el petróleo, la gasolina. Alemania e Italia eran, como España, importadores de esa materia. Su falta fue una de las causas por las que fue derrotado el “Zorro del Desierto”, el gran Rommel. Sin el imprescindible combustible Franco no hubiera ganado la guerra.

¿Y quién se lo proporcionó? Los Estados Unidos, junto a Inglaterra, y la vista gorda o mirando para otro lado de Francia (otra falacia eso de la “no intervención de las democracias occidentales”). A la semana de estallar el conflicto, los generales sediciosos ya tenían asegurado el suministro que les llegaría a través de la colonia inglesa de Gibraltar y el gobierno portugués del dictador Salazar, que recibió en Lisboa en fechas antes al embajador de los rebeldes facciosos que al legítimo embajador de la República. En esa entrevista se concretó todo. Pocos historiadores le dan su importancia, casi ninguno da datos, pero fue así, era el modo de asegurarse la provisión el ejército rebelde y las garantías que el empresario yanqui Torkild Rieber, un emigrante noruego, “filonazi”, admirador de dictadores, necesitaba. Dirigía entonces la mayor empresa petrolera del mundo, Texaco, y no ocultaba sus simpatías y preferencias por las dictaduras antes que por las democracias. Sus empleados, desde julio del 36, mantuvieron estrechos y frecuentes contactos con el gobierno portugués para asegurarse de que las transacciones petroleras llegaran al general Franco por el que sentía gran simpatía sin exigirle garantías de pago. Se lo daba fiado. La razón es que tanto ese general bajito, como el empresario benefactor, eran acérrimos enemigos del comunismo, y se aseguraba el yanqui que esta ideología  no avanzara más, teniendo como cómplice ese baluarte al que seguirían apoyando.

El mismo Torkild Rieber ordenó que el primer cargamento, en lugar de ir destinado, como estaba acordado anteriormente al gobierno republicano, llegara al bando rebelde partiendo del puerto francés de Burdeos “a fin de paliar los apuros de los nacionalistas”. Y él personalmente, meses después, viajó hasta Burgos donde se reunió con Franco, que le condecoró. Era una ayuda ilegal y poco se ha dicho hasta ahora de esa estimable y necesaria ayuda norteamericana al triunfo del fascismo y de su mantenimiento durante 40 años, también gracias a los Estados Unidos. No interesaba airear esa colaboración de ese país, adalid de la democracia, en una guerra contra un gobierno elegido democráticamente, contra la recuperada libertad en España.  

Los negocios son los negocios. Esta colaboración ilegal llegó a oídos del presidente Franklin D. Rooselvelt. Es decir que el gobierno de EE UU lo sabía pero no hizo nada y se mantuvo la ayuda. Una ayuda sin la cual ni los aviones alemanes ni los tanques italianos, ni trenes ni camiones, hubieran dado movilidad y estrategia al ejército franquista. Una colaboración oculta, pero fundamental para ganar una guerra.

Todo esto que ha salido a la luz gracias al libro de Adam Hochschild titulado “Spain in Our Hearts: Americans in the Spanish Civil Warm, 1936-39”, me lo había contado mi padre, pero pensé que era “una batallita más” al ver que se hablaba tan poco del combustible norteamericano. Y fue tan importante que bien merece unas líneas para abrir nuevas perspectivas y diferenciar la verdad de la propaganda. Saber cómo se escribe la historia; diferenciar un país y otro, y una democracia y la otra. En fin, para conocer cómo se mueve la historia y quién y para qué la mueve.

Los EEUU ayudaron a Franco más que Italia y Alemania