sábado. 20.04.2024
Burke

Las ideas de Burke sobre la Revolución Francesa han tenido una gran influencia en determinadas corrientes conservadoras políticas e historiográficas

@Montagut5 | El 9 de julio de 1797 moría el político británico Edmund Burke, un personaje fundamental en el origen del conservadurismo. Aprovechando la efeméride de su fallecimiento repasamos su vida y obra.

Burke nació en Dublín en el año 1729. Estudió en el Trinity College con gran aprovechamiento, interesándose por los clásicos, por la filosofía y la política. En 1748 se graduó para pasar a los dos años a Londres. Allí cursó leyes. En 1756 escribió Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, donde presentó sus ideas filosóficas y estéticas.

Nuestro protagonista decidió dedicarse de pleno a la política, empujado por la necesidad económica. En 1765 fue nombrado secretario privado del Lord del Tesoro. Al año siguiente ingresó en el Parlamento inglés. Burke fue un gran orador. Este hecho y su sólida formación le catapultaron en la vida parlamentaria. Tuvo mucho protagonismo en las discusiones sobre la cuestión colonial norteamericana defendiendo su independencia. En este sentido, destacaron sus discursos Sobre la tasa americana de 1774 y Conciliación con las colonias de 1775. También se interesó por la cuestión colonial en la India.

Burke viajó a Francia y se relacionó con algunos personajes de la Casa Real y de los enciclopedistas ilustrados. Allí comenzó a consolidarse su pensamiento conservador, que desembocaría en su obra más famosa, las Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790). Burke se enzarzó en grandes polémicas a raíz de sus ideas políticas. Llegó a salirse del partido whig. Su último servicio por la causa conservadora se condensó en sus cartas On a Regicide Peace (1796), donde protestaba contra los rumores sobre las negociaciones de paz con Francia.

Sus ideas sobre la Revolución Francesa han tenido una gran influencia en determinadas corrientes conservadoras políticas e historiográficas, primero de los émigrés y luego de todos los que han valorado la Revolución como un fenómeno nefasto para Francia y para la Historia.

Burke pensaba que la sociedad del siglo XVIII no necesitaba grandes cambios o transformaciones porque no presentaba graves problemas. Las instituciones políticas podían ser reformadas de forma gradual, pero sin modificaciones sustanciales, ya que habían servido y resistido el paso del tiempo. Bien es cierto, que Burke consideraba que las instituciones británicas eran las mejores del mundo y, por lo tanto, superiores a las francesas, pero la monarquía absoluta y la sociedad estamental, sin ser perfectas, habrían servido históricamente en el país vecino. Partiendo de estos presupuestos, la Revolución era contemplada no como una necesidad legítima de transformación, sentida por la mayoría, sino como el resultado de las maquinaciones de algunos grupos o sectores sociales con vocación subversiva. Los responsables eran los ilustrados, los philosophes, que llevaban ya mucho tiempo socavando los pilares de las instituciones y de la sociedad francesa, especialmente con sus críticas a la Iglesia. Hecha esta labor de minado, aparecía el “populacho” ignorante que arramblaba con todo de forma brutal y desde su ignorancia. Así pues, la Revolución sería, siempre según Burke, fruto de la conspiración de una minoría. La Asamblea Nacional Francesa estaría compuesta por individuos inferiores, por artesanos y personas que ejercían oficios mecánicos y profesiones subalternas. Los derechos del hombre, proclamados en 1789, eran fruto de elucubraciones mentales y no estaban conectados con la realidad, ya que no surgían de la tradición. También atacó el concepto de soberanía nacional o popular, algo que no existiría en Gran Bretaña, porque allí la legitimidad del poder se basaría en la norma que regulaba la sucesión al trono.

Edmund Burke