“Pasarán unos años y olvidaremos todo; se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos, parecerá un sueño y nos extrañará los pocos recuerdos que guardamos; acaso las fatigas del hambre, el sordo tambor de los bombardeos, los parapetos de adoquines cerrando las calles solitarias…”
Juan Eduardo Zúñiga, “Noviembre, la madre, 1936”
@Montagut5 | El 23 de julio de 1936 la rebelión había sido definitivamente sofocada en Madrid. Azaña se dirigió a la población aludiendo a la alegría, el contento y el gusto de dar su vida al sacrificio. Pero, en esos momentos, ¿se daba la vida por la República y la democracia o por una revolución social? Esta pregunta refleja las distintas posiciones ante lo que estaba ocurriendo, pero lo que parece seguro es contra quien se luchaba.
En los primeros momentos se genera una clara dispersión de los poderes, aunque no se atacó ningún edificio público o emblemático del poder de la ciudad. Las milicias se hacen dueñas de la calle y de los espacios urbanos frente a una escasa policía. No se produce, por lo tanto, al final, una revolución política, pero el pueblo tiene armas y no hay autoridad alguna que pueda encauzarlo. La milicia fue la forma de organización adoptada por sindicatos y partidos para aplastar la rebelión en Madrid y para acudir a la sierra. En aquel intenso verano se vivieron jornadas de entusiasmo en Madrid en la salida y llegada de milicianos hacia la sierra: bares, terrazas y cafés están llenos de gente. El entusiasmo popular es desbordante. El proceso se acelera con la incautación del parque móvil madrileño.
Junto con el heroísmo demostrado a la hora de ahogar la rebelión militar, hubo también actos de violencia. Comenzaron las detenciones indiscriminadas, muchas veces solamente por la apariencia externa, delaciones, sin garantías para el detenido, y que desembocaron en no pocos asesinatos. En agosto, los rumores sobre un incendio supuestamente provocado por los prisioneros recluidos en la Cárcel Modelo terminó con el asalto de la Cárcel y el asesinato de decenas de presos.
En los primeros días casi nadie trabaja. El sector de la construcción de la CNT estaba en huelga cuando estalló la sublevación. Otros estaban empuñando las armas. Muchos empresarios habían desaparecido. Pasará un cierto tiempo hasta que se vuelva al trabajo en fábricas, talleres y comercios. Los sindicatos tuvieron que permitir que sus afiliados volviesen en el ramo de artes blancas, para hacer pan y Madrid no quedase desabastecido. Muchas empresas fueron incautadas o intervenidas, aunque no se habla de colectivizaciones como en Barcelona. La pequeña propiedad fue respetada. Las tiendas, y las pequeñas fábricas y talleres permanecieron en manos de sus dueños. Muchas de las grandes empresas madrileñas eran públicas; ahora serían incautadas por los sindicatos que pasaron a dirigirlas, creándose comités sindicales. Las empresas periodísticas de derecha y los centros educativos católicos fueron incautados. La coeducación se impuso en estos colegios.
Los espacios públicos de la aristocracia y la burguesía -palacios, residencias religiosas y lugares de ocio- del centro de la ciudad fueron incautados y ocupados para milicianos, partidos, sindicatos, autoridades, cárceles y otros organismos.
La parálisis de la administración, las incautaciones, el aumento de organismos y comités, el caos ante la falta de coordinación inicial y el calor asfixiante del primer verano en guerra comenzaron a cambiar el estado de ánimo: de la inicial euforia comenzó a pasarse a la incertidumbre. No se había conseguido el mismo éxito en el resto de España y llegaban noticias del afianzamiento de los sublevados. Pronto se fue consciente que los sublevados se habían marcado como objetivo la capital. Las tropas de Franco subían rápidamente desde el sur.
En el mes de agosto se intenta volver a un normal desarrollo de las actividades, pero las patrullas siguen fuera de control, a pesar de los constantes llamamientos al orden de partidos y sindicatos. La inseguridad permanece. Por eso comienza a pensarse que el orden solamente podía llegar si se estabilizaba la situación política, ya que el gobierno ya no representaba lo que estaba ocurriendo en la calle, además del caos organizativo general.
En septiembre el desastre generado por la pérdida de Talavera de la Reina pone de manifiesto el fracaso de las milicias. Se impone la idea de la necesidad de crear un ejército regular. En la calle la alegría inicial y la incertidumbre de agosto se transforman en desconcierto en el final del verano y el comienzo del otoño.
El gobierno de Largo Caballero es recibido, en principio, con alivio general en Madrid. Es un ejecutivo con miembros de los partidos obreros y de la UGT. Pero la inquietud no desaparece. Ante la inminente llegada de las tropas franquistas se apodera de la población una sensación de impotencia y se piensa que ni el nuevo gobierno podrá con la situación. Muchos madrileños marchan hacia Valencia, temiendo que el gobierno abandone Madrid a su suerte. Los rebeldes están a quince kilómetros de la capital a mediados de octubre.
En el gobierno se piensa que Madrid no era una plaza defendible ante el empuje de los sublevados, y que la República se defendería mejor fuera de la capital. En principio, hay una falta de voluntad política para organizar la defensa de una forma eficaz. No había un plan de defensa ni del gobierno, ni del Frente Popular ni de una Junta de Defensa sin competencias ejecutivas.
A principios de noviembre, el gobierno se amplía con miembros de la CNT, y se toma la decisión de marcharse a Valencia el día 6. Corre una sensación clara de abandono. Pero la marcha del gobierno a Valencia y la presión militar franquista con bombardeos de artillería y aviación, generando los primeros cientos de muertos, no produce ni pánico ni desbandada general. Los madrileños y madrileñas demostrarán a sus autoridades y al mundo su entereza.
Por otro lado, la salida de las autoridades hacia Valencia produjo un hecho curioso: la simplificación administrativa frente al caos anterior. Se puso en marcha la nueva Junta de Defensa con Miaja al frente, uniendo el poder político y el militar. En ese momento triunfa el deseo de resistir a ultranza y ese hecho fue el que cambió, realmente, el golpe en una guerra.
La inquietud, la incertidumbre, la sensación de abandono desaparecieron frente a un deseo indeclinable de resistir. Los milicianos, desde el 7 de noviembre, se organizan y comportan como soldados. Las Brigadas Internacionales y el armamento soviético ayudan en este esfuerzo de resistencia. Del “pueblo en armas”, de tantas revoluciones y levantamientos madrileños desde 1808, se pasa al “No Pasarán”.