jueves. 18.04.2024
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Los conservadores defendían un conjunto de ideas comunes, con las salvedades propias de cada país, como ocurrirá con la cuestión religiosa, ya que todos son firmemente partidarios de la presencia política y social de la religión, pero en unos sitios, sería la anglicana, en otros la evangélica y la católica

@Montagut5 | En este artículo aportamos algunas claves sobre el conservadurismo a finales del siglo XIX, cuando los Estados liberales se habían asentado con un sistema político basado en el turno en el poder entre las dos familias básicas del liberalismo: el progresista o denominado liberal en sí, y el conservador, como ocurría en España.

Las fuerzas conservadoras europeas estaban integradas por la alta burguesía industrial y financiera, los terratenientes, las altas jerarquías del Estado en su parte civil y militar, gran parte del clero y la vieja aristocracia, que se adaptó a la nueva situación con el derrumbe del Antiguo Régimen, al no verse afectado su poder económico, como ocurrió en el caso español. En realidad, el conservadurismo europeo aunaba los intereses de las partes más elevadas de la burguesía con los miembros de los estamentos privilegiados de antaño en una suerte de cierta pervivencia de elementos del Antiguo Régimen en el nuevo, conformando una oligarquía, y como valladar frente a las tendencias liberales progresistas, democráticas, radicales y del pujante movimiento obrero. Esa fue la base social, por ejemplo, del Partido Conservador de Cánovas del Castillo a partir de 1875.

Los conservadores defendían un conjunto de ideas comunes, con las salvedades propias de cada país, como ocurrirá con la cuestión religiosa, ya que todos son firmemente partidarios de la presencia política y social de la religión, pero en unos sitios, sería la anglicana, en otros la evangélica y, por fin, la católica.

Ya en el terreno estrictamente político, eran partidarios del mantenimiento de instituciones que procedían del pasado, especialmente la Monarquía. No se trataba de conservar el modelo absoluto de derecho divino, pero sí de permitir que la institución monárquica mantuviese un gran poder, a través de la fórmula de la soberanía compartida con el poder legislativo (Parlamento, Cortes), y que encarnase el poder ejecutivo. Es el modelo, por ejemplo, consagrado en la Constitución española de 1876.

El sistema político conservador se basaría en la fórmula de un sufragio muy censitario, tanto para votar como para ser votado. El conservadurismo tenía en la cámara alta (Senado) una institución clave para frenar cualquier veleidad democrática que pudiera nacer en las cámaras bajas (Asambleas Nacionales, Congresos de Diputados). Para ello, su composición se restringió no sólo con la aplicación del sufragio censitario, sino también con la reserva de un cupo de los escaños de los Senadores para miembros natos, surgidos de la alta administración civil, militar y eclesiástica, o representando corporaciones e instituciones. Por fin, la Corona se reservaría un porcentaje de nombramientos de sus componentes.

La Iglesia es otra institución que debía conservar su poder e influencia, o se debía restaurar después de la pérdida de su poder económico y de influencia en la vorágine del ciclo revolucionario anterior. La Iglesia supone un instrumento muy eficaz, por su poder en relación con las mentalidades, la moral y la educación, frente a las tendencias democráticas, de izquierdas y del movimiento obrero. De nuevo acudimos al caso español. Después de la evidente pérdida de posiciones con las desamortizaciones y las propuestas del liberalismo progresista y democrático, el conservadurismo de Cánovas supone para el clero un resurgimiento evidente, con gran peso en la educación y en la difusión de la moral católica en una versión muy moderada, además de asentar firmemente sus bases económicas.

En cuestiones económicas, el conservadurismo tendía a la defensa de políticas proteccionistas, muy evidentes desde la gran crisis de 1873. También sostendrá los intereses de los terratenientes. En el caso español es evidente el reforzamiento del proteccionismo en la Restauración borbónica después del avance librecambista que se planteó en el Sexenio Democrático, en favor de los intereses de la oligarquía industrial y agrícola. El conservadurismo, por su parte, defendía la adopción de posturas imperialistas, aunque en algunos sectores del mismo, y en algunos países, costó aceptar esta nueva realidad.

El conservadurismo ponía el fiel de la balanza en el mantenimiento del orden público frente al desarrollo y garantía de los derechos, sintiendo alergia hacia los de reunión, asociación y libertad de expresión (imprenta). El conservadurismo intentará emplear la ley y el uso de la fuerza del Estado frente al pujante movimiento obrero, tanto en lo que se refiere a los sindicatos, como a los nuevos partidos socialistas.

En el seno del conservadurismo europeo merece una atención especial el británico, tanto por su importancia, como por sus peculiaridades, que lo hacen tener unas características propias. En efecto, los conservadores británicos, especialmente de la mano de Disraeli, fueron mucho más proclives a emprender reformas en el sistema político, frente a sus homólogos continentales. En este sentido, promovieron reformas electorales para ampliar la base social del sistema, lo que les valió un respaldo electoral en sectores sociales que en el continente nunca se hubieran decantado por defender la causa conservadora. El culmen de esta relación entre el conservadurismo y algunos sectores de las capas populares se daría después de la época de Disraeli entre un sector político que planteó la defensa de la denominada “democracia tory”, aunando a conservadores con algunos liberales, y promoviendo la adopción de una política social. En este grupo se destacó la figura de Randolph Churchill, muy crítico con el conservadurismo de viejo cuño.

En el conservadurismo alemán habría que destacar la división que se produjo en su seno entre los denominados “conservadores clásicos”, muy apegados a las tradiciones prusianas frente a la nueva realidad de la Alemania unida, y los “conservadores jóvenes”, firmes defensores de Bismarck, que había emprendido una revisión del conservadurismo prusiano para adaptarlo al Imperio alemán. En todo caso, ante el prestigio del canciller, la inevitable realidad, y el empuje de las fuerzas liberales y católicas, el conservadurismo alemán se reunificó bajo un conjunto de ideas inamovibles: la lealtad al káiser y la defensa de su poder constitucional, el firme apoyo a Iglesia Evangélica frente a la Iglesia Católica, un acusado militarismo y el mantenimiento de los privilegios aristocráticos en el sistema político y en la sociedad alemana.

Los conservadores europeos a fines del siglo XIX