jueves. 28.03.2024

Francia era el centro de atención desde que el 14 de julio de 1789 estlla la llamada revolución francesa. El pueblo francés estaba harto de la opresión y se levantó contra la monarquía, la iglesia y las demás instituciones. Toda Europa era monárquica y estaba relacionada por lazos de sangre con Luis XVI, pero temblaba, con el sólo pensamiento de que esa fiebre revolucioanria cruzara sus frotneras y fueran derrocados por los republicanos.

Charlotte Corday era hija de Francois de Corday d’Armont un provinciano que era un rico venido a menos y que estaba casada con su prima hermana Jacqueline Charlotte Marie de Gontier de Autiers, ambos eran descendientes del famoso escritor Pierre Corneille. Charlotte era la cuarta hija del matrimonio.

Su madre Jacqueline muere cuando Charlotte tiene trece años, lo que provoca que su padre no pueda atenderles. De esta forma sus tres hijas entran en el convento Abbaye aux Dames en Caen. En este convento, la pequeña Charlotte tuvo acceso a una buena educación y pudo leer en la biblioteca a grandes escritores como Plutarco y Voltaire

Permanece en dicho convento hasta que cumple veintidós años. Tiene que abandonarlo debido a un decreto del 13 de diciembre de 1790, por el que se procede a la supresión de todos los conventos en Francia.

Al salir del convento es acogida por su tía, Madame de Bretteville en su casa de Caen. Charlotte conocía las nuevas ideas que se desarrollaban en la revolución francesa decantándose por las ideas desarrolladas por los girondinos.

Los girondinos eran en su mayoría burgueses y representaban sus intereses. Son llamados así porque tenían su origen en la región francesa de La Gironda y defendían una monarquía tradicional. Con la ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, se produce una fuerte radicalización de la revolución francesa. Los jacobinos y sans culottes son defensores de la república y la democracia, hicieron todo lo posible para eliminar a los girondinos del poder político.

Caen era refugio de los girondinos perseguidos por los jacobinos. Fue la ejecución de 23 girondinos y la de Luis XVI, lo que impulsó a Charlotte a asesinar a Jean Paul Marat.

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En el verano de 1793, la revolución francesa había tomado un camino violento y radical. En aquellos tiempos se vivía el periodo revolucionario conocido como “El Terror”. Los jacobinos consiguieron hacerse con la Guardia Nacional y eliminaron de la escena política a los girondinos, representantes de las posturas más moderadas.

Era el momento histórico en el que los miembros de la Convención iban dirigiéndola y desplazando a los girondinos. Muchos de ellos se refugiaron en Caen donde era frecuente ver a Charlotte participar en dichas reuniones. En esos momentos el jacobino Jean Paul Marat representaba para ella la tiranía.

Marat estaba dotado de una gran capacidad para el análisis de ideas y de hechos, era también un gran observador y su pluma era muy mordaz. Era un personaje social, aunque solía permanecer agazapado en una sutil sencillez para, de la forma más discreta pero directa posible, ser capaz de estar en todas partes y en todas las cuestiones, sin aparentar pertenecer a ninguno en concreto.

Formaba parte junto a Danton, Desmoulins y Robespierre de los defensores de la república y la democracia, formando el grupo conocido como “la Montaña” en la nueva Asamblea Legislativa, debido a su posición en la parte elevada de la sala. Marat era editor de la famosa publicación revolucionaria “L’ami du peuple” en la que escribía sobre la revolución en sus aspectos más radicales. Ellos establecieron los derechos del hombre y del ciudadano, ideas centrales de la revolución francesa

Decide actuar contra los principales dirigentes de los jacobinos. Para ello deja Caen y se dirige a París, que era donde se decidía todo. Llega a París el día 11 de julio y se hospeda en “el Hotel de la Providence”.

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Provista de una carta de presentación, se dirige a casa del diputado Lauze de Perret que le informó de que Marat llevaba tiempo sin aparecer por la Convención. Esto hizo que debiera saber donde vivía Marat que era su gran objetivo.

Charlotte le escribió la siguiente carta:

“Vengo de Caen, su amor por la patria me hace suponer que debe conocer bien los desafortunados acontecimientos de esta parte de la República. Me presentaré en su casa dentro de una hora, tenga la bondad de recibirme y de concederme unos momentos para entrevistarnos. Les mostraré la posibilidad de prestar un gran servicio a Francia”.

No habiendo recibido contestación alguna de Marat, le hace llegar una segunda carta que decía:

“Le he escrito esta mañana, Marat; ¿ha recibido mi carta? No puedo creerlo, se me niega su puerta. Espero que mañana me conceda una entrevista. Se lo repito, vengo de Caen, tengo que revelarle los secretos más importantes para el bienestar de la República. Además se me persigue por causa de libertad. Soy desafortunada, basta con lo que sea con tener el derecho a su patriotismo”.

Como sigue sin recibir respuesta, Charlotte sale de su hotel a las siete de la tarde para dirigirse a la casa de Marat situada en la rue des Cordeliers nº 18.

Charlotte escribió “¡Trabajamos en nuestra propia perdición con más celo y energía que los que hemos empeñado jamás en conquistar la libertad! ¡Oh franceses, un poco más de tiempo y no quedaría de vosotros más que el recuerdo de vuestra existencia!

De esta forma relata Alphonse de Lamartine lo que sucedió en la casa de Marat:

"Descendió del coche en el lado opuesto de la calle, frente a la residencia de Marat. La luz comenzaba a bajar, especialmente en ese barrio oscurecido por altas casas y por estrechas calles.

La portera, al principio, se negó a dejar entrar a la joven desconocida en el tribunal. A pesar de ello ésta insistió y llegó a subir algunos peldaños de la escalera bajo los gritos en vano de la portera.

Con este ruido, el ama de llaves de Marat entreabrió la puerta, y negó la entrada en el apartamento a la extranjera. El sonoro altercado entre ambas mujeres, en el que una de ellas suplicaba que la dejaran hablar con el "Amigo del pueblo" y la otra se obstinaba en cerrar la puerta, llegó a oídos de Marat.

220px-Charlotte_CordayÉste comprendió, por las entrecortadas explicaciones, que la visitante era la extranjera de quien había recibido dos cartas durante la jornada. Con un grito fuerte e imperativo, ordenó que la dejaran pasar.

Por celos o desconfianza, Albertine obedeció con repugnancia y entre gruñidos. Introdujo a la joven muchacha en la pequeña habitación donde se encontraba Marat y dejó, al retirarse, la puerta del pasillo entreabierta para oír la menor palabra o el menor movimiento del enfermo.

La habitación estaba escasamente iluminada. Marat estaba tomando un baño. En este descanso forzado por su cuerpo, no dejaba descansar su alma. Un tablero mal colocado, apoyado sobre la bañera, estaba cubierto con papeles, cartas abiertas y escritos comenzados.

Sostenía en su mano derecha la pluma que la llegada de la extranjera había suspendido sobre la página. Esa hoja de papel era una carta a la Convención, para pedirle el juicio y la proscripción de los últimos Borbones tolerados en Francia.

Junto a la bañera, un pesado tajo de roble, similar a un leño colocado de pie, tenía un tintero de plomo del más grueso trabajo; fuente impura de donde habían emanado desde hacía tres años tantos delirios, tantas denuncias, tanta sangre. Marat, cubierto en su bañera por un paño sucio y manchado de tinta, no tenía fuera del agua más que la cabeza, los hombros, la cumbre del busto y el brazo derecho.

Nada en las características de este hombre iba a ablandar la mirada de una mujer y a hacer vacilar el golpe. El cabello graso, rodeado por un pañuelo sucio, la frente huidiza, los ojos descarados, la perilla destacada, la boca inmensa y burlona, el pecho piloso, los miembros picados por la viruela, la piel lívida: tal era Marat.

Charlotte evitó detener su mirada sobre él, por miedo a traicionar el horror que le provocaba a su alma este asunto. De pie, bajando los ojos, las manos pendientes ante la bañera, espera a que Marat la interrogue sobre la situación en Normandía.

Ella responde brevemente, dando a sus respuestas el sentido y el color susceptibles de halagar las presuntas disposiciones del demagogo.

Él le pide a continuación los nombres de los diputados refugiados en Caen.

Ella se los dicta.

Él los escribe, luego, cuando ha terminado de escribir esos nombres:

"¡Está bien!" dicho con el tono de un hombre seguro de su venganza,

"¡en menos de ocho días irán todos a la guillotina!".

Con estas palabras, como si el alma de Charlotte hubiera estado esperando un último delito para convencerse de dar el golpe, toma de su seno un cuchillo y lo hunde hasta el mango con fuerza sobrenatural en el corazón de Marat.

Charlotte retira con el mismo movimiento el cuchillo ensangrentado del cuerpo de la víctima, y deja que caiga a sus pies—

"¡A mí, mi querida amiga!", y expiró bajo el golpe.

Alphonse de Lamartine

Charlotte es inmediatamente detenida y tiene que ser protegida para no ser linchada por la turba. Es llevada a la prisión de Abbaye, que era la que más cerca se encontraba del lugar del asesinato. Ahí fue interrogada y se encontró en sus vestidos una carta que decía lo siguiente:

“Dirigido a los franceses amigos de las leyes y de la paz.

¿Hasta cuándo, oh malditos franceses, os deleitaréis en los problemas y las divisiones?

Ya bastante y durante mucho tiempo los facciosos y bribones han puesto su propia ambición en el lugar del interés general; ¿por qué, víctimas de su furor, se han destruido a ustedes mismos, para establecer el deseo de su tiranía sobre las ruinas de Francia?

Las facciones estallan por todas partes, la Montaña triunfa por el crimen y la opresión, algunos monstruos regados con nuestra sangre conducen estas detestables conspiraciones... ¡Trabajamos en nuestra propia perdición con más celo y energía que el que hemos empeñado jamás para conquistar la libertad! ¡Oh francés, un poco más de tiempo, y no quedará de ustedes más que el recuerdo de su existencia!”

Charlotte Corday es rápidamente enjuiciada y condenada a la pena de muerte y cuatro días después muere en la guillotina el 17 de julio de 1793.

Charlotte creía que eliminando a Marat, acabaría con el terror de la revolución “He matado a un hombre para salvar a cien mil”, declaró con firmeza, mientras era detenida y conducida a prisión. Los jacobinos iniciaron un periodo conocido como “El Gran Terror”, se suspendieron las garantías constitucionales y aumentaron las persecuciones contra aquellos que no defendían sus ideas republicanas y democráticas. El asesinato de Marat lo convirtió en mártir de la revolución y provocó un endurecimiento de la política montañesa ante el empeoramiento de la crisis política.

La muerte de Marat fue considerada en su tiempo como una auténtica desgracia nacional. Tras su asesinato, el club de los cordeleros colocó el corazón de Marat en una urna y su cuerpo fue llevado al Panteón, de donde fue sacado al año siguiente.

La escena de la muerte de Marat fue muy empleado por los pintores. El retrato de Jacques Louis David “la muerte de Marat·, nos da una visión muy real de la escena que terminó Charlotte. El líder jacobino trabajaba sumergido en una bañera debido a una enfermedad que sufría en la piel que le mitigaba el picazón y el ardor. Con una tabla de madera se ayudaba para escribir sus textos revolucionarios.

Charlotte se toma la justicia por su mano intentando parar la locura política que para ella significaban los jacobinos, pero sus consecuencias fueron a peor y provocó una mayor radicalización.

Charlotte Corday, la justiciera ajusticiada