jueves. 28.03.2024

El Acuerdo Sykes-Picot se firmó el 16 de mayo de 1916 entre los británicos y franceses. Debe su nombre a los dos diplomáticos que llevaron las negociaciones, sir Mark Sykes, un experto en el Próximo Oriente, y François Georges Picot, que había sido cónsul de Francia en Beirut en el período previo a la Gran Guerra. Las negociaciones contaron con el concurso de la diplomacia rusa, ya que deseaba estar presente en unas negociaciones sobre una zona que le interesaba para conseguir el añorado objetivo de encontrar una salida al Mediterráneo en el Estrecho de los Dardanelos. Que el Imperio Turco hubiera entrado en la Gran Guerra del lado de los Imperios Centrales había supuesto una oportunidad para los rusos porque los aliados occidentales aceptaron tener en cuenta este deseo por vez primera, ya que siempre se habían mostrado contrarios, como se pudo comprobar con la Guerra de Crimea a mediados del siglo XIX.

Londres y París deseaban organizar el Próximo Oriente según sus intereses coloniales y de política internacional, repartiéndose zonas de influencia en función de su presencia en la zona, y sin tener en cuenta los deseos árabes e islámicos, a pesar de las promesas que, especialmente, el Reino Unido había hecho al jerife Husayn y a otros dirigentes árabes, con los que se estaba de forma paralela, y como vimos en el anterior artículo de esta serie, negociando para promover la revuelta árabe contra los turcos.

El propio Acuerdo seguía reconociendo la alternativa de un Estado árabe independiente o de una Confederación de Estados árabes, pero en la práctica no había independencia de ningún tipo. Se planteó un reparto de cinco zonas. En primer lugar, habría una zona de control británico (la zona B) y otra de control francés (la zona A) aunque con jefes árabes, en medio del Próximo Oriente. En estas zonas, las dos potencias occidentales tendrían derecho preferente para establecer empresas y préstamos, respectivamente, y solamente las dos en sus zonas podrían nombrar consejeros y funcionarios extranjeros a petición del Estado árabe o de la Confederación. Además se establecieron las zonas azul francesa y roja británica, que enmarcaban las otras dos. La francesa era la costera con el Mediterráneo, desde el corazón de Anatolia hasta Palestina. La británica sería la antaño Mesopotamia, hacia el Golfo Pérsico. En estas zonas coloreadas ambas potencias podrían establecer administraciones o controles, directos o indirectos, con el acuerdo del Estado o la Confederación. Por fin, se establecía una zona marrón bajo administración internacional, cuya forma quedaría sujeta a una futura consulta con el resto de aliados, especialmente con los representantes del jerife de La Meca y con Rusia. Se trataba de Palestina.

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Además, el Acuerdo establecía la concesión de puertos en el Mediterráneo para Gran Bretaña (Haifa y Acre), y la garantía de provisión de agua del Tigris y Eufrates para las zonas A y B. Los británicos se comprometían a no conceder Chipre a una tercera potencia sin el consentimiento francés. Alejandría se convertiría en un puerto franco para el comercio británico. Londres se aseguraba la libertad de tránsito por las zonas. Los franceses conseguían, por su parte, la misma condición de puerto franco en Haifa y semejantes libertades de tránsito. También se regulaban el ferrocarril de Bagdad y cuestiones comerciales y aduaneras. Se garantizaba la integridad de la península Arábiga, impidiendo que una tercera potencia interviniese. El Acuerdo terminaba aludiendo a que seguirían las negociaciones con los árabes en relación con las fronteras del futuro Estado árabe o Confederación de Estados.

El Acuerdo sufrió una modificación a raíz de la Revolución Rusa, y que liberó a los franceses y británicos de los compromisos adquiridos con los rusos. Pero, sobre todo, porque los bolcheviques hicieron público su contenido generando problemas a los aliados porque los árabes conocieron lo que se había pactado a sus espaldas. Los turcos aprovecharon la ocasión para exhortar al jerife a que rompiera los pactos con los británicos y abandonase la revuelta y ofensiva árabes. Por su parte, en el seno de los árabes se generaron disensiones. Por un lado, Faysal se fue distanciando cada vez más de Husayn, aunque el jerife mantuviese teóricamente la autoridad árabe. Pero, no cabe duda, que no sólo Husayn estaba molesto e inquieto. Muchos otros dirigentes árabes compartían esta sensación. Los acontecimientos de finales de 1917 y del año 1918 generarían más inquietud entre los árabes.

El Acuerdo Sykes-Picot: negociaciones y consecuencias