martes. 16.04.2024

Hay veces que la realidad te salta a la cara como una bofetada y te deja pasmado buscando una explicación que pueda hacerte comprender y reaccionar adecuadamente, pero no siempre se consigue. Eso me está pasando al intentar comprender el cambio de postura española con respecto al Sahara. La primera reacción es de sorpresa, indignación y enfado: no se puede comunicar tan mal una decisión que destruye 40 años de política internacional, dictámenes del Consejo de Seguridad de la ONU y, no lo olvidemos, miles de muertos en el lado más débil y ahora traicionado, de nuevo, por España.

Del Sahara salimos por pies de forma ignominiosa y vergonzante dejando vendido a todo un pueblo que nada quería ni tenía que ver con Marruecos, país que, como sentenció el Tribunal Internacional de Justicia, era por completo ajeno al territorio saharaui como ajeno era, también, Mauritania. El que quiera ampliar información, la revista Dialnet tiene estudios y recopilaciones de las diversas sentencias, aproximaciones y tratados que Marruecos se ha encargado de boicotear e impedir con empeño y éxito, todo hay que decirlo.

La verdad es que servidora no ha encontrado el oscuro arcano que gobierna las decisiones de Pedro Sánchez y no se si la guerra de Ucrania tiene algo que ver; desconozco el pago que va a recibir Argelia, que nunca ha tenido mucho interés en lo que pasaba por la zona del Sahara; tampoco sé si los USA han dado un toque de atención regido por la misma obtusa política exterior de siempre y prefieren blindar al autócrata de Marruecos antes que abrir la espita de un posible referéndum que consagre a los rojillos del Polisario… demasiadas claves abiertas ahora mismo como para que un don nadie como yo tenga ni idea de lo que, de verdad, mueve las decisiones.

Dicho esto y aceptada mi ignorancia, sí puedo dar mi opinión al respecto: sea por la razón que fuere, se ha hecho mal, se ha explicado peor y la ciudadanía -mi círculo, por lo menos - parece que se ha cogido un cabreo importante. Marruecos -su rey, su idea, en general- nos cae mal y sin embargo, el Polisario nos recuerda la vergüenza de un abandono y de una huida de la que todos nos sentimos un poco responsables. Es cierto que la política es el arte de lo posible, pero pensar que España se iba a comer esa pedrada sin decir nada, es un exceso de confianza.

Sin una llamada a la oposición -que ostenta un cargo reconocido en nuestra organización institucional: Líder de la Oposición - sin una reunión de la comisión de exteriores, sin una comparecencia en el Congreso, a capón y “porque yo lo valgo”,  no se hacen bien las cosas, sencillamente. Un bandazo como el que se ha dado, se tiene que justificar y explicar muy bien, los ciudadanos debemos ver unidad en los gestores; hay que dar confianza y demostrar que no hay fisuras y que, los que saben de esto, están de acuerdo.

Los políticos españoles deberían tratar a Marruecos como si de la mismísima peste se tratara, pues Marruecos, desde el siglo XIX, siempre está al principio o al final de algo: de una etapa importante, de un cambio en la tendencia o haciendo explotar algo. Ese fue el caso de la Semana Trágica de Barcelona, el inicio de la fama de Franco, su final agonizante coincidiendo con la marcha verde; Primo de Rivera, los africanistas con Alfonso XIII a la cabeza y la dictadura… siempre Marruecos, para desgracia nuestra.

Personalmente, creo que Marruecos es un dolor de muelas en la historia de España y que hoy negocia y sobrevive gracias al chantaje que ejerce sobre Europa reteniendo la inmigración ilegal y condicionando pesca y agricultura. No creo que podamos esperar nada bueno de semejante vecino, pues ni sus valores, ni su tradición, ni su evolución política auguran nada bueno para España: hoy se ha llevado el gato al agua con el Polisario a pesar de la ONU  y Ceuta y Melilla estarán, siempre, en el punto de mira.

Mal vecino que demuestra, una vez más, que es más fácil hacer valer la razón de la fuerza que la fuerza de la razón.

La vergüenza española en el Sahara