viernes. 19.04.2024
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Para la mayoría de los occidentales, y los españoles en particular, situar bien Ucrania en el mapa es un problema, conocer su historia es una aventura por descubrir y entender las raíces de los problemas que han llevado a la guerra, una quimera. Si encima los medios han convertido desde el minuto 1 el conflicto en el habitual espectáculo mediático, y todos los gobiernos interesados han abierto la correspondiente guerra propagandística colateral, es difícil tener un acercamiento objetivo y racional al problema. Máxime cuando de entrada los posicionamientos ideológicos y la sensibilidad humanitaria alimentada por los medios en su afán de informar, pero también de buscar audiencia, complican mucho más la situación.

Es evidente que la Rusia de Putin no es heredera de los valores de la Revolución de Octubre, sino del pasado imperial zarista. El ruso de la calle, y muchos otros exsoviéticos también, recuerdan el pasado de potencia hegemónica mundial de la URSS, y por tanto viven como una humillación todo lo acaecido desde la caída del muro. Los países occidentales, que ganaron la Guerra Fría gracias a la economía, han ido eliminando peones del antiguo poder soviético, en una estrategia deliberada para impedir el rearme militar y político ruso, a base de sustraerle aliados y si es posible recuperar el antiguo objetivo del siglo XIX de fracturar el territorio de la antigua Rusia -el país más grande del mundo por extensión, y principal poseedor de la mayoría de las materias primas mundiales-. ¿Guerra de valores? ¿Qué valores? ¿Democráticos? ¿Progresistas? En todo caso imperialistas o nacionalistas.

Para entender Ucrania hay que alejarse del estereotipo alimentado por los medios manipuladores occidentales de un país oprimido que lucha por su libertad

Para entender Ucrania hay que alejarse del estereotipo alimentado por los medios manipuladores occidentales de un país oprimido que lucha por su libertad. Verdad y mentira a la vez; es decir, cada cosa en parte. Ucrania es un país plural y complejo, con unas fronteras y una historia -los pueblos que no han tenido estado también han tenido su historia, y en el caso de Ucrania hay más de un pueblo en su interior, con historias mezcladas pacífica y violentamente- que no se parecen en nada a las experiencias paralelas de los países occidentales europeos, mucho más estables y homogéneos. Un europeo occidental, y sobre todo un español o un inglés, no puede entender que un ucraniano, como muchos otros eslavos, no sabe con exactitud cuáles son sus fronteras reales, y como es habitual suele reivindicar el contorno histórico más amplio posible; lo que suele chocar con la perspectiva del eslavo de al lado, que hace lo mismo, y que por tanto no es conciliable. Eso si no se empeña, como suele pasar a menudo por esos lares, en ignorar la existencia de otras identidades existentes en su territorio y las desprecia. Que es exactamente lo que están haciendo en Ucrania las dos partes internas del conflicto, las externas están en otra “guerra”; porque entre otras cosas se trata sobre todo de una guerra civil. Una guerra civil ignorada deliberadamente, sobre todo por Occidente, y que puede llevar a una balcanización del problema.

Aparte de que Ucrania sea la cuna de Rusia, pues allí se creó el Rus de Kiev, origen de la nación rusa, el territorio actual del país ha sido morada de eslavos del norte, vikingos, mongoles, turcos, cosacos, tártaros, otros pueblos túrquicos, polacos, lituanos, bielorrusos, húngaros, moldavos, rumanos, judíos, etc. etc. etc. Y los territorios de sus asentamientos han ido variando a lo largo del tiempo. Pero las que sí parece que han sido muy determinantes en la configuración de identidades, culturas y caracteres en la zona, han sido las áreas de dominio e influencia del imperio ruso, turco, polaco-lituano y austrohúngaro, así como lucha de los cosacos desde el siglo XVI al XVIII. A ello hay que sumar las colonizaciones de territorios, las migraciones históricas, y especialmente las deportaciones impulsadas durante la época estalinista, algunas exclusivamente para contrarrestar los sentimientos nacionales autóctonos y otras como crudo castigo, como lo fue la decidida en 1944 por Stalin de sacar a los tártaros de Crimea y sustituirlos por rusos.

Esa mezcolanza de pueblos no ha sido históricamente pacifica, y menos durante el siglo XX. La breve existencia de Ucrania como estado independiente después de la I Guerra Mundial (1918-22) se produce en medio de una guerra civil en Rusia (1917-23), una guerra soviético-ucraniana (1917-21), otra polaco-ucraniana (1918-19) y otra polaco-rusa (1919-21); y todas con grandes pretensiones expansionistas por parte de todos los contendientes. Por no hablar de las conocidas purgas soviéticas de enemigos políticos, incluidos los de izquierdas, muy duras en la zona. A todo ello hay que sumar que Ucrania fue obligada por los bolcheviques a integrarse en la URSS y que el trazado de las fronteras dejó muchos ucranianos fuera de ella -sobre todo en Polonia- y muchos miembros de otras comunidades dentro, y lo que es peor muchos resentimientos por todas partes. Estos resentimientos explotarán más tarde durante la II Guerra Mundial. En la parte occidental los nazis serán recibidos como libertadores, y muchos ucranianos formarán bastantes unidades del ejército alemán, con destacadas intervenciones en la guerra, pero también en la represión de otros compatriotas de la parte este, y hasta en el Holocausto. En la parte oriental muchos ucranianos prorusos harán lo mismo en el Ejército Rojo y pasarán factura en el oeste cuando recuperen el territorio. Los polacos y otras minorías de los territorios de la Polonia de entreguerras que luego pasarán a Ucrania o la URSS sufrirán una represión genocida, y serán expulsados en masa a Siberia durante la guerra o realojados al final de esta en los territorios sustraídos a Alemania (Silesia y Pomerania) y entregados a Polonia en compensación por las pérdidas territoriales impuestas por la URSS en el este. Además, está el Holodomor, la hambruna que a principios de los años treinta provocó la muerte de varios millones de personas por culpa de la colectivización forzosa y la requisa de alimentos. Hambruna que los ucranianos occidentales llevan años intentando presentar como un genocidio calculado y no como un error monstruoso de una política ideológica desarrollada fanáticamente. Esta secuela de agravios y venganzas está detrás de las posiciones de intransigencia y de ignorancia del oponente que se vienen produciendo desde la independencia del país. Ambas alimentadas desde fuera por intereses estratégicos imperialistas, y que han acabado por degenerar en una guerra civil, que empezó hace ocho años sobre todo en el Donbás y que ahora se ha extendido a todo el país.

Es significativo que esa ignorancia del otro practicada por los propios ucranianos es practicada cínicamente a su vez por rusos y occidentales -entendiendo como occidentales todos los implicados al oeste del país, incluidos especialmente los países exsocialistas con cuentas particulares pendientes con Rusia-. Tampoco es una buena idea, y nunca lo es, dilucidar una cuestión tan compleja y delicada como ésta utilizando el resultado de una votación “democrática” que imponga una solución radical a una minoría, sobre todo cuando ésta es excesivamente importante. De hecho, se pueden resaltar algunos datos para ver que la minoría de turno -la prorrusa en el conjunto del país, pero mayoritaria en muchos oblasts del este y del sur- es demasiado grande para menospreciarla.  

Los medios occidentales se volcaron desde el principio con la revolución naranja y con el Maidán, pero no hablaron prácticamente nada de las protestas prorrusas posteriores en muchas ciudades durante 2014. El conflicto del Donbás, que dura ya 8 años, es habitualmente reducido a cuatro radicales y a infiltrados rusos -discurso muy parecido al que hizo la parte opuesta sobre la revolución naranja-. Tal vez los 700 mil refugiados de esa guerra sean una cifra hinchada, o tal vez no; pero si fueran 400 0 300 mil ¿habría que ignorarlos? En las elecciones de noviembre del 2004, las que se hicieron finalmente con observadores extranjeros, después de denunciar las anteriores, Yuschenko -el candidato prooccidental- sacó el 52% de los votos, y ganó limpiamente; el prorruso Yanukovich sacó el 44%, las perdió claramente. Pero ¿se puede ignorar la realidad de ese 44%? Especialmente cuando más tarde Yanukovich ganó limpiamente las del 2010. Todos estos hechos conocidos no obtuvieron casi ninguna repercusión en los medios occidentales. En Ucrania se hablan dos lenguas, el ucraniano y el ruso y el surzhyk, que es una mezcla de ambos. Tradicionalmente -incluso antes de la época soviética- el ruso era el más hablado, ahora lo es el ucraniano. El surzhyk está muy difundido, pero es difícil saber cuál es la implantación y el papel como lengua materna de cada uno. El propio presidente Zelenski tiene el ruso de lengua materna. Históricamente el ucraniano era un idioma de campesinos, las clases altas y educadas hablaban ruso o polaco dependiendo del poder político de la zona.

Después de medio siglo de relativa calma el enfrentamiento interno se reproduce cuando en 2014 el presidente Yanukovich (prorruso) considera que las condiciones del acuerdo negociado con la UE no son muy ventajosas para el país y quiere compaginarlo con sus acuerdos con la unión aduanera de Rusia-Kazajistán-Bielorrusia -básicamente precios de amigo en algunas importaciones-. Rusia le dice que si entra en la UE esas condiciones no se mantendrán y él se replantea el acuerdo con la UE, lo que provoca las manifestaciones del Maidán y el proceso subsiguiente de división interna del país. El problema es que puede que Putin haya calculado mal. Aunque no sea el único, puede que sea el que peor lo ha hecho. Calculan mal también la OTAN y la UE invitando a Ucrania a sumarse a sus respectivas organizaciones como anteriormente hicieran con varios países del Este o exrepúblicas soviéticas; pues ni el momento es el mismo, ni la proximidad con Rusia es la misma, ni la debilidad de ésta es la misma. Calculan mal los países del Este que piden una actitud más firme, pero ocultan un revanchismo latente. Calculan mal los ucranianos pro-Occidente porque sobrevaloran la implicación de los EE.UU. y sus aliados europeos. Calculan mal los ucranianos prorrusos que sobrevaloran la fuerza de Rusia.

Putin y la gran mayoría de los rusos son más nostálgicos del poder zarista que del soviético, del que añoran más su poder político y militar que sus valores socialistas

Putin y la gran mayoría de los rusos son más nostálgicos del poder zarista que del soviético, del que añoran más su poder político y militar que sus valores socialistas. Para ellos la desmembración de la URSS es un drama nacional histórico que hay que corregir. A pesar de su escaso peso económico la Rusia de Putin se empeña en ejercer un papel de gran potencia militar internacional amparada en un nivel de gasto militar exagerado para sus posibilidades. El regalo surrealista de Crimea por parte de Kruschev en 1954, a pesar de que apenas un 10% de su población era ucraniana, sólo se explica porque nunca se pensó que Ucrania podría llegar a independizarse. Aun así, el error fue corregido a la rusa. La posible instalación de fuerzas militares y de misiles nucleares de largo alcance que conllevaría la entrada en la OTAN de Ucrania, en un contexto de retirada de los acuerdos de limitación de los sistemas de misiles nucleares (SALT 2) y de abandono de los de reducción armamentística convencional -proceso iniciado por EE.UU. en el 2002- recuerdan inevitablemente la crisis de los misiles del 62 a la inversa, y no pueden ser valorados de otra manera desde un punto de vista de elemental reciprocidad o del nuevo concepto acuñado en la política internacional de “seguridad compartida”.

Pero sobre todo Putin ha planteado mal la estrategia y ha calculado mal sus fuerzas y sobre todo las posibles reacciones. Ha intentado iniciar una guerra a base de “faroles” de póker que pretendían intimidar a los adversarios. Ha acertado en que la OTAN no se movilizaría en defensa de Ucrania, pero ha evaluado mal el alcance de las sanciones económicas, que él esperaba similares a las de anteriores crisis. Las operaciones militares de los primeros días muy limitadas y quirúrgicas, que buscaban sólo destruir las instalaciones de detección aérea, junto con los bombardeos selectivos intimidatorios sólo pretendían mostrar su capacidad de infligir daño, provocar el pánico en la población civil, lanzar una advertencia a Occidente sobre su determinación y finalmente la rendición política del gobierno ucraniano, cediendo a los objetivos declarados del Kremlin: Renuncia a la entrada en la OTAN y en la UE, neutralidad internacional del país, y equiparación política de la mitad prorrusa del país; esto es, admitir el tutelaje político de Ucrania.

A medida que el gobierno de Kiev resistía y Occidente radicalizaba su reacción, Putin elevó la apuesta aumentando la importancia de las operaciones militares, haciendo más daño y a la vez visualizándolo más, y elevó el tono de sus demandas exigiendo la desmilitarización del país. Porque a pesar del despliegue de los medios internacionales, que a fin de cuentas le beneficiaba, y el de la propaganda occidental y del gobierno ucraniano, el objetivo nunca fue la invasión y la ocupación de todo el país. Dado que esta era una alternativa demasiado compleja, difícil de lograr y costosa desde todas las perspectivas; sobre todo imposible de mantener en la parte occidental del país, y de imprevisibles consecuencias.

Putin puede ser un megalómano, pero no es tonto. Pero cuando los faroles no funcionan, o se retira uno o eleva la apuesta, y él parece haber optado por lo segundo, entrando en una guerra de verdad, o al menos en operaciones militares por encima de lo previsto. No está claro que el gobierno ucraniano esté ahora más dispuesto a ceder, ni tampoco en qué cosas; no ha habido levantamiento interno amigo, incluso una parte importante de los prorrusos parecen haber desaprobado la intervención y puede que hasta hayan encontrado su vena patriótica; por lo cual podría verse abocado a fracturar y seccionar una parte del país. Esto aparentaría una victoria militar y política rusa, pero sería una derrota total de sus objetivos, porque daría vía libre a la parte ucraniana occidental hacia todo lo que él pretendía evitar. Además, internamente han surgido entre la población rusa demasiados posicionamientos contrarios a la guerra; y sobre todo entre los oligarcas, cuyos intereses se están viendo muy afectados por las sanciones económicas, y cuya capacidad de presión interna puede ser muy importante. La OTAN puede que no incorpore un nuevo miembro, si no entran finalmente Finlandia o Suecia, pero militarmente se va a fortalecer, y los presupuestos de defensa está claro que van a aumentar en muchos países europeos.

El aislamiento de Rusia con el que amenazan las potencias occidentales va a funcionar a medias, al menos a medio y largo plazo

El aislamiento de Rusia con el que amenazan las potencias occidentales va a funcionar a medias, al menos a medio y largo plazo. En el mundo están surgiendo otros actores y el peso de Occidente no es el del siglo XX, Rusia lo sabe y lleva tiempo jugando esas cartas. Además, el propio Occidente no suele mantener esas campañas cuando están en juego algunos de sus propios intereses económicos. Ya ocurrió con China después de Tiananmen. China no ha condenado el ataque ruso y ha calificado las sanciones económicas como ilegales. La resolución condenatoria de la ONU sólo tuvo 5 votos en contra, pero atención a las 35 abstenciones.

Otro escenario aún peor, preocupante para todos, pero también muy posible, sería la balcanización del problema en algunas regiones, no sólo en el Donbás. Incluso en el cumulo de la irracionalidad e intransigencia mutua no es descartable el escenario extremo de una partición de Ucrania “a la alemana” con el rio Dniéper como frontera. Eso llevaría a una Ucrania en la OTAN y otra satelizada o absorbida. Pero ¿a quién beneficiaria esa salida? Casi todas las partes han tomado decisiones irresponsables en los últimos años, no desde el punto de vista de la ética o la justicia, sino del realismo y la sensatez. No hay lugar para la ética o la justicia cuando están en juego intereses egoístas.

La salida de esta tragedia pasa por contar la verdad y no medias verdades, reconocer la realidad ucraniana tal cual es y no como cada parte quiere ver, no ignorando ni menospreciando a ninguno de los afectados, renunciando a soluciones militares; y una vez más negociando y cediendo los de dentro. Los de fuera acogiendo a todos los refugiados sin distinción de ninguna clase, apoyando medidas pacificadoras y no jaleando la guerra o con iniciativas que conducen al enfrentamiento. Los refugiados de una y otra parte, las victimas presentes y futuras, están ahí, esperando.


Firman este artículo Antón Saracíbar, Juan Sotres, Antonio Sánchez, Gabriel Moreno, Ramón Utrera, Antonina Ramírez Javier Velasco, Pedro Espino, del colectivo HORMIGAS ROJAS

Ucrania: de nuevo la balcanización de un problema