jueves. 28.03.2024

Estamos a unas seis semanas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Desde hace meses el presidente Donald Trump, quien aspira a la reelección, sigue debajo en los sondeos respecto a su oponente demócrata Joseph Biden. Por otra parte, le resulta reconfortante que cuenta con una base firme y leal de aproximadamente un 40% del electorado, que le sirve de sostén y no ha cedido sin importar lo que se diga o demuestre sobre el mandatario.

Trump ha mostrado su capacidad de trastornar la política en el país y sostenidamente ha explotado diversos temores de la población. Es un consumado y diestro manipulador. No se le debe subestimar, ni tampoco pensar que su habitual ignorancia equivale a falta de habilidades políticas.

Trump y su equipo de campaña han llegado a la conclusión que la violencia desatada en varias ciudades del país ha llegado a un punto que beneficia políticamente al candidato republicano.

Veamos.

El inicio de una gran crisis económica en los primeros meses del año y las serias complicaciones generadas por la extensión y alcance de la pandemia del coronavirus en Estados Unidos, estaban generando un claro deterioro de las posibilidades de reelección del presidente Trump en las elecciones de noviembre. Su manejo de la epidemia ha sido desastroso y muy mal evaluado por la mayoría de los estadounidenses.

Para complicar más la situación, a fines de mayo, el brutal asesinato de un ciudadano negro a manos de un policía en la ciudad de Minneapolis, ampliamente divulgado en las redes sociales, desató una ola de manifestaciones en cientos de ciudades y poblados en protesta contra ese asesinato racista y muchos otros anteriores que son parte de una secuela de brutalidad policiaca y racismo.

Esos hechos y el tema de la campaña antirepresiva “las vidas de los negros importan” concitaron en toda la sociedad amplias y transversales simpatías hacia los manifestantes hasta un grado del que no se tiene memoria. Mientras, las declaraciones del Presidente y algunas de sus decisiones en ese contexto fueron criticadas por muchos e interpretadas como que agudizaban las divisiones en el país y alimentaban la violencia.

Cuando estaba finalizando el primer semestre del año, el tema de la campaña antirracista y su ampliación se encaminaba, peligrosamente para Trump, a centrarse y girar en torno a la figura del Presidente, su errática gestión y su negligencia criminal respecto a la pandemia, que ocasionaba ya unas 150 000 muertes.

Sin embargo, en la actualidad la situación ha derivado en una dirección que parece estarle permitiendo al presidente Trump sacar provecho político.

Mientras la prensa y todos nos concentramos en criticar las aparentes o reales torpezas del Presidente, su arrogancia y sus dichos irrespetuosos sobre los que protestan contra la represión, no se debe perder de vista que el mandatario parece haber encontrado, precisamente en esas tensiones, un tópico clave y efectivo sobre el cual impulsar su campaña para la reelección.

Se trata de la violencia urbana y los temores que genera. Ha comenzado una reacción negativa y un cierto retroceso en cuanto al respaldo al movimiento por la justicia racial. Las protestas en algunas ciudades se han complicado y prolongado durante más de un trimestre sin que las autoridades logren controlarlas. A la par con los manifestantes pacíficos, grupos de vándalos y/o ciudadanos airados han acudido al saqueo y la violencia. Por momentos las protestas contra la policía han ocasionado un deterioro de las fuerzas del orden. Se ha reportado que grupos violentos de derecha y simpatizantes de Trump incursionan en esos centros urbanos y catalizan los choques violentos.

El caso más notable es la ciudad de Portland en Oregón, pero destaca también la ciudad de Kenosha en Wisconsin, y otras en esa situación, las que, curiosamente, están regidas por alcaldes del Partido Demócrata.

Y digo curiosamente porque ese es el punto que Trump ha estado explotando políticamente con habilidad y malicia. Se involucra y logra cobertura de sus polémicas con esos alcaldes y gobernadores demócratas, aludiendo a que su poca severidad se debe a que simpatizan con los que protestan por ser socialistas y de izquierda; y agrega: “como lo son aquellos que rodean a Biden”. Los acusa de incapacidad para controlar la situación, y se pavonea dando muestras de voluntad para “ayudar” con el envío de tropas federales para terminar con los disturbios.

El Presidente alimenta los resentimientos, demoniza a sus oponentes y valida el odio. Paralelamente incorpora como un tema central de su campaña el posicionarse como custodio y guardián de la ley y el orden, proyectar la imagen de combatir la criminalidad y de estar muy preocupado con la seguridad ciudadana.

Pocas frases condensan los argumentos del Presidente: Los vándalos con sus protestas “harán que cada localidad se parezca a la ciudad de Portland que administran los demócratas. Nadie estará seguro en los Estados Unidos de Biden”. Un voto por Biden sería un voto para darles riendas sueltas a los anarquistas y agitadores que amenazan a nuestros ciudadanos. Las tranquilas zonas suburbanas no lo serían más; los vándalos que se han visto en varias ciudades en las últimas semanas, campearían por su respecto.

Como siempre, Trump aviva y explota los temores que inquietan a la población estadounidense. Su tema central ahora es que los estadounidenses no tendrán seguridad si Biden, el candidato demócrata, obtiene la Presidencia. Si ello ocurriera la nación experimentara motines como no se han visto nunca. Biden ha abrazado, dice, las políticas de la izquierda radical, pero no tiene control sobre ella.

Estas elecciones, agrega en otro momento el Presidente, serán acerca de si defenderemos el modo de vida estadounidense o si, por el contrario, permitiremos a un movimiento radical desmantelarlo completamente y destruirlo.

Sin sonrojarse, utiliza tales argumentos pese a que todos esos conflictos y la oleada de violencia están ocurriendo bajo su mandato, no son ajenos a sus responsabilidades, y a pesar de que por momentos desde la Casa Blanca y el propio Trump han parecido estar echando leña al fuego.

La cuestión es que el tema de la violencia, el vandalismo y la inseguridad se sitúa ahora en los primeros planos, como una lógica preocupación ciudadana, y también como un asunto manipulado políticamente por ambos partidos. Y se puede apostar a que las controvertidas posturas y los manejos mediáticos del mandatario no son ajenos a la prominencia y el giro que ha tomado la cuestión de la violencia urbana.

Esa campaña de odio está acompañada por blogueros y columnistas conservadores quienes sin evidencia alguna riegan rumores sobre supuestas turbas de negros que estarían atacando al azar a personas blancas en lugares públicos.

La prolongación de la violencia urbana actualmente le resulta funcional a las aspiraciones del presidente Trump a fin de que tales tensiones puedan llegar a relegar y hacer pasar a un segundo plano las preocupaciones existentes respecto al coronavirus, de forma que también quede opacado el recuerdo de su insensibilidad y sus fracasos para el control de la pandemia.

Teniendo en cuenta que la brutalidad policiaca es un hecho real y repudiado por una muy extensa parte de la población, y dada la legitimidad de la lucha y las movilizaciones contra los asesinatos racistas, para los demócratas no es una opción desasociarse o dejar de apoyar a ese amplio movimiento y a Biden y otros voceros de ese partido solo les queda hacer declaraciones condenando las acciones violentas y a sus perpetradores.

Las próximas semanas previas al 3 de noviembre seguramente reservan sorpresas y otros posibles giros políticos. Pero ciertamente, de momento, estos cambios en el contexto político parecerían traer de vuelta y revivir las perspectivas de reelección del presidente Trump.

¿Le servirán de trampolín electoral a Trump las protestas contra la represión racista?