sábado. 20.04.2024
dinero digital

A raíz de la publicación del n. 90 de la estupenda revista económica Alternativas Económicas y a raíz –valga la redundancia– de dos artículos publicados en ese número, me han surgido dos reflexiones sobre el papel que están jugando y, sobre todo, podrían llegar a jugar las llamadas criptomonedas como dinero. Según nos dice Alejandro Bilbao –economista y analista financiero– en su artículo Tenemos que hablar del mundo “cripto”, la primera criptomoneda, que fue el bitcoin, surgió allá por el año 2009 y ya el 11 de marzo de este año se pagaba 54.616 dólares por un bitcoin. En lo referente a su nacimiento, si buscamos en la conocida Wikipedia, resulta que la moneda fue concebida con un seudónimo –Satosho Nakamoto– de identidad desconocida, lo cual ya es preocupante.

Me saltaré cómo funciona la oferta de las criptomonedas a través de lo que llaman “la cadena de bloques” y remito a cualquier página de Internet para alguna explicación suficiente o a las explicaciones que da el economista mencionado en el artículo. Y en cuanto al llamativo cambio de la moneda respecto al dólar –moneda que se caracteriza porque no tiene su equivalente física en papel-moneda o en moneda metálica– se ha controlado ¡hasta ahora! su oferta desde su emisión, por lo que no es de extrañar que tenga ese cambio, aunque absolutamente inapropiado si llegara a constituirse como medio de pago comúnmente aceptado, que es la definición de dinero.

Pero la pregunta clave es si estos bitcoin y otras criptomonedas que ya están ¿circulando? pueden llegar a constituirse en dinero de uso común. La historia del dinero es muy puñetera y ha dado lugar a muchos disgustos a particulares, empresarios, financieros y gobiernos, porque a veces se producen inflaciones galopantes que casi siempre van precedidas de aumentos notables de la oferta monetaria –hoy se habla en estos términos– o, de forma más genérica, de cantidad de dinero en circulación (1). Y una manera de concretar esas experiencias históricas da lugar a una reflexión sobre los tres requisitos que debe tener una moneda para que cristalice como de uso habitual.

El problema de las criptomonedas es el control de su propia oferta o cantidad de dinero emitida y su falta de refrendo público

El primero ya lo hemos dicho: debe ser un medio de pago comúnmente aceptado, porque, si cualquier ciudadano se acerca a un comercio, restaurante, tienda de ropa o quiere pagar a su casero o coger un autobús y los dueños de esos establecimiento o el conductor no le aceptan esa moneda, ésta no vale nada como tal, sea un medio de pago físico y simplemente digital. El segundo requisito es que sea convertible sin problemas ni costes –al menos significativos– en otras monedas porque, verbi gratia, si un empresario importador de semiconductores no pudiera pagar a la empresa exportadora foránea el material, tampoco valdría de nada su supuesta moneda: solo sería un papel o un valor en cuenta cuya utilización como medio de pago sería rechazado al intentar una transferencia. Y el tercer requisito es el de que la moneda –se cripto o no cripto– esté refrendada por un organismo público como son los bancos centrales. Más aún, la historia ha demostrado la conveniencia de que, además, ese organismo sea único y tenga el monopolio de la emisión.

Pues bien: ¿cumple estos tres mínimos requisitos la criptomonedas? La respuesta es que no cumple este último, y ello podría dar lugar a que en algún momento no cumpliera ninguno de los dos anteriores, suponiendo que se hubiera llegado a un uso significativo –aunque no generalizado– de aceptación como medio de pago; también ha de suponerse que hubiera mercado para la convertibilidad entre la moneda en cuestión y las diferentes monedas de otros países. El problema de estas criptomonedas es el control de su propia oferta o cantidad de dinero emitida y su falta de refrendo público. A veces se ha pedido que los bancos centrales asuman ese refrendo, pero eso sería un error imperdonable si los propios bancos centrales no tuvieran el control y el monopolio de la emisión –y destrucción también– del dinero emitido. Pensemos que detrás de esa cantidad de dinero u oferta monetaria está el control de los tipos de interés para favorecer la inversión y, simultáneamente, el control de la inflación. Es verdad que tipos de interés e inflación suelen ir en direcciones opuestas y por eso los bancos centrales tienen que aquilatar la oferta monetaria porque, un aumento de la misma favorece la inversión, pero también puede provocar tensiones inflacionistas si no va acompañada de aumentos de la productividad de los sistemas económicos. Un sistema semi o totalmente automático de una moneda que fuera aceptado y convertible podría dar lugar a un aumento descabellado de la cantidad de dinero y sus posibles consecuencias inflacionistas; una caída de la cantidad de moneda cuando su demanda se mantuviera sostenida podría dar lugar a un aumento significativo de los tipos de interés, lo cual perjudicaría las inversiones, el crecimiento y el empleo. Los experimentos con gaseosa y controlados.

Las libertades reales y la justicia social no dependen de las formas del dinero sino de la distribución del mismo y de la distribución de las riquezas

Es un error, como dice Alejandro Bilbao, que “… se crea una moneda que cumple absolutamente todas las funciones del dinero”. No es inocente que afirme que cumple… “las funciones del dinero” y no los requisitos del mismo, porque ahí está la cuestión: las criptomonedas no cumplen el requisito de estar respaldadas con la emisión, destrucción, garantía, convertibilidad total y control de la oferta monetaria, que tienen las monedas ya consolidadas por parte de sus bancos centrales. Es también un error decir que “el mercado de las criptomonedas no hace nada de gracia a los gobiernos” por cuestiones fiscales, porque el uso de la moneda como unidad de cuenta no cambia ni el objeto ni el sujeto pasivo de los impuestos; tampoco la posibilidad de implementar nuevos impuestos sobre un uso abusivo de estas criptomonedas si fuera menester. La cuestión es la señalada: la responsabilidad ineludible de los Gobiernos –que hemos elegido indirectamente en las democracias– y de sus bancos centrales es controlar la inflación, los tipos de interés y los tipos de cambio exteriores con el fin de mejorar la vida de la gente, y uno de esos instrumentos es el control de la oferta monetaria de las monedas nacionales como instrumento para estos fines. Las criptomonedas no son ni van a mejorar el comercio, las transacciones, no nos van a hacer menos dependientes de los Gobiernos ni se entiende que esto último sea, per se, un bien en sí mismo. Los ciudadanos –y con más razón los ideológicamente de izquierdas– preferimos depender de ejecutivos elegidos democráticamente que de ordenadores, programas, cadenas de bloques, nubes, etc., que nadie ha elegido y con funcionamiento algorítmicos que desconocemos.

Cosa muy distinta es lo que podríamos considerar como dinero digital. En el mismo número de la revista nos cuenta Isidre Ambrós la apuesta china por un yuan digital. Esa moneda sí cumpliría todos los requisitos del dinero tradicional: sería un medio aceptado –además por imperativo legal puesto que no habría otra alternativa en cuanto a dinero–, sería convertible porque tendría su mercado de cambio con otras monedas de otros países y estaría refrendado y controlado por su banco central –en este caso el Banco Popular de China–, que tendría el monopolio de la emisión. La única diferencia con el dinero tradicional es que no se emitiría ni en papel ni en moneda metálica, sino que se pondría en manos de empresas y particulares a través del sistema financiero y, de éste, en los móviles de los ciudadanos. Podrían subsistir a las tarjetas bancarias o no y operar directamente con estos teléfonos como ya se hace actualmente, aunque no de forma generalizada. Es verdad que China es una dictadura, pero ese dinero digital –que ya existe– podría generalizarse en las democracias hasta acabar con el papel-moneda y las monedas metálicas. Las libertades reales y la justicia social no dependen de las formas del dinero sino de la distribución del mismo y de la distribución de las riquezas: no confundamos la velocidad con el tocino ni el culo con las témporas, dicho sea con perdón.


(1) Oferta monetaria y cantidad de dinero en circulación no son sinónimos porque la primera –la oferta– está formada por el efectivo en mano de particulares y empresas más los depósitos de los bancos y cajas de ahorro en los bancos centrales. En cuanto a la cantidad de dinero en circulación se correspondería solo con ese efectivo dispuesto para su uso. Es verdad que esto de las criptomenedas distorsiona estas definiciones porque ya no puede hablarse de circulación en sentido físico como es tradicional, pero es un problema de nueva redefinición de lo que es el dinero y de la propia oferta monetaria.

Dinero digital, sí; criptomonedas, no