jueves. 28.03.2024
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270, la mitad de 538 más uno.

Seguramente son las cifras que más se han repetido después de las elecciones en EE UU. El número de grandes electores del colegio electoral es igual a 538: corresponde al número de miembros que tiene en el congreso (435 en la Cámara de Representantes y 100 en el Senado) más los 3 grandes electores del distrito de Columbia. Cada uno de los 50 estados tiene 2 senadores y un número de representantes que depende de su población. En la elección presidencial todos los votos de un estado (salvo en Maine y Nebraska) van al candidato que ha obtenido la mayoría de los votos en el estado (“winner-takes-all”). En esos dos estados los votos se reparten proporcionalmente al voto popular.

El reparto de los escaños en la cámara de los representantes se actualiza cada diez años, después del censo que requiere la Constitución. El último censo se ha realizado en 2020. Según las primeras estimaciones de la Oficina del Censo (US Census Bureau) unos 17 estados podrían ver su número de escaños afectado por el nuevo censo: Texas ganaría 3 escaños, Florida 2, y otros 5 estados ganarían 1 escaño, mientras 10 estados perderían 1 escaño.

Los políticos conocen la importancia del censo. Donald Trump intentó tomar varias medidas que habrían alterado el censo de 2020: quiso añadir una pregunta sobre la ciudadanía y excluir a los inmigrantes irregulares de los datos.

La teoría de la elección social estudia los sistemas electorales. En particular calcula cómo representantes con número de votos distintos tienen diferentes capacidades de afectar una decisión. Todavía es pronto para medir el efecto del censo de 2020 sobre el colegio electoral porque el nuevo reparto de escaños no es conocido. Sin embargo, algunas consideraciones generales pueden resultar útiles.

Primero, hay que distinguir entre número de votos y capacidad de influir el resultado de la votación. Si un estado tiene 2 votos y otro tiene 1 no se puede concluir que el primero tiene dos veces más posibilidades de obtener el resultado que desea. En realidad, depende del número de votos de todos los otros estados y de la mayoría que se utiliza.

Benelux, un ejemplo hipotético

Se puede ilustrar con un ejemplo hipotético: una elección presidencial del Benelux, con número de votos proporcionales a las poblaciones. Países Bajos tendría 34 votos; Bélgica 22 y Luxemburgo 1. Con una mayoría del 50% los País Bajos siempre obtendrían el presidente que desean y los otros dos estados no tendrían ninguna influencia. Con una mayoría de los dos tercios, los votos de los Países Bajos y Bélgica serían necesarios y suficientes para elegir al presidente. Con la unanimidad los votos de todos tendrían la misma influencia.

Segundo, hay que distinguir entre la capacidad de obtener el resultado deseado cuando uno está a favor de una propuesta o cuando uno está en contra. Una mayoría alta favorece a los que están en contra de la propuesta; una mayoría baja es preferible para los que están a favor. El caso extremo es la unanimidad que permite a cada miembro oponerse a todas las decisiones.

Finalmente, la medida de la capacidad real de influir sobre el resultado depende de las preferencias de todos. Dos ciudadanos de estados de misma población y mismo número de votos tienen en principio la misma probabilidad que influir en la elección presidencial. En la práctica depende también de si viven en un “swing state” o no.

La manera más sencilla de garantizar a todos los ciudadanos la misma capacidad de influir el resultado es obviamente el sufragio directo. Si no, es preferible que todos los distritos tengan la misma población. En el caso de distritos con poblaciones de diferentes tamaños, el cálculo del número de votos que tendría que obtener cada uno de los estados dista de ser trivial. Todavía es un tema debatido en los círculos académicos.

Según el Centro de investigación Pew (Pew Research Center el 58% de los americanos preferirían una elección presidencial directa al sistema indirecto de colegio electoral.

El porcentaje es relativamente estable desde 2011, con una diferencia notable. El porcentaje de electores republicanos que apoyan el sistema actual ha crecido desde 2016, mientras los electores demócratas están más en favor de un voto directo. Muchos recordarán que en 2016 cuando la candidata demócrata Hillary Clinton ganó el voto popular y perdió las elecciones. Parece difícil que un partido que haya sido elegido con un sistema proponga cambiarlo.The Conversation

Annick Laruelle, Profesora IKERBASQUE, departamento de Análisis Económico, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

El reparto de poder entre los estados en el colegio electoral de EE UU