jueves. 28.03.2024
protestas chile

“Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable”, dijo el presidente chileno, Sebastián Piñera, luego de decretar el toque de queda y ordenar una feroz represión que ya se ha cobrado la vida de una decena de personas.

La comunidad internacional debería al menos por un instante quitar el foco de atención de Venezuela y observar qué es lo que está sucediendo en Chile, en donde el ejército, bajo las órdenes del presidente, ha asesinado a diez manifestantes. Sin embargo de momento no hay denuncias respecto de la violación de los derechos humanos que se ha perpetrado esta semana en el país sudamericano, como tampoco las ha habido en Haití, en Ecuador o en Argentina, países en los que la doctrina neoliberal ha provocado estragos.

La excusa del silencio en torno a estas aberraciones es “el enemigo” que “atenta” contra la democracia y las instituciones. La deformación de la realidad convierte a la víctima en victimario y al victimario en una suerte de héroe protector. Los voceros del poder real esconden que en la dialéctica neoliberal el enemigo es todo aquel que no se resigna a perder derechos. La guerra decretada por el presidente chileno -y promovida como “necesaria” por los grandes medios de comunicación que han omitido explicar el génesis de las protestas- es contra los estudiantes que tomaron las calles para manifestar su descontento por el incremento del Metro, contra los trabajadores organizados, contra las clases sociales que el modelo de Piñera empuja a la pobreza.

La creación de un enemigo interno es y ha sido siempre la estratagema de la derecha para perpetrar los privilegios de las clases dominantes

La creación de un enemigo interno es y ha sido siempre la estratagema de la derecha para perpetrar los privilegios de las clases dominantes. Los poderes fácticos acompañan el modelo económico, criminalizando desde sus pantallas a sus detractores. Cualquier oposición será juzgada con firmeza desde los medios de comunicación que ejercen de propagadores de medias verdades, acordes a las necesidades del modelo.

Sin embargo, desde la irrupción en Francia de los llamados “chalecos amarillos” que por primera vez en mucho tiempo despertaron el miedo de las clases dominantes, ha comenzado a extenderse una nueva marea de protestas que visibilizan los horrores y la perversidad del entramado neoliberal. Los ciudadanos de a pie se han transformado en activos periodistas independientes y han conseguido mostrar la brutalidad de la expresión más perversa del capitalismo.

protestas chile 2Pero a mayor fracaso de una ideología, mayor extremismo en su aplicación. Eso es lo que se está viendo en Ecuador, en Chile, en Argentina y en Colombia. En Puerto Rico un levantamiento popular puso en cuestión el dominio colonial norteamericano. En Haití, el país más pobre del Hemisferio Occidental, hay una revuelta persistente contra el gobierno de Jovenel Moïse. Y también en Hong Kong, paraíso de los negocios capitalistas en donde la desigualdad social ha alcanzado niveles intolerables para la gran mayoría de la población.

En todos estos casos los gobiernos democráticos capitalistas han respondido del mismo modo. La represión es “necesaria” para contrarrestar a los “violentos” a los que los medios corporativos tildan de “golpistas” y “desestabilizadores”. El extremismo de la aplicación neoliberal incluye en su manual la táctica represiva, tal como se está llevando a cabo en los países señalados.

No hay neoliberalismo sin represión. Y es probable que la peor consecuencia de este modelo fracasado no sean sólo las crisis económicas que provoca, sino también las crisis políticas. Porque a medida que se reduce el poder del Estado, también se reduce la capacidad de la ciudadanía para cambiar las cosas mediante el voto. En el discurso neoliberal, cualquier alternativa diferente pone en riesgo a la República, a la libertad, a la democracia.

Los “enemigos implacables” de los que habla Piñera se oponen a los brutales ajustes del FMI, que benefician a los poderosos en detrimento de los más vulnerables

Las burguesías de los países de América Latina celebraron la llegada de las derechas a la región. El fin del “populismo” abrió el camino a los gerentes del imperialismo norteamericano comandado por Donald Trump. Macri en Argentina, Piñera en Chile, Duque en Colombia y Bolsonaro en Brasil son las caras visibles de un proceso que está siendo resistido a través de luchas populares. Los “enemigos implacables” de los que habla Piñera se oponen a los brutales ajustes del Fondo Monetario Internacional, que benefician a los poderosos en detrimento de los más vulnerables.   

El neoliberalismo, la raíz ideológica que consiguió remodelar la vida humana y cambiar el centro del poder, está mostrando su cara más salvaje. El toque de queda de Piñera y la decena de trabajadores asesinados esta semana por los militares chilenos debería alarmar a la comunidad internacional que, sin embargo, sigue señalando a Venezuela.   

“El enemigo implacable” del presidente chileno