viernes. 29.03.2024
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Más de doscientos muertos palestinos (un 30%, niños), por bombardeos intensivos de la aviación y la artillería israelí sobre Gaza; y una docena de fallecidos israelíes por cohetes de Hamas lanzados sobre núcleos de población en Israel constituyen el muy desigual balance de un nuevo estallido bélico. Destrucción y sufrimiento. La tragedia se repite. Como en 2014, 2012 o 2008-09. Pero esta vez, en escenarios políticos o estratégicos muy distintos. Son estos:

1) La deriva extremista israelí 

La presente crisis se produce, no por casualidad, cuando estaba a punto de fraguar una inverosímil fórmula de gobierno alternativo que hubiera enviado a Netanyahu a la oposición, y propiciado su retirada política, una vez que quedara expuesto, ya sin blindaje, a la acción de la justicia, en los tres procesos que se siguen contra él.

El Parlamento israelí actual es el más extremista de la historia. El peso de los religiosos, ya sean ortodoxos o sionistas, es más grande que nunca

El preacuerdo entre los centristas de Yeish Atid (Hay futuro) y los ultraconservadores de Yamina habían logrado atraerse a los cuatro diputados de la formación islamista Ra’am (Netanyahu lo había intentado antes, en vano). Una coalición Frankenstein, que refleja la crisis de identidad de Israel. La descomposición del centro-izquierda laborista y sus epígonos y el crecimiento del nacional-judaísmo dirigen a Israel por  una senda muy oscura e inquietante. El Parlamento israelí actual es el más extremista de la historia. El peso de los religiosos, ya sean ortodoxos o sionistas, es más grande que nunca. La derecha se fragmenta y radicaliza cada vez más por disputas de liderazgo (de ego, más bien), relegando los debates ideológicos o programáticos. Netanyahu es un rey sin corona, en una corte de ambiciosos segundones (1).

En ese panorama, los partidos de la minoría árabe se agrupan o distancian, se unen o rompen por cuestiones menores, incluidos también los personalismos. Pero, sumados, han llegado a ser una fuerza política en absoluto desdeñable: tanto como para ser imprescindibles en una coalición de gobierno, algo insólito en más de 70 años de existencia del Estado.

2) La quiebra de la convivencia árabe-judía en Israel

La revalorización política de la minoría árabe israelí ha podido ser un factor relevante en los enfrentamientos de abril y primeros de mayo en Jerusalén Este. La sucesión de hechos es claramente provocadora: presiones previas a una decisión judicial sobre el desalojo de unas casas habitadas por palestinos en la ciudad vieja; violenta intervención policial para acabar con las protestas subsiguientes; e irrupción de militantes del partido religioso extremista Lehava en actitud ofensiva y agresiva en la explanada de las mezquitas. Esta secuencia provocó una reacción solidaria de la minoría árabe israelí con los palestinos y un enfrentamiento abierto con los fanáticos judíos (2).

Los árabes israelíes han defendido siempre una solución justa al problema palestino, incluidos los derechos políticos. A pesar de su marginación, siguen siendo ciudadanos de Israel. Los recientes acontecimientos han dañado la convivencia y agudizado la brecha social y política. Lo que añade un factor adicional de desestabilización (3).

La primera consecuencia política ha sido la ruptura del preacuerdo de coalición israelí. El derechista Neftalí Bennett, líder de Yamina, reconocía hace unos días que la colaboración de los islamistas de Ra’am era ya imposible. Resultado más factible: quintas elecciones en poco más de dos años. Pero en esta ocasión, ante el persistente bloqueo político, se tratará de una elección única y directa del primer ministro, es decir, una presidencialización de facto del régimen político. Oportunidad inesperada para Netanyahu para sobrevivir otra vez. La acción militar puede verse también desde esta perspectiva de utilidad interna (política y personal).

3) La causa palestina, sin rumbo y sin liderazgo

La tragedia de Gaza evidencia de nuevo la extrema debilidad palestina, la ausencia de liderazgo y un peligroso vacío político y estratégico. La crisis se produce días después de que el presidente de la Autoridad palestina, Mahmud Abbas, decidiera suspender las primeras elecciones generales palestinas en quince años. Aunque alegó razones de seguridad (el COVID, entre otras), se sospecha que el octogenario líder palestino trataba en realidad de evitar una derrota calamitosa de su partido, Fatah. Los herederos de Arafat, divididos en tres listas separadas, corrían el peligro máximo de ser vencidos por Hamas también en Cisjordania. La generación de dirigentes que ha vivido al amparo de los acuerdos de Oslo con Israel sin lograr un Estado propio ni otros objetivos de una paz elusiva y tramposa habrían firmado su fracaso definitivo, su jubilación política y, last but no least, el punto final a una trama de beneficios personales que el pudrimiento de la autonomía palestina ha generado estas tres últimas décadas. Como sostienen dos investigadores palestinos en Oxford, se impone una reflexión (4).

A su vez, Hamas podría haber ganado esas elecciones, pero la gran pregunta es si realmente quería hacerlo, por las consecuencias que ello comportaría. Desde el fracaso de la primera Intifada, a finales de los ochenta, Hamas se ha presentado como la alternativa combativa a Fatah-OLP, desde una concepción de resistencia sin fisuras. En realidad, esa ha sido una falsa, o al menos equívoca, etiqueta. De hecho, los islamistas han pactado en numerosas ocasiones con Israel, por razones pragmáticas de supervivencia, e incluso por responsabilidad. Tener competencia de gobierno ha obligado a ello. Desde la terrible guerra de 2014, los “arreglos” entre Israel y Hamas han sido constantes. 

Si a Netanyahu le conviene la guerra, a Hamas, también. El lanzamiento de cohetes sobre población civil no es una respuesta militar. Ni siquiera un acto de desesperación o frustración, sino un acto de propaganda (5). Como anticipó Aaron David Miller, un veterano de las negociaciones de paz en la administración Clinton, ambas partes se necesitan mutuamente (6). Y se retroalimentan. El único perdedor es la martirizada población de Gaza.  

4) Una nueva alineación estratégica regional y final del frente árabe

Israel ha mejorado notablemente su posición regional. Los denominados Acuerdos Abraham, patrocinados por Trump, han consagrado las relaciones de Israel con estados árabes del Golfo. Emiratos y Bahréin se encuentran inmersos en el proceso de normalización diplomática y de cooperación económica-tecnológica con el otrora enemigo.

Arabia Saudí se reserva para el momento más propicio, aunque ya se han filtrado los contactos bilaterales sobre calendarios y condiciones del pacto. El sobresalto de estos días en Jerusalén Este ha obligado al Trono a pronunciar críticas verbales, discretas, contra Israel, pero sin dar un paso atrás en el acercamiento. Algo parecido pasa con Jordania, que es el custodio de esos santos lugares musulmanes, en un momento de especial fragilidad para el Reino, tras una oscura conspiración en las más altas esferas, resuelta de manera poco convincente.

La fatiga de Washington por Oriente Medio hace que cada actor regional trate de mejorar sus posiciones. Sin complejos. Sin prejuicios

Tanto Israel como las petromonarquías conceden una importancia estratégica a este realineamiento regional, que está diseñado para contrarrestar a Irán, ante un eventual restablecimiento del acuerdo nuclear. En este tablero volátil se juegan distintas bazas a la vez. Los saudíes mantienen la carta israelí en reserva, pero negocian paralelamente con Teherán un sorprendente acercamiento (¿o algo más?), por primera vez en cuarenta años. La fatiga de Washington por Oriente Medio hace que cada actor regional trate de mejorar sus posiciones. Sin complejos. Sin prejuicios (7).

5) La división norteamericana sobre el conflicto

El estallido de esta última crisis supone una incomodidad inesperada para Biden, que ha puesto su atención prioritaria en China y, por extensión, en la vasta región de Asia-Pacífico. Ni siquiera el dossier nuclear iraní lo distrae mayormente de ese objetivo (8). Hay interés por llegar a un acuerdo con los ayatollahs, pero ha imprimido un ritmo pausado en las laboriosas negociaciones. En junio hay elecciones presidenciales en Irán. Se teme un triunfo de los conservadores, más reticentes al acuerdo con Washington, si no acarrea consigo un amplio levantamiento de las sanciones. De ahí que los norteamericanos “arrastren los pies”, hasta que se clarifique el rumbo político en la república islámica.

En las operaciones de estos días, Biden ha actuado con el libreto convencional: defensa del derecho de Israel “a defenderse”, bloqueo de condenas internacionales de la ONU, pasividad ante la brutal y desproporcionada respuesta bélica israelí al lanzamiento de cohetes de Hamas sobre núcleos de población israelí y pálida y tardía solicitud de alto el fuego (no fin de hostilidades). Esta ha sido la postura de Biden en cincuenta años de actividad política, en el Congreso, como responsable del Comité de exteriores, y luego en la Casa Blanca de Obama.

Lo que resulta novedoso es la creciente posición crítica en las filas demócratas. Nunca ha habido un grupo tan numeroso de congresistas que señalen a Israel como responsable. Aparte de Alexandra Ocasio-Cortez, Ilham Omar y Rashida Tlaib (de origen palestino), se han elevado otras voces que exigen a la Casa Blanca condenar los excesos de Netanyahu y del Tsahal, denunciar la política israelí como propia de un régimen de apartheid y condicionar la ayuda a Israel a un patrón decente de comportamiento (9). Por primera vez, más de la mitad de la población judía menor de 30 años no se considera vinculada a Israel. Los judíos norteamericanos agrupados en J-Street, organización más progresista que el lobby AIPAC, creen llegado de momento de acabar con la incondicional del apoyo al estado sionista (10).


NOTAS

(1) “How the fight with the Palestinians gave Israel’s Netanyahu a political lifeline”, NERI ZILBER. THE WASHINGTON INSTITUTE, 14 de mayo.
(2) “After years of quiet, israeli-palestinian conflict exploded. Why now?”. PATRICK KINGSLEY. THE NEW YORK TIMES, 15 de mayo. “Israel’s war will never end. STEVE A. COOK. FOREIGN POLICY, 13 de mayo.
(3) “The perfect storm for israelis and palestinians”. NATHAN SACHS. BROOKINGS, 15 de mayo.
(4) “A Palestinian reckoning. Time for a new beginning”. HUSSEIN AGHA y AHMAD SAMIH KHALIDI. FOREIGN AFFAIRS, abril-mayo 2021.
(5) “Hamas tries to seize the day”. DANIEL L. BYMAN. BROOKINGS, 12 de mayo.
(6) “Israel and Hamas need each other”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 29 de marzo de 2019.
(7) “Résurgence du conflict israélo-palestinien: les nouveaux alliés árabes d’Isräel sur la corde raide”. BENJAMIN BARHTE y FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 13 de mayo.
(8) “The U.S. can neither ignore nor solve the israeli-palestinian conflict”. MARTIN INDYK. FOREIGN AFFAIRS, 14 de mayo.
(9) “Bringing assistance to Israel in line with rights and U.S. laws”. JOSH RUEBNER, SALIH BOOKER Y ZAHA HASSAN. CARNEGIE, 12 de mayo.
(10 ) “Tensions among the Democrats grow over Israel as the Left defends Palestinians”. THE NEW YORK TIMES, 15 de mayo; The U.S. conversation on Israel is changing, no matter Biden’s meek response”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 17 de mayo.

Palestina: misma tragedia, escenarios distintos