Los argumentos de la derecha más reaccionaria argentina se sustentan en acusaciones y denuncias para las que no existe el respaldo de la prueba. Desde el inicio de la pandemia los argumentos refutadores esgrimidos por el cuadro político que perdió las elecciones en diciembre de 2019, han sido expuestos sin la mínima coherencia, aunque con la férrea voluntad de transformarse en sentido común mediante el respaldo y la difusión de los medios de comunicación hegemónicos. La decisión del Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, de desacatar el Decreto de Necesidad y Urgencia que suspendía las clases presenciales por quince días en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires, dio pie a una nueva batería de incongruencias reforzadas por las elites del poder económico que ostentan en el país la hegemonía comunicacional. Clarín y La Nación, voceros de la ultraderecha, no dudaron en replicar las falacias con las que Larreta enfrentó al gobierno nacional con la clara intención de presentarse como el oponente de mayor peso de esa derecha descalabrada, manifiestamente decidida a batallar contra la democracia.
Detrás de los micrófonos y en los platós de las cadenas televisivas de más audiencia, los “comunicadores” del poder real inoculan diariamente el veneno con el que sazonan la guerra que han iniciado contra el gobierno de Alberto Fernández. “La democracia no es para cualquier país. Vamos a tener que formatear a la Argentina de un modo más autoritario para poder manejar semejante descalabro”, sostuvo esta semana en el aire de Radio Mitre el periodista de derechas Marcelo Longobardi. “Se acabó la paciencia de los mansos. Te metiste con la educación de nuestros hijos. Ni olvido ni perdón”, twiteó Pablo Avelluto, Ministro de Cultura durante la presidencia de Mauricio Macri.
La línea argumental de la ultraderecha argentina va en sintonía con la que exhiben los referentes del liberalismo de otras regiones del mundo. En esta bolzonarización de la política la derecha es consciente de que, en el marco del debate, la ciencia y los argumentos que de ella se desprenden debilitan sus posiciones de privilegio; y es por ello que pretende desterrarla de la agenda y de la opinión pública utilizando las herramientas de la confrontación sin valides argumentativa.
Donald Trump y Jair Bolsonaro fueron los primeros mandatarios que menospreciaron la gravedad de la pandemia, que negaron su existencia o que sostuvieron sin sonrojarse que el virus era una “excusa para la dominación y control de las voluntades de los individuos bajo diversos intereses”. En este marco la ultraderecha argentina sumó las voces de sus miembros más reaccionarios para contradecir a la mismísima ciencia y de esta manera convencer a esa facción de la sociedad que no logra comprender que está siendo víctima de una maquiavélica manipulación. “El populismo es mucho más peligroso que el coronavirus”, dijo Mauricio Macri ni bien se declaró la pandemia, provocando la avalancha de negacionistas que marcharon por las calles de la capital argentina esgrimiendo consignas de “libertad” y “democracia”, como si las restricciones de circulación decididas por el gobierno fuesen anticonstitucionales.
La llegada al país de la primera tanda de vacunas propició la acusación de “envenenadores” a quienes convocaron a iniciar las inoculaciones en la población. De dicho adjetivo se pasó en poco tiempo al de “asesinos”. “A mi nadie va a obligarme a inyectarme veneno ruso”, sostenían en los medios del poder real los manifestantes anticuarentena que, pocos días más tarde, acusaron al gobierno por la demora en la llegada de la segunda tanda de vacunas.
En su enemistad con la democracia, y teniendo vía libre de expresión en los medios que diariamente forman la opinión de millones de argentinos, la derecha se permite el lujo de apostar a la muerte en pos de la obtención de votos. Cuanto más muertos sume el gobierno de Alberto Fernández –que accionó a tiempo los resortes de una sanidad desgastada por los recortes sufridos durante la presidencia de Macri-, más probabilidades tendrá en las encuestas de cara a las próximas elecciones. Lo sabe Horacio Rodríguez Larreta, quien ha optado por incumplir el DNU del gobierno nacional que pretendía bajar el promedio de contagio suspendiendo la presencialidad de las clases. Lo sabe Patricia Bullrich, ex Ministra de Seguridad que sugirió entregar las Islas Malvinas a cambio de dosis de la vacuna Pfizer, que se disfrazó de presa para encabezar una marcha opositora, que llama a desobedecer al gobierno elegido democráticamente para “cuidar la República”, etc . Y lo sabe Mauricio Macri, que comenzó su carrera política la noche del 30 de diciembre de 2004, tras la muerte de 194 jóvenes en el incendio de la disco Cromañón, una “oportunidad” que el candidato del establishment supo aprovechar, y que decantaría luego en el mayor saqueo perpetrado en la Argentina desde la última dictadura militar.