sábado. 20.04.2024
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Desde su asunción a la presidencia argentina Mauricio Macri explicó cada uno de los desaciertos de su política económica, argumentando que las razones por las que el país caía en una profunda crisis estaban relacionadas a la “pesada herencia” que el kirchnerismo había dejado. Y lo hizo aún cuando su propio Ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, había celebrado -en los medios oficialistas- el hecho de haber recibido un país desendeudado, propicio para la llegada de inversores foráneos que, según Dujovne, iban a traer sus dólares al país… “porque ahora somos un país confiable”. Pero ¿quién podía ser tan inocente o tan estúpido como para creer que alguien iba invertir su dinero en un país cuyo presidente y ministros tienen sus fortunas en bancos extranjeros y en paraísos fiscales? No era confianza lo que necesariamente inspirara esta actitud. 

Pero el caradurismo de la administración saliente no tuvo límites. Durante los dos primeros años de gestión, para Mauricio Macri y su autoproclamado “mejor equipo de los últimos 50 años”, la culpa de su propio desastre era del gobierno pasado. Y en el segundo tramo de su presidencia la culpa comenzó a ser del gobierno futuro. El presidente argentino jamás asumió una sola responsabilidad.  De nada. Y mintió tanto que pudimos corroborar que los golpes que le asestó su madre no sirvieron de nada. “Llegué a pegarle por mentir”, había confesado años atrás la mamá del presidente durante una entrevista con la revista Noticias.

Paralelamente al enriquecimiento de la elite dominante, la clase media y baja comenzó a experimentar las consecuencias de un modelo que ya había fracasado en dos ocasiones, agudizando la desigualdad, el hambre y la desnutrición

El flamante presidente electo, Alberto Fernández, recibirá una Argentina sumida en una de las peores crisis económicas y sociales desde la recuperación de la democracia. La actividad económica se encuentra en niveles mínimos desde 2001, la pobreza llega al 40 por ciento de la población, la inflación trepa al 55 por ciento, y el hambre y la desocupación se ceban con los sectores más vulnerables de la sociedad. 

Desde el inicio de su gobierno Macri se aventuró por la vuelta a los mercados internacionales para armar un puente financiero a la espera de una lluvia de inversiones que todavía debe estar esperando Dujovne, sentado en algún rincón de ese caserón que figura como baldío. Según un informe de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV), la deuda pública argentina creció más del 50% entre diciembre de 2015 y junio de 2019, lo que representa un monto de más de u$s 334.000 millones. En ese periodo, empresarios, familiares y amigos del presidente fugaron del país u$s 73.160 millones. Siempre esperando la lluvia de inversiones, claro. 

Paralelamente al enriquecimiento de la elite dominante (y al regocijo incomprensible del pobre que vota a la derecha), la clase media y baja comenzó a experimentar las consecuencias de un modelo que ya había fracasado en dos ocasiones, agudizando la desigualdad, el hambre y la desnutrición. El índice de pobreza correspondiente al primer semestre de 2019 a nivel nacional superó el 36 por ciento. Y Argentina, que produce alimentos para 400 millones de personas, debió declarar la emergencia alimentaria.

No será tarea sencilla para el gobierno entrante revertir esta situación, aunque Alberto Fernández -como Jefe de Gabinete del ex presidente Néstor Kirchner- vivió de cerca un desafío similar cuando le tocó reconstruir la Argentina empobrecida y saqueada que había dejando la anterior experiencia neoliberal.

Macri deja una auténtica pesada herencia