martes. 23.04.2024
Lucas González, de 17 años y jugador de Barracas Central

Lucas Gonzales, un adolescente de 17 años, volvía de una práctica de fútbol cuando fue interceptado por tres policías de civil que dispararon a quemarropa contra el coche que conducía. El joven recibió dos impactos de bala en la cabeza y falleció horas más tarde como consecuencia de las graves heridas. 

Con el crimen de Lucas la policía comandada por el alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, acumula 121 muertes; casos conocidos como “gatillo fácil”, un modus operandi alentado por los referentes de la derecha más retrógrada que avala la “mano dura” y pide “meter bala” para poner fin a la inseguridad.

Lucas fue asesinado por la policía de Horacio Rodríguez Larreta. Lucas no “murió”, como pretende el propio Jefe de Gobierno Porteño

El odio de la derecha es el caldo de cultivo en el que se cuece el accionar deliberado de quienes se abogan el derecho de matar. Las víctimas de esta irracionalidad son siempre pobres, portadores de un rostro estigmatizado por esa casta política que pregona la meritocracia, que premia al exitoso y castiga a esos millones de “relegados” a los que siempre conviene criminalizar.

Semanas antes del asesinato de Lucas, los medios del poder económico concentrado (que ayer titularon “Muere abatido un delincuente en un tiroteo”), se afanaban en replicar las propuestas de sus candidatos para detener la ola de inseguridad. “Hay que meter bala, dejarlos bien agujereados”, decía en La Nación José Luis Espert, referente de Avanza Libertad, uno de los cuadros políticos que amalgama, junto a Javier Milei y a Patricia Bullrich (ex Ministra de Seguridad del Gobierno de Mauricio Macri), la idea de “meter bala a los delincuentes, darle más libertad a la policía para disparar, impulsar en Argentina la pena de muerte”.

La ejecución de Lucas es el resultado de la liviandad con la que estos nefastos personajes de la antipolítica argentina naturalizan el crimen de Estado. “El que quiere ir armado que ande armado. Argentina es un país libre y que cada uno elija lo que quiere hacer”, decía en funciones Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad de Macri y responsables de la desaparición y el asesinato del joven Santiago Maldonado.

El accionar violento de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires no es un fenómeno nuevo. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) señaló que la institución policial porteña tiene serias dudas en el control del uso de la fuerza y precisó que a cinco años de su creación nunca armó el registro de casos ni presentó informes sobre cómo intervenir para controlar y reducir el uso policial de la fuerza, tal como lo establece la Ley 5688.

Los policías que dispararon contra el coche que conducía Lucas iban vestidos de civil, viajaban en un automóvil sin patente y nunca se identificaron como policías ni dieron la voz de alto. Inmediatamente después de asesinar a Lucas y arrestar a su compañero de fútbol con el que viajaba al momento del ataque, los miembros de la policía de Horacio Rodríguez Larreta pretendieron simular un intercambio de balas para, de esta manera, justificar su accionar. El Grupo Clarín y La Nación se inclinaron por la versión oficial en pos de cubrir las espaldas del alcalde porteño, el mismo que diseñó los “contenedores inteligentes” para que los pobres de Buenos Aires no pudieran buscar alimentos en la basura. A pocas horas del asesinato de Lucas los medios más importantes del país habían ejercido todo su poder para transformar a la víctima en victimario, una práctica que los formadores de opinión de Clarín conocen a la perfección desde la última y más sangrienta dictadura cívico-militar, cuando en las redacciones los escribas del poder real se esmeraban en clasificar de “terroristas” a cientos de miles de inocentes asesinados por el gobierno de facto.

Detrás del asesinato de Lucas está el odio inoculado por la derecha, sus medios y su gente; esa facción de la sociedad que mira con recelo al “negro”, al pobre, al inmigrante; que celebra la muerte al grito de “uno menos”; que manifiesta con orgullo los más execrables sentimientos de la especie humana. Émulos de a pie de Trump y Bolsonaro, miserables cretinos en cuyos intelectos solo cabe el criterio de quienes alimentan su violencia.     

Lucas fue asesinado por la policía de Horacio Rodríguez Larreta. Lucas no “murió”, como pretende el propio Jefe de Gobierno Porteño. A Lucas lo mató el odio insuflado desde esa derecha que se autopercibe republicana. Lucas es una víctima más de esa violencia institucional y mediática que moldea al peor de los argentinos; a ese que cree poseer el derecho de decidir quién merece vivir y quién merece morir.

Lucas, otro crimen de estado