jueves. 28.03.2024
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La dimisión del primer ministro de Japón, Shinzo Abe, formalmente por motivos de salud, a finales de agosto, abre un nuevo frente de incertidumbre en Asia, en un momento de grandes zozobras por la inestabilidad en Hong-Kong, los efectos persistentes del coronavirus, la renovada hostilidad entre Pekín y Delhi, los planes de refuerzo militar de China en los archipiélagos marítimos en disputa y el empuje nacionalista en toda esta vasta región mundial.

Lo único que puede asegurarse en la sucesión japonesa es el nombre del futuro primer ministro. Será Yoshihide Suga, el actual secretario general del Gobierno, encargado de la portavocía y comunicación y mano derecha de Abe. Continuismo puro y duro, que la mayoría absoluta del partido gobernante, el Liberal Demócrata (coaligado con el pequeño grupo conservador Komeito) refuerza aún más. 

Japón tiene uno de los sistemas políticos más estables del mundo. De los más rígidos y esclerotizados, también. Setenta años de pensamiento único, de alternancia real, de innovación política casi nula. El envejecimiento demográfico del país arrastra, de alguna forma, el endurecimiento de las arterías políticas nacionales (1).

Japón salió de la crisis financiera mundial 2012, antes que Europa e incluso que Estados Unidos, pero la actual pandemia ha puesto el reloj de nuevo a cero

ABE: UN BALANCE DE CONTRASTES

Shinzo Abe ha estado diez años en el poder, en dos etapas: una inicial en 2006-2007 y luego desde 2012 hasta la fecha. En esta segunda es cuando planteó su proyecto de cambio, conservador de talante pero de alcance ambicioso, articulado en tres ejes fundamentales: mayor agilidad de los procedimientos burocráticos en la gestión del país; nueva orientación económica, que combinaba criterios liberales con fomentos keynesianos de crecimiento económico; y una dinámica política exterior que reforzará el papel de Japón en el mundo, mediante una diplomacia personal muy enérgica y una revisión profunda de las capacidades militares.

El balance de la era Abe es complejo. Se le reconocen éxitos en materia económica, el aligeramiento de los abrumadores aparatos, normas y prejuicios tradicionales. El tiempo de la deflación crónica, iniciado en la década de los noventa parece haber quedado atrás, pero los índices de crecimiento prometidos por el dimisionario primer ministro no se han producido. La media supera muy ligeramente el 1% de media anual, por debajo del objetivo fijado (2%). 

Japón salió de la crisis financiera mundial 2012, antes que Europa e incluso que Estados Unidos, pero la actual pandemia ha puesto el reloj de nuevo a cero. El PIB ha caído casi un 7,8% en el último trimestre y se espera una detracción anual de un 24% (2). 

La política exterior ha sido quizás el campo de mayor visibilidad del liderazgo de Shinzo Abe. Para un político nacionalista y populista como él, la amplitud del escenario internacional era una tentación irresistible. 

El gran proyecto de Abe fue sacudirse los complejos de la era imperial, superar esa penitencia del derrotado (y humillado) y recuperar para las fuerzas de defensa nacional misiones, tareas y convicciones propias de una potencia mundial de primer orden. Para ello debía cambiarse la constitución, abrogar el carácter exclusivamente defensivo del aparato militar, modernizar los arsenales armamentísticos y afirmar una nueva política de defensa activa de los intereses nacionales (3).

A pesar de haber realizado avances significativos en materias prácticas, el cambio constitucional no ha podido llevarse a término al no reunir el consenso parlamentario necesario. Sectores pacifistas o simplemente conservadores de la sociedad japonesa se movilizaron para frenar las ambiciones de Abe. Incluso en su propio partido surgieron resistencias palpables.

No obstante, Abe ha sabido proyectar una imagen de líder fuerte, indiscutido e indiscutible, respetado por aliados y rivales y capaz de cubrir vacíos y riesgos. Con Trump ha sabido forjar una relación muy del gusto del presidente hotelero: primacía del toque personal, informalidad del diálogo frente a la dinámica institucional y gusto por la cultura de los negocios como contrapeso a las presiones burocráticas.

El logro más sobresaliente de Abe ha consistido en mantener la interlocución con Trump, sin poner en peligro la relación con Pekín. Ciertamente, los conflictos territoriales con China no han avanzado sustancialmente, debido a la identidad nacionalista de ambos gobiernos. Pero el primer ministro saliente ha caminado sobre el campo de minas con visible habilidad. 

En gran parte, esto se ha debido a su capacidad para ejercer un cierto liderazgo regional. Tras la retirada de Estados Unidos del Tratado de libre comercio en la zona de Asia Pacífico, Abe asumió la responsabilidad de mantener en espíritu y en la práctica esta piedra angular del orden liberal en Extremo Oriente.  

En los últimos años, Japón ha incrementado sus relaciones bilaterales con Australia e India, dos actores regionales que, en mayor o menor medida, contrarrestan la voluntad hegemónica de China. Sin embargo, las relaciones con Corea del Sur se han agriado notablemente, debido a la arrogante manera de gestionar el eterno dossier de las mujeres coreanas utilizadas como esclavas sexuales durante la segunda guerra mundial (4).

AUSENCIA DE CARISMA

Suga no parece especialmente dotado para mantener este protagonismo exterior de Abe. Carece de experiencia en política internacional, apenas si ha viajado fuera del país y no se le conocen ideas propias en este terreno. Su baza reside en el conocimiento de los aparatos de poder (legislativo, partidista y burocrático), la fidelidad al modelo que parece asentado en el país y una garantía de estabilidad sin sobresaltos que dopa la política japonesa de las últimas tres generaciones. Nada excitante pero aparentemente seguro.

Los analistas contraponen estas dos realidades. La apreciada estabilidad no alcanzar para acometer los cambios profundos que el país necesita y la audacia que se precisa para avanzar en las tareas que Abe ha dejado incompletas. Suga parece carecer de ambición para un propósito de esa envergadura. 

Hace décadas que Occidente dejó de contemplar a Japón como un gran rival que se tragaba empresas y amenazaba con imponer su dominio sobre la economía mundial. Hoy es un socio distante, viejo y remolón, con algunos accesos del mal humor, pero no demasiado inquietantes. 

China sabe que ha superado en casi todos los terrenos a su ancestral adversario regional, pero debe contar con él para afianzar sus intereses. Japón sigue siendo, con todas sus contradicciones, el principal baluarte del orden occidental en Asia.


NOTAS

(1) “Le départ de Shinzo Abe, une chance pour la démocratie au Japon”. ASAHI SHIMBUN, 31 de agosto; “Course à la succession de Shinzo Abe dans un Japon inquiet”. PHILIPPE PONS Y PHILIPPE MESMER. LE MONDE, 3 de septiembre.
(2) “Abe’s legacy is more impressive tan his muted exit suggests”. THE ECONOMIST, 3 de septiembre.
(3) “Abe’s resignation is en unexpected test”. JAMES L. SCHOFF. CARNEGIE, 3 de septiembre.
(4) “Abe ruined the most important democratic relationship in Asia”. S. NATHAN PARK. FOREIGN POLICY, 4 de septiembre.

Japón: sucesión cantada, futuro incierto