viernes. 19.04.2024
iran protestas
Foto: Internet

El régimen de los ayatollahs parece haber superado la última y hasta la fecha más amplia protesta social en sus cuarenta años de existencia. La pregunta es hasta cuándo podrá resistir el sistema el deterioro galopante de las condiciones de vida, el acoso exterior y el desgaste de su legitimidad.

El detonante de la revuelta fue la subida de un 300% en el precio de los combustibles (de 8 a 25 céntimos de dólar el litro), con el propósito de recaudar 2.500 millones de dólares anuales adicionales y nivelar la balanza fiscal. Incluso después del aumento de los precios, Irán seguirá gozando de la gasolina más barata del mundo, sólo por detrás de Venezuela y Sudán.

La otra medida polémica ha sido el racionamiento de combustible. El alto consumo de este producto ha sido una preocupación constante del Guía Supremo, Ali Jameini, que ha seguido la evolución del mercado de forma muy minuciosa, según algunas informaciones. Sus reiteradas invocaciones al autocontrol ciudadano no han funcionado: Irán consume diez veces más fuel que Turquía. Los subsidios al consumo representaron un punto y medio del PIB en 2017-2018. Las restricciones impuestas cifran en 60 litros mensuales por vehículo privado.

Algunos analistas se preguntan por qué se han introducido estas medidas ahora y no se ha esperado a las elecciones legislativas de febrero. El analista de la BROOKINGS Ali Fathollah-Nejad, de origen iraní, asegura que el gobierno tenía problemas para asegurar las nóminas de los funcionarios públicos. Un eventual impago habría tenido consecuencias aún más gravosas (1).

El gobierno había prometido compensar el alza de los precios redistribuyendo parte de los ingresos entre los 18 millones de hogares (60 millones de ciudadanos) considerados más vulnerables. Este compromiso no convenció a buena parte de la población, entre otras cosas, porque no se ha adoptado medida alguna que afecte a las castas privilegiadas del sistema, en particular los Guardianes de la Revolución y a su brazo paramilitar, Al Qods, cuyas amplias y sustanciosas actividades están prácticamente libres de impuestos.

EL EFECTO DE LAS SANCIONES NORTEAMERICANAS

Las tribulaciones económicas de la República Islámica están provocadas por las sanciones que Trump decidió reimplantar tras renegar del acuerdo nuclear, aunque los expertos difieren en el grado de influencia. Algunos consideran que ha sido enorme, incluso decisiva, mientras los más críticos más severos acentúan las disfuncionalidades del sistema.

Lo que es indiscutible es que las sanciones han causado un daño sin paliativos en la economía nacional. El Banco Mundial ha calculado que el PIB cayó casi un 5% del PIB en el anterior año fiscal marzo 2018-marzo 2019 y el FMI predice un punto más de pérdida en el actual. El rial, la divisa nacional, se depreció en un 70% en los meses siguientes a la reimposición de las sanciones, aunque luego ha recuperado un tercio de esa pérdida.

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Irán intentó mantener el objetivo de exportar 1,5 millones de barriles diarios de crudo a clientes que están fuera del radar persecutorio de Washington, pero aún no ha conseguido colocar un tercio de esta cantidad. De ahí que, a falta de ingresos petroleros suficientes y de una reforma fiscal en profundidad, la población haya sido obligado a soportar el sacrificio. Una medida imprudente, si se tiene en cuenta que la mitad de los iraníes están en la pobreza y al borde de ella. El salario de un empleado público medio se ha reducido a una quinta parte: de 2.000 a 400 dólares. (2)

En la comunidad internacional hay un debate sobre la utilidad de las sanciones, pieza clave de la estrategia norteamericana de “máxima presión” sobre Teherán. El especialista en asuntos energéticos de FOREIGN POLICY,  Keith Johnson, considera que si lo que Trump pretendía era obligar a Irán a modificar su comportamiento internacional y renunciar a su programa de desarrollo nuclear, la respuesta es negativa. Si, en cambio, lo que buscaba era “desestabilizar a Irán hasta el punto de provocar una crisis existencial” en el régimen, la estrategia ha funcionado. Pero sólo hasta cierto punto, porque puede provocar una situación de incertidumbre de incalculables consecuencias (3).

La reciente revuelta no es la primera de estas características. En los días de tránsito de 2017 a 2018 hubo otra oleada de algaradas, relacionadas con la carestía de los productos alimentarios, en particular de los huevos, que también provocó una fuerte represión. Entonces como ahora, la protesta tuvo eco en muchas partes del país, pero en esta ocasión la amplitud y la dimensión parecen haber sido mucho mayores: se ha extendido a un centenar de ciudades y se han contabilizado más del doble de participantes (según cifras oficiales).

REPRESIÓN Y CONFIANZA CAUTELOSA

La respuesta oficial, también ahora como entonces, ha sido contundente. Se ha aplicado mano dura contra los manifestantes. Se ha desplegado un elevado número de fuerzas policiales, entre otros motivos porque se encendieron diferentes focos de protestas en una misma localidad para dificultar la respuesta represiva. Fuentes no oficiales señalan que se han ocasionado más de cien muertos y miles de detenidos. En un intento por abortar la extensión de la revuelta, las autoridades procedieron a un apagón completo de Internet. Las autoridades proclamaron, como ya es habitual, que los instigadores de la acciones violentas eran “agentes criminales del extranjero” (del Gran Satán norteamericano, por supuesto).

En el interior del régimen hay un debate sobre la estrategia más conveniente para afrontar esta delicada situación económica

Por lo general, el régimen ha cerrado filas, pero se han producido recriminaciones entre sectores opuestos, no limitadas a la discreción de despachos y consultas, sino aireadas en el Majlis (Parlamento) y en los medios. Este discurso crítico puede ampliarse en los próximos meses y tener un reflejo en las elecciones legislativas de febrero, aunque nadie se atreve a pronosticar qué tendencia puede resultar más castigada (4).

En el interior del régimen hay un debate sobre la estrategia más conveniente para afrontar esta delicada situación económica, resumido otro analista iraní de la BROOKINGS.

Los duros preconizan la autarquía: repliegue, resistencia, y, en todo caso orientación al Este (China, Rusia, etc). Su relativa confianza se sustenta en la recuperación del rial y, sobre todo, en el aumento de la población activa debido a la creación de 800.000 puestos de trabajo, la tercera parte en la industria manufacturera. El paro, un 10,5%, registra el índice más bajo de los últimos años.

Los moderados y tecnócratas no comparten este optimismo. Consideran que esas cifras positivas no son sostenibles; en poco tiempo, se sentirá el impacto de las sanciones y de las trabas institucionales a decisiones liberalizadoras. Predicen otro derrumbamiento de la divisa nacional, en cuanto la inflación alcance los dos dígitos. Lo más preocupante para ellos es la ausencia crónica de inversiones y de creación brutal de capital, que cayó de un 30% anual habitual al 14% tras la agudización de la crisis provocada por la sanciones. (5)

Una de las principales especialistas occidentales en Irán, Suzanne Maloney, considera que estas oleadas de contestación social han provocado una “crisis de legitimidad”, reflejada en los ataques registrados contra monumentos símbolo de la Revolución. El acuerdo nuclear creó expectativas de mejora de las condiciones de vida. Era de esperar que su fracaso generara este enorme caudal de frustración, aparte de las dificultades acrecentadas de la vida cotidiana. Malloney predice que la inestabilidad social continuará, inevitablemente, y abonará nuevas y quizás más numerosas y violentas protestas (6).

Otro factor refuerza la incertidumbre en las filas del régimen: la sucesión del Guía Supremo, un octogenario con serios problemas de salud. Es previsible que se acentúen las divisiones internas y se compita por hacerse con ese puesto clave en el esquema de poder, aunque parece que los conservadores gozan de ventaja porque el fiasco del acuerdo nuclear ha debilitado a los reformistas.

No obstante, Maloney no cree que estemos ante una crisis terminal del sistema. Hay abundantes ejemplos de resiliencia de los sistemas políticos, tanto ancestrales, en Persia, como en el Irán actual, tras 40 años de acoso, protestas, huelgas y revueltas. De hecho, asegura Maloney, la capacidad de resistencia “es uno de los legados de la Revolución”.


NOTAS

(1) Why the iranians are revolting again? ALI FATHOLLAH-NEJAD. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de noviembre.
(2) “Rise in the price of petrol are fueling unrest in Iran”. THE ECONOMIST, 23 de noviembre.
(3) “Iran protests suggest Trump sanctions are inflicting serious pain”. KEITH JOHNSON. FOREIGN POLICY, 20 de noviembre.
(4) “Iran’s gasoline protests: Reigmen unpopular but resilient”. PATRICK CLAWSON, MEHDI KHALAJI y FARZIN NADIMI. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 18 de noviembre.
(5) “To talk or not to talk with Trump: a question that divides Iran”. DJAVAD SALEHI ISFAHANI. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de noviembre
(6)  “Iranian protesters strike at the heart of the regime’s revolutionary legitimacy”. SUZANNE MALONEY. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de noviembre.

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