martes. 16.04.2024

El colectivo Alai ha publicado un monográfico sobre Haití en la revista digital América Latina en Movimiento. Los textos que la componen cobran una especial relevancia en estos momentos convulsos de este país, que ha sufrido un nuevo terremoto en medio del desgobierno y las tensiones consecuencia del reciente asesinato de su presidente Jovenel Moïse. Reproducimos la introducción de la revista para animar a la lectura completa de la misma.


El país más pobre del hemisferio occidental, carente de recursos naturales. Una república de esclavos, negros y descendientes de africanos. Un territorio devastado por terremotos y huracanes, por el cólera y el hambre. Un paisaje antediluviano, de lánguidas palmeras, arenas blancas y aguas cristalinas. Una nación de zombis, hechiceros y practicantes de vudú. Un estado frágil, débil, fallido o “delicuescente”. Una sociedad inestable, violenta, ingobernable. Un pueblo de migrantes, desplazados y boat people.

Es probable que esas breves coordenadas, esas frases telegráficas, resuman todo lo que alguna vez supo o escuchó sobre el país que nos ocupa. Una profunda maraña de prejuicios coloniales, estereotipos racistas y falacias eurocéntricas envuelven con tantas capas de cebolla a esa cosa llamada Haití, que el acercarse a su realidad exige el removerlas cuidadosamente, mediante una serie de operaciones de desaprendizaje. De soltar el pesado lastre de años de pedagogía colonial, con toda su carga de lugares comunes inoculados en las escuelas, los espacios políticos, las iglesias, los medios de comunicación y las academias, desde los mismísimos tiempos de la Revolución Haitiana de 1804, nuestra revolución más radical, además de nuestra revolución primera.

La presente edición, la número 553 de la revista América Latina en Movimiento, se propuso poner a Haití, su abigarrada historia y su candente actualidad, en el centro de nuestras reflexiones y preocupaciones. Y lo hizo, casualmente, antes de que un terremoto político volviera a poner a Haití de forma totalmente inesperada en el centro de la agenda internacional, como no lo había estado, precisamente, desde que un otro terremoto, esta vez físico, lo hiciera en el fatídico 12 de enero del año 2010. La conmoción suscitada por el magnicidio del ex presidente de facto Jovenel Moïse en la madrugada del día 7 de julio podría habernos hecho replantear el formato, el objetivo y los alcances de esta publicación. Pero no lo hizo. Más allá de las tentaciones del impresionismo y la crónica roja, creemos hoy más que nunca que un material de estas características puede contribuir a la comprensión a la vez rigurosa y apasionada de aquella porción de isla que los indígenas taínos y arawakos, sus primeros custodios, bautizaron como Ayiti.

Decidimos por tanto reafirmarnos en al menos tres enfoques convergentes que estimularon desde su origen el nacimiento de esta publicación y la convocatoria a sus diversos autores y autoras. En primer lugar, en el abordaje ni episódico ni coyuntural de un país que tan pronto como fue iluminado por los reflectores de la gran prensa corporativa, volverá a quedar en penumbras cuando se resuelva la trama policial o se agoten los detalles más escabrosos del suceso.

En segundo lugar, privilegiando una mirada multidimensional, que pudiese abordar la irreductible singularidad del país (sin tener jamás la pretensión de agotarla), desde la óptica de diferentes disciplinas y enfoques: el económico, el histórico, el de la historia intelectual, el social, el lingüístico, el antropológico, el político y el geopolítico. Esto no hubiera sido posible sin la valiosa contribución de una serie de autoras y autores, tan diversos en sus trayectorias vitales como en sus orígenes nacionales. Esta edición cuenta con la palabra hablada y la palabra escrita, con artículos y entrevistas de personas especializadas en Haití y/o profundamente compenetradas con su realidad y su porvenir. Se trata de quienes se dedican a la investigación, la enseñanza, el periodismo, la organización comunitaria y el activismo político, desde países circunscritos al espacio latinocaribeño tales como Brasil, México, El Salvador, Argentina y, por supuesto y privilegiadamente, el mismo Haití, que acepta interlocutores fraternos pero no precisa de intérpretes ni ventrílocuos.

En tercer lugar, haciendo hincapié, precisamente, en el develar de esos mitos persistentes que se han convertido en una suerte de segunda piel que recubre el cuerpo de la nación haitiana. Los hay, como reseñamos sucintamente, de todo tipo: mitos historiográficos (la revolución haitiana fue cruel e inútil, comandada por líderes brutales y sanguinarios); mitos lingüísticos (el creole haitiano es un dialecto pobre, un francés mal hablado y peor escrito); mitos religiosos (el vudú es una religión diabólica y fetichista, culpable del atraso nacional); mitos “humanitarios” (Haití es un país ingobernable que necesita ser tutelado y asistido por sus “amigos” occidentales); mitos políticos (Haití carece de tradición y práctica democráticas); mitos geopolíticos (Haití es un país irrelevante para los Estados Unidos); mitos económicos y geográficos (siendo Haití un país tan pobre, ¿quién podría tener interés en explotarlo?); mitos sexuales (las mujeres haitianas son promiscuas y libidinosas y los hombres haitianos depredadores sexuales naturales); mitos sociales (los haitianos en el país y en la diáspora son sujetos ociosos, violentos y delincuenciales); mitos culturales (Haití no ha producido nada, en términos artísticos, como no sea una pintura infantil y rústica); y nos podríamos extender así hasta el infinito.

A contrapelo de todos estos mitos, contra la conveniente reducción de Haití a una serie de crisis políticas, calamidades naturales e indicadores económicos negativos -que encierran el fatalismo de considerar a este país, parafraseando a don Eduardo Galeano, como simultáneamente maldito por la naturaleza y maldito por la historia- nos propusimos contribuir e invitar a rescatar cuánto hay de positivo, vital, universal y esperanzador en la experiencia histórica de este indómito pueblo caribeño. Y esto, bajo la guía de tres imperativos filosóficos también caribeños: el del “cada país cuenta” del martiniqueño Édouard Glissant, el del “creer en los países pequeños” del granadino Maurice Bishop, y el específicamente haitiano tout moun se moun, que estableció, para honra y sorpresa del mundo, que todos los humanos debían ser tratados como seres humanos, sin distinciones clasistas, ni nacionales, ni raciales, ni sexo-genéricas de ningún tipo.

Con aquellas brújulas, esperamos que este material, que pronto será traducido y publicado también en francés, les invite a su lectura atenta, su discusión apasionada y su más amplia difusión.

Se puede descargar la revista aquí:

Haití, más allá de los mitos