viernes. 19.04.2024

El actual conflicto bélico en Ucrania está visibilizando algunos cambios que se venían gestando ya desde hace algún tiempo. Las tensiones geopolíticas vislumbran nuevos movimientos en el tablero de las relaciones internacionales. Parece claro que se va agrandando la brecha entre los Occidentales que intentan desplegar una diplomacia pragmática hacia algunos Estados que antaño se desaprobaban políticamente, mientras que Rusia va amalgamando una alianza “anti-occidental” asociándose más estrechamente con China e India.

Ante una guerra inesperada, la interdependencia subsiste, provocando repercusiones políticas y económicas. Contrariamente  a la información mediática, el auge de los precios en la energía o de las materias primas no solo se debe al conflicto bélico, sino más bien a una serie de elementos interrelacionados propios de la globalización. Si la energía ya se había encarecido en 2021 debido al relanzamiento de la actividad económica después de la pandemia, el aumento de los precios de cereales es aún más ilustrativo.  

Si se observan algunas cotizaciones de 2021 según el CME GROUP -grupo que engloba a las bolsas de Chicago, Nueva York y Londres -se puede constatar que el trigo ya era un 20% más caro, la cebada un 30%, el maíz un 30%, la soja un 40% e incluso el aceite de girasol ya era 50% más caro. Pero, ¿a qué se debe todo ello?

Existen principalmente dos razones que explican esta alza. Por un lado, el cambio climático está causando estragos palpables. Las heladas y sequías en grandes territorios de Estados Unidos, Canadá, Rusia, China o Ucrania han tenido repercusiones en las cosechas, provocando menos producción. Sin embargo, a ello se suma un interesante factor: la nueva postura política por parte de China sobre su soberanía alimentaria. Debido probablemente a la lección aprendida durante la difícil gestión de la pandemia, China ha decidido mantener en su poder los granos.

A diferencia de la práctica habitual que consiste en que los stocks permanezcan en manos de los productores, China ha mostrado su voluntad por poseerlos, anticipando su compra para seguir asegurando su alimentación, además de lanzar grandes programas de producción ganadera, especialmente la explotación porcina para lo que requiere ingentes cantidades de granos. Una compra masiva que ha desequilibrado el mercado de la oferta y demanda.

En toda esta dinámica, Rusia tiene un papel sustancial. No deja de ser llamativo observar cómo un país que durante su periodo soviético ha pasado de ser el mayor importador de alimentos del mundo, es hoy el mayor exportador de cereales. En el año 2000, cuando Vladimir Putin llega al poder, Rusia aún importaba el 50% de sus alimentos.

¿Qué ha pasado? En realidad, el reciente peso agrícola de Rusia es consecuencia colateral de las sanciones que impuso Occidente en 2014 por la anexión injustificada de Crimea. V.Putin no quería seguir dependiendo de Europa para su alimentación, por lo que decidió invertir 52,000 millones de dólares en un programa dedicado a desarrollar la agricultura y ganadería del país. Poco a poco fue convirtiéndose en un gran productor, desbancando en el mercado a países agrícolas europeos como Francia, arrebatándole algunos clientes habituales (Egipto, Turquía, Marruecos o Argelia). Hoy dependientes del trigo de Rusia. 

El ámbito de los carburantes también es interesante. La invasión bélica por parte de Rusia a Ucrania está visibilizando la posibilidad de tejer nuevas alianzas. Con el afán de buscar alternativas al gas y petróleo ruso, Occidente está estableciendo un contacto más cercano con algunos actores de Oriente medio como Irán o Arabia Saudí. Repentinamente, la Administración Biden y la UE están mostrando premura por restaurar el Acuerdo Nuclear con Irán que se había firmado en 2015 y que D.Trump anuló en 2018, imponiendo un embargo. Irán cuenta con gran cantidad de petróleo y contiene las segundas mayores reservas de gas del mundo después de Rusia.

Sin embargo, debido a su aislamiento por años, no cuenta –paradójicamente- con la inversión necesaria para desarrollar infraestructuras que puedan explotar rápidamente ese gas.

El posible retorno de Irán a la escena internacional llena de incertidumbre a actores como Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudí. Éste último también ha sido objeto de un acercamiento diplomático pragmático por parte de Occidente. En las últimas semanas, EE.UU. le ha pedido aumentar su producción de petróleo, algo que cuestiona el país árabe argumentando que podría ser posible si se ve apoyado con información y tecnología sobre la guerra en Yemen, además de solicitar apoyo en su programa nuclear e incluso reclamando inmunidad para el rey Mohammed bin Salman (acusado por la inteligencia estadounidense del asesinato del periodista Jamal Kashoggy).

Condiciones que si bien aún no han sido aceptadas, si demuestran la búsqueda de nuevas formulas diplomáticas en un escenario mutante. Podríamos reflexionar si cuestiones como los derechos humanos o el Estado de derecho quedarán progresivamente relegadas ante la premura de buscar nuevos socios.

Por su parte, Rusia también diversifica sus relaciones. El enfriamiento con Occidente a raíz de la anexión de Crimea en 2014 es significativo en las relaciones internacionales. Rusia y China acordaron ese mismo año la construcción del gasoducto “The Power of Siberia” que sería operacional en diciembre de 2019 y cuya extensión ha sido recientemente aprobada (pasará por Mongolia y estará financiado por China en un 50%). La guerra en Ucrania muestra asi un efecto catalizador para establecer nuevos vínculos, algo que también se está observando con India.

Si bien éste es un actor geográficamente lejano, la posibilidad de construir un enorme gasoducto que atravesaría Afganistán está también sobre la mesa. Asimismo, Rusia ha estado coqueteando abiertamente con India, cediéndole tecnología valiosa para desarrollar un misil hipersónico además de firmar contratos en el ámbito de la industria militar. Actualmente, Rusia vende a India el barril de petróleo 20 dólares más barato que el precio del mercado, una estrategia poco inocente, pero que revela hasta qué punto cada actor vela por sus intereses.        

En todo ello, el gran perdedor es el cambio climático. La necesidad de buscar alternativas energéticas con tanta urgencia está provocando que países tan comprometidos con el Acuerdo de París como Alemania o Francia estén planteándose reabrir centrales de carbón, una práctica que ya está llevando a cabo China. Por otro lado, Australia y EE.UU. se sitúan como grandes exportadores de gas licuado, una extracción que es muy cuestionada por sus repercusiones medioambientales, pero que resulta la alternativa inmediata óptima para Occidente.

Asimismo, el encarecimiento del precio de los granos ya perceptible en los últimos tiempos también tendrán un posible efecto colateral climático. La guerra en Ucrania está siendo un factor adicional desestabilizador. La Unión Europea se está cuestionando cultivar granos en aquellas tierras dedicadas a preservar el ecosistema (4% de tierras cultivables dedicadas al barbecho), algo que traería mayor autosuficiencia y posible influencia geopolítica. En ello, se sitúa la cuestión de la soberanía alimentaria, una cuestión que debería ser reflexionada y regulada a nivel mundial, probablemente en plataformas informales como el G20.

ivette ordoñez

Ivette Ordóñez Núñez es Dra. en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó sus estudios universitarios sobre la Unión Europea en la Universidad Sorbonne de París. Actualmente es analista de política internacional y consultora, especializada en gobernanza mundial, G20 y UE. Ha publicado diversos artículos y el libro "El G-20 en la era Trump. El nacimiento de una nueva diplomacia mundial" en la Editorial Catarata (2017).  

La guerra en Ucrania acentúa cambios geopolíticos