jueves. 25.04.2024
mundo

Los bandazos en la política americana de las últimas décadas, agravadas por el mandato Trump, la política expansionista rusa, el Brexit y el surgimiento de nacionalismos europeos exacerbados, empoderados por partidos populistas (expresión que me desagrada), pronostican un cambio en el equilibrio de poderes a nivel mundial.

Por nuestro lado, Europa está luchando en el periodo post-Brexit contra una serie de tensiones internas provocadas por un sentimiento anti-Unión encabezado por la Liga Hanseática, que ha llevado a frenos en las políticas sociales y económicas que el binomio Merkel-Von der Leyen habían planteado para la reconstrucción tras la crisis del Covid-19 y a recortes más graves en el avance del proyecto de la Unión Europea.

La America First Agenda del presidente Trump marca otro giro de timón de la política estadounidense, esta vez hacia el proteccionismo económico radical, sumado al giro hacia el mercado del Pacífico y una intromisión en la economía europea a través de acuerdos angloamericanos para imponer ventajas competitivas contra intereses de la Unión Europea. Sin olvidar las graves amenazas directas a la seguridad europea vertidas a raíz de la necesidad estratégica de que el futuro Euroejército se base en una tecnología propia. El Presidente Trump ha llegado a incluso a insinuar (nada sutilmente) el abandono de la OTAN de sus bases en Europa. Amigo americano dicen...

La Gran Madre Rusia extiende sus garras por las antiguas repúblicas soviéticas. Amenaza la integridad de la unión en las fronteras de Georgia, la invasión de Ucrania, el apoyo al régimen de Bashar Al Asad y al giro de la política del Presidente Erdogan contra la Unión. Sin olvidar la Espada de Damocles que supone la dependencia de Europa al gas ruso.

África y la península arábiga con sus tensiones religiosas y su inestabilidad política no suponen nada halagüeño para el desarrollo del proyecto europeo. La radicalización terrorista, posiblemente asociada al empobrecimiento de la región, el desarrollo de grandes mafias y la aparición de estados fallidos tras las Primaveras Árabes que claman, desde nuestra propia sociedad, a un intervencionismo activo y positivo hacia una economía social y una democratización auspiciada por nuestros valores, nos lleva a un replanteamiento ambicioso de lo que es Europa, o mejor dicho, un cambio de la Unión de estados a la Nación Europa.

A priori parece que hay una distancia insalvable entre la sociedad europea y la china. La realidad es que, si observamos históricamente la evolución de la sociedad china en las últimas décadas hacia un socialismo de mercado (creación de una cobertura de pensiones, seguros médicos y del seguro de desempleo, además del incremento en el salario mínimo), podemos percibir que esta evolución les va acercando a un modelo más conocido en Europa como Estado de Bienestar.

La historia de China como nación se remonta aproximadamente 4000 años, la de Europa unos 3000, puede que seamos el único pueblo que puede entender el orgullo nacional chino, además de haber sido el contrapunto siempre en el continente Euroasiático al Gran Dragón. Ya en la época romana ambas potencias (Roma y China) ejercían, tal vez sin saberlo, presión en ambos lados del Imperio Persa cuyas fronteras tocaban ambos intentando continuamente penetrar en nuestras fronteras y solo, aunque sin saberlo, la combinación la fuerza de ambas partes mantenía Persia, sus antecesores y los imperios descendientes en un jaque que nos permitió crecer a los europeos.

Hoy en día los contendientes no son tan claros (EEUU, Rusia, Economía, Geopolítica, Etc.), pero podemos entender que sí colocamos en una balanza el dueto Europa-China y observamos, con amplitud de miras, que el intercambio económico, social y cultural entre ambas naciones nos acercará a ambas a un Nuevo Estado de Bienestar común y mejorado.

Es cierto que desde Europa se mira con recelo la falta de democracia aparente en nuestro compañero de sonata. Pero tenemos que entender que las reformas político-sociales deben ir al ritmo que marca la sociedad china (o, mejor dicho, el Partido Comunista Chino), para lograr el éxito del cambio. No podemos pretender que el Gobierno de Beijing corra al ritmo europeo o, mejor dicho, bajo nuestra perspectiva.

Tomemos como ejemplo los estados fallidos de la primavera árabe. En China, al ritmo marcado por su sociedad milenaria, hemos podido ver el cambio de un sistema imperial al actual sistema cuasi democrático, con una protección social solo comparable con la europea, una modernización incomparable a la producida en ningún otro lugar del mundo, con la implantación de valores socio-económicos y culturales que recuerdan a los fundacionales de la propia Unión Europea (hay que observar que en Europa aún no están arraigados en todas las sociedades o estados miembros).

Soñamos con EUROPA, la Nación Europa, un país que dé prosperidad y oportunidad a todos sus ciudadanos. Queremos una calidad de vida no conocida en la historia de la humanidad, una política basada en la cultura, la justicia social. Una economía sostenible, una influencia positivadora en el mundo. Una Mater Europa orgullosa, pero no soberbia, cariñosa con su pueblo y, como madre, férrea en la defensa de sus hijos. Igual que lo sueña el pueblo Chino hacia su nación.

China y Europa no son enemigos comerciales, políticos o culturales. No tenemos deudas históricas o enfrentamientos pendientes. Problemas religiosos o políticos. Ambos sufrimos los riegos del expansionismo ruso o, de la inestabilidad de las naciones árabes o, el peligro del integrismo islámico. Sufrimos amenazas y presiones por el intervencionismo imperial del gobierno americano.

Europa y China pueden ser las dos caras de una misma moneda, a pesar de sus diferencias y, si podemos comprender que ambas deseamos llegar al mismo punto, podremos formar los nuevos pesos de la balanza internacional. Ambos, juntos, podemos crear una economía sostenible para el planeta. Ambos, juntos, podemos desarrollar una sociedad justa, libre y democrática. Ambos, juntos, podemos crecer como naciones hermanas hacia ese sueño que compartimos. Ambos, juntos, sí abrimos los ojos, con respeto y entendimiento al espíritu del otro.

Por todo ello debe ser nuestra obligación entendernos, sobre todo, si queremos prosperar en el caos del mundo actual.

Por Ignacio Apestegui

China y Europa. Reto 2030