viernes. 29.03.2024
gaza

El crecimiento continuado de los movimientos ultraderechistas indica que estamos entrando en otro periodo de deshumanización como los vividos a lo largo del siglo XX. No es un proceso irreversible, pero será tanto más grave mientras sigamos contemplando impasibles el avance de la insolidaridad, las soluciones de fuerza, el egoísmo y la ley del más fuerte como única ley. A menudo, al contemplar la tecnología y los conocimientos que tenemos a nuestra disposición, cómo nuestros hijos miden veinte centímetros más que nosotros o lo que son capaces de hacer los algoritmos, podemos caer en la tentación de pensar que estamos en una etapa muy alta de la evolución humana, empero, si nos detenemos un poquito a reflexionar comprobaremos que la crueldad y la violencia causan más dolor hoy que en el Neolítico, que el reparto de la riqueza mundial no parece seguir los designios del hombre racional que decimos ser sino el de las bestias más peligrosas y desconocidas, que nadie ha tratado a la Naturaleza con el desprecio y la maldad con que lo hacemos los hombres actuales, que nunca se ha odiado tanto al extranjero -España fue ocupada por todas y cada una de las civilizaciones existentes desde los fenicios hasta hace unos días en que de la mano de Franco nos ocupó Estados Unidos-, al pobre, al que vive a su aire, al disidente y que jamás se ha justificado tanto como ahora las matanzas de inocentes como la que ahora mismo contemplamos en Gaza, el mayor campo de concentración del mundo.

Gaza es un territorio de unos trescientos cuarenta kilómetros cuadrados que está habitado por casi dos millones de personas. De un lado a otro de la franja hay cuarenta kilómetros y en su parte más ancha tiene doce. Es uno de los territorios más densamente poblados del planeta, a la altura de Singapur y Hong-Kong, pero con la diferencia de que los habitantes de estas ciudades pueden salir fuera de sus fronteras y no dependen de nadie para abrir el grifo, encender la luz o llamar por teléfono. Los habitantes de Gaza no pueden salir de esa diminuta tierra más que con el permiso y la custodia del ejército de Israel, que además es quien controla el agua corriente, la electricidad y todos los suministros básicos. Gaza da al mar, pero ni Egipto ni Israel le dejan que use el mar para la pesca, el comercio o la navegación. Los palestinos de Gaza ven el mar como un horizonte de esperanza, como una ensoñación, como la frontera de la libertad, pero el mar no les ve a ellos más que para lanzar muerte y destrucción.

Dicen los medios que hay una guerra en Gaza y nos sacan imágenes de “dos bandos” lanzando misiles hacia uno y otro lado. Los equidistantes siempre han visto dos bandos igualmente despiadados, los indios y los americanos, los republicanos y los nacional-católicos, los pinochetistas y los allendistas, los israelitas y los palestinos. Han contado su parecer de acuerdo con el pensamiento del opresor, sabiendo que es éste, a fin de cuentas, quien al escampar contará la historia de acuerdo con los que ellos opinaron a sueldo: Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos, tienen más armas y más dinero. Pero en Gaza no hay una guerra, nunca la hubo, porque Gaza es un campo de exterminio creado por el Estado de Israel desde que ocupó Palestina en 1948 con el beneplácito del Reino Unido, Estados Unidos y el resto de las potencias mundiales, dándole licencia para matar. Gaza no tiene acceso al comercio exterior, difícilmente puede obtener misiles de ningún alcance, a lo sumo algún cohete de fabricación casera o de los que se usan para fuegos artificiales; no existe ejército palestino de Gaza, ni caza-borbarderos, ni portaviones, ni tanques, ni esperanza. En Gaza se nace para morir cuando el vecino lo desee, casi nadie espera llegar a viejo y ser niño no es ninguna garantía para ascender a adolescente o joven. En una célebre viñeta se ve a un niño y una niña subidos a un cerro, observan la luz de un misil, y el uno le dice a la otra: Pide un deseo, y le responde: Que sea una estrella fugaz. Eso es Gaza, una tierra abandonada por todos y sistemáticamente bombardeada por Israel, a quien el Presidente demócrata de Estados Unidos apoya para que se defienda de enemigo tan terrible que no tiene ni un paquete de cus-cus que llevarse a la boca. Legítima defensa dicen mientras caen por centenares niños, ancianos, jóvenes, mujeres, hombres, mientras crecen quienes lo fían todo a Alá porque allí ya no hay nada que hacer. Bastaría con que el amigo Americano mandase parar y estableciese una frontera bien definida entre los dos Estados, pero no, es mejor seguir dando miles de millones y armas sin fin a un Estado que hace de jardinero fiel para mantener la incertidumbre, el caos, la miseria y la devastación que permite seguir apropiándose de las materias primas fósiles de aquella tierra hostil que llevan más de cincuenta años en guerra permanente.

Gaza es un inmenso cementerio donde aún se pasean seres vivos esperando que llegue su día, su momento, su bomba, su metralla, su baño de sangre

Gaza no es un peligro para nadie. Ni aún queriendo lo sería porque no puede comprar nada. Vivir en Gaza es vivir en el infierno que dirige uno de los ejércitos mejor pertrechados del mundo, un ejército que periódicamente destruye lo que los habitantes de la Franja han podido reconstruir a sabiendas que de nuevo será destruido, que sus calles se llenarán de muertos, que de sus ojos ya no brotarán lágrimas, que su alma desea el final a fuerza de haber visto tantos finales de amigos, primos, tíos, conocidos, padres, hijos, hermanos. No es posible imaginar un infierno más terrorífico, más irreal, más fantasmagórico. Por él se pasean espectros con las cuencas vacías, sin piernas, sin lugar para el reposo eterno. Es un inmenso cementerio donde aún se pasean seres vivos esperando que llegue su día, su momento, su bomba, su metralla, su baño de sangre. Entre tanto, eso que se llama Comunidad Internacional sigue apelando a la cordura de las dos partes, a que ponga cada cual un poquito para llegar al alto el fuego, pero saben que el fuego sólo acabará cuando Israel decida que así tiene que ser, volviendo en cuanto haya cualquier problema electoral, un escándalo de corrupción o cualquier otra cuestión que se pueda solucionar apelando al patriotismo y al miedo.

Siempre se dice lo mismo, pero es difícilmente explicable que un país habitado por perseguidos, por víctimas del nazi-fascismo, de la barbarie más brutal jamás conocida, esté aplicando a sus vecinos la misma medicina, un lento extermino que terminará por convertir en esclavos a los supervivientes sin tierra, sin futuro y sin esperanza. En Gaza -lo mismo sucede en Cisjordania con las ocupaciones- están acabando con un pueblo que ni siquiera tiene derecho a la compasión ni a la solidaridad de las naciones civilizadas de la tierra, en silencio, sin hacer ruido, sin instrumentos mediáticos, militares, diplomáticos o intelectuales para hacer ver al mundo que los están asesinando otra vez más, de nuevo, hasta que llegue su desaparición total.


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