jueves. 28.03.2024
fascismo españa

Durante los últimos diez años hemos sido testigos de un preocupante ascenso de las extremas derechas. El desprecio por la democracia y el odio como consigna política han saltado a los medios de comunicación hegemónicos, fieles servidores para la propagación de un ideario vigente y en auge. La extrema derecha gana protagonismo a nivel mundial. Salvini, Le Pen, Orban, Bolsonaro, Trump, Piñera, Macri, Abascal y un creciente etcétera han ganado visibilidad merced al conglomerado de medios de comunicación del poder económico concentrado que no son sino constructores de sentido común. 

El bombardeo de falsedades irradiadas a través de la pantalla impacta de tal manera que deforma la opinión pública, logrando convencer a un sector del electorado de votar en su propia contra. La réplica de lo publicado por los medios del poder económico entre los ciudadanos de a pie representa el triunfo de la ideología que se pretende imponer a fuerza de realidades prefabricadas, operaciones mediáticas, fake news y lawfare. Con el fin de mantener sus privilegios la casta dominante logra convertir en sentido común aquello que, de otra manera, provocaría un malestar generalizado.

Los referentes de esa extrema derecha llevan décadas construyendo un poderoso movimiento en el que participan no solo los grandes medios sino también las universidades, la judicatura, sectas religiosas radicales, fundaciones y asociaciones propias. No se trata de los fascistas de siempre, aunque comparten con éstos algunas características; como por ejemplo su aparente oposición a la globalización y a las élites, y un supuesto nacionalismo económico que esconde -bajo un discurso de prioridad nacional- una mayor explotación de la población más precaria.

Los movimientos fascistas construyen un racismo explícito y la continuación de las ideas coloniales

La fórmula funciona. Distraen con el nacionalismo económico para respaldar la bajada de impuestos a los ricos, la reducción de los derechos sociales y la explotación máxima de la naturaleza y los trabajadores. Poniendo el foco en elementos identitarios conservadores y nacionalistas, consiguen generar una polarización que pone en segundo plano los conflictos materiales de nuestra realidad cotidiana, como la vivienda, la salud, la educación o la justicia. Estos movimientos fascistas construyen un racismo explícito y la continuación de las ideas coloniales. Por un lado se acusa a los inmigrantes de “venir a quitarnos el trabajo”; y por otro, de parasitar nuestro Estado de Bienestar. Responsabilizar a los inmigrantes de la falta de empleo cala en personas precarizadas, les da poder y dignidad por el solo hecho de pertenecer a la “comunidad blanca y nacional”. Un desempleado desinformado o formado por las opiniones de los voceros del poder real es –Abascal lo sabe- un potencial votante del proyecto Vox. La realidad es que las políticas económicas de la extrema derecha precarizan el trabajo de todos con leyes de extranjería que dejan sin protección a miles de trabajadores. Las medidas sociales para los nacionales no tienen sentido debido a que promueven una capa social sin ningún derecho. Sin embargo el votante desinformado no considerará este factor; como tampoco sabrá discernir –dada la fobia que se le ha inoculado- entre delincuencia e inmigración. “Mayoritariamente las mujeres que han sido asesinadas en España, han sido a manos de extranjeros”, aseguraba Santiago Abascal durante una entrevista televisiva, sirviéndose de los derechos de las mujeres para legitimar un discurso xenófobo y racista.

En un sistema violento y desigual, la extrema derecha es hábil para sacar partida de la falta de expectativas y generar adhesión fomentando identidades nacionalistas y autoritarias. “No le dejemos el camino abierto a los liberfachos republicanos”, advirtió hace tan solo unos días la socióloga e investigadora argentina -recientemente fallecida-, Alcira Argumedo. Bastión de la resistencia durante los cuatro años de macrismo, Argumedo dejó un último mensaje a los sectores progresistas de la Argentina: “Las derechas en el mundo están haciendo política en donde la muerte es una de las condiciones fundamentales”.

Argumedo tuvo la convicción de señalar los intereses económicos y materiales que se esconden detrás de los discursos de la extrema derecha, sabiendo que aunque algunas fuerzas posfascistas pierdan posiciones institucionales, si no se enfrenta la cuestión de fondo de este sistema desigual y violento a escala global, los representantes de esa nueva derecha seguirán siendo atrayentes. La extrema derecha gobierna en Hungría, Polonia y la República Checa; y ha participado en el gobierno en Austria, Italia y Suiza. En España, Alemania y Francia es ya una fuerza central.

La fórmula del posfascismo