viernes. 19.04.2024

El 7 de agosto de este año 2022 no fuimos pocas las personas que nos sentimos abochornadas ante la grosera actitud del rey español Felipe VI en Colombia. Esa fecha se celebraba en Bogotá la toma de posesión de Gustavo Petro como presidente de la República de Colombia. Acto que tuvo lugar, entre inéditas multitudes asistentes, en la muy hermosa y enorme Plaza de Bolívar de la capital colombiana. Petro, en su primera orden emitida recién investido, hizo traer, bajo escolta militar de la Guardia Presidencial y atronadores aplausos, uno de los símbolos más queridos por aquellos pueblos iberoamericanos como lo es la espada de Simón Bolívar. Ese emblema representa nada menos que la liberación americana del imperio español. Tiene además un muy alto significado republicano por expresar la derrota reiterada del reaccionario monarca Fernando VII y sus cuantiosas tropas realistas en los campos de batalla.

También adquiría ese acero libertador un valor particular y político para Gustavo Petro. Quien había sido en su juventud militante del movimiento guerrillero M-19, organización que, en una de sus espectaculares acciones, se hizo por sorpresa con la posesión del arma bolivariana para reintegrarla luego, con el transcurso de los años, a los depósitos museísticos de la República de Colombia.

Este suceso así mismo sirvió para desvelar la tradicional cicatería de la ultraderecha colombiana, pues el presidente saliente, Iván Duque, se había opuesto a que el símbolo de Bolívar pudiera utilizarse en el acto de toma de posesión de Gustavo Petro. Por eso, éste tuvo que dar una orden de carácter militar (el Presidente en la Constitución Política de Colombia es comandante en jefe de las Fuerzas Armadas) para que ese enfundado símbolo, con la debida escolta oficial de los soldados, apareciera en la tribuna de aquel lucido acontecimiento institucional. 

La espada de Simón Bolívar tiene un muy alto significado republicano por expresar la derrota reiterada del reaccionario monarca Fernando VII en los campos de batalla

Al paso de la bolivariana espada, todos los numerosos Jefes de Estado y de Gobierno allí presentes, que eran, no se olvide, de todas las tendencias políticas, se levantaron en señal inequívoca de un profundo respeto ante lo que significa en la historia americana la figura de El Libertador. Todos, menos Felipe VI, que, de manera premeditada, permaneció sentado de modo ostensible y así lo destacaron todas las noticias de aquel día.

Como mínimo, ese talante de Felipe VI es el de un maleducado. Como ya lo ha observado algún comentarista, si no estaba de acuerdo con la exhibición del acero bolivariano, un atisbo de urbanidad debiera haberle sugerido que “donde quiera que fueres haz lo que vieres”. Igual que a un cargo institucional ateo o agnóstico no se le ocurre practicar extravagancias irreverentes cuando tiene que asistir a un funeral católico o de la religión que sea. Y así de paso no hubiera ofendido, porque es una ofensa en toda regla, a todos los asistentes, a cuantos Jefes de Estado, sus pares, se levantaron y a todas las personas que ovacionaron en esa plaza la presencia del símbolo.

Pero hay cuestiones de mayor enjundia constitucional, porque, con esa actitud, ¿a quién representa ese Felipe VI sentado que es el Jefe del Estado español? Desde luego no a quienes sabemos la importancia, más allá de acuerdos y desacuerdos sobre sus ideas políticas, del papel histórico de un Simón Bolívar que, guste o disguste, cambió con su espada -valga la metáfora pertinente- todo el mapa americano del atlas mundial. ¿De dónde surgieron Panamá, Colombia, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Perú? Pues, recordémoslo, del proyecto inicial pleno de sentido de la Gran Colombia ideado por Simón Bolívar. Hoy que se habla tanto de “geopolítica”, bueno sería reflexionar sobre las consecuencias de esa índole que tuvo la acción estratégica de El Libertador. Sus inabarcables dimensiones espaciales son, todavía en nuestros días, impresionantes.

Simón Bolívar cambió con su espada todo el mapa americano del atlas mundial ¿De dónde surgieron Panamá, Colombia, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Perú?

Con todo, esa postura de Felipe VI es contraria a una intervención diplomática elemental y por tanto deviene impropia de un Jefe de Estado. Ha caído mal en muchos medios de comunicación y entre la sociedad civil colombiana. Y refuerza las tendencias hispanófobas más radicales y menos atentas a la historia, esclavas también de sus prejuicios, las cuales pueden hasta llegar a ver en Cervantes un “supremacista blanco”. De la misma forma que la han tomado, algo incomprensible, contra las estatuas de Américo Vespucio.

Ya lo ha criticado alguna vez, con buen sentido, Javier Pérez Royo: el Jefe del Estado no debe realizar actos políticos en los que no se sientan integrados sectores importantes de la ciudadanía. No debe hacer política de partido o facción. Y su sentada bogotana aquí denunciada revela que sí la ha hecho. ¿Por qué? ¿no tiene asesores culturales? Los ha tenido y de alta calidad, como su preceptora Carmen Iglesias autora del excelente trabajo histórico No siempre lo peor es cierto. Pero el “signo de esta época”, que diría el periodista catalán Enric Juliana, es el de la derechización cuando no ultraderechización general in crescendo en todas las sociedades.

Debería aprender Felipe VI de la fallecida Isabel II de Inglaterra. No se nos oculta que esta multimillonaria coronada y cursi hizo todo lo que pudo en pro del imperialismo británico y el mantenimiento de las colonias. Pero en lo que toca al Reino Unido, como jefa del Estado, tuvo el máximo cuidado para tratar de integrar y respetar todas sus sensibilidades. Lo hizo con el independentismo escocés, sus referéndums y sus aspiraciones. También lo realizó, operación más que difícil, en Irlanda; y, lo que últimamente se ha recordado, estrechó la mano, ya lograda e institucionalizada la paz, de uno de los comandantes del IRA y hoy relevante político del Sin Feinn. Lo que fue fotografiado de modo conveniente. Y a lo que vamos: ¿se imagina alguien a Felipe VI cuando estrechase su mano con la de Arnaldo Otegi? O, más fácil, ¿una fotografía del Jefe del Estado con los muy legales diputados de Bildu presentes en el Parlamento español? He ahí la diferencia entre lo civilizado y la barbarie de lo incívico. Porque, en definitiva, la actual monarquía española resulta en la práctica muy poco constitucional y parlamentaria de un modo escaso e insuficiente.

El rey se ha identificado mediante su sentada con aquellos entornos culturales revisionistas que anidan en los sectores de PP-Vox. Es el narcisismo imperial español para el cual jamás hizo España nada malo en tierras americanas. Cuando aquello fue un régimen esclavista que, entre otras cosas, sirvió para impulsar con fuerza el tráfico de negros, personas afrodescendientes que no fueron libres bajo la legislación española ni bajo su Iglesia católica ¡hasta 1886! Año en el que fueron liberados por disposición gubernamental los últimos veinte mil esclavos negros de la isla de Cuba. 

Felipe VI se ha identificado mediante su sentada con aquellos entornos culturales revisionistas que anidan en los sectores de PP-Vox. Es el narcisismo imperial español 

Mario Vargas Llosa, quien recomendó no votar a Petro, cada vez se inclina más hacia la derecha en América y en Europa. Él ha elogiado hasta la saciedad el libro de María Elvira Roca Barea IMPERIOFOBIA. En esta obra, Roca Barea se dedica a hacer un ensalzamiento general del imperio español y sus sedes americanas. En esto, como por ejemplo en el realce de la arquitectura española y planificación urbanística de las ciudades iberoamericanas, el libro está bien documentado y fundamentado. No hay por qué negar, lo que a veces se hace entre las filas de izquierda, los aspectos positivos del imperio español porque los tuvo y están a ojos vista de cualquier viajero por tierras americanas. Pero a Roca Barea le pierde su orientación ideológica inmersa en ese ya citado y descrito narcisismo imperial español. Así, no dice ni pío de la esclavitud ni del tráfico de negros, ni del amparo del Reino de España para estos sucios e inhumanos menesteres. 

Por otra parte, como se produce hoy en el seno de la derecha española más cavernícola, Simón Bolívar es denostado como “hispanófobo”. Lo cual es falso sin más, pues, entre otros muchos datos, Bolívar quiso poner el nombre de Bartolomé de las Casas a la futura capital de la Gran Colombia y así lo dejó escrito en Cartas desde Jamaica. Y las Casas era un español de primera. Lo que ocurre es que Bolívar no negaba el genocidio amerindio ni la opresión del pueblo africano ni su tráfico importador que combatió desde los primeros momentos de su acción política.

Bolívar, cosa de la que se olvidan todos los fabricantes ibéricos de improperios contra su figura, fue un pionero en América de la abolición de la esclavitud. Muchos años antes que Abraham Lincoln. Abolicionismo que le acompañó desde sus primeros pasos dados en las campañas libertadoras hasta el final de las mismas y de su propia vida.

Bolívar, cosa de la que se olvidan todos los fabricantes ibéricos de improperios contra su figura, fue un pionero en América de la abolición de la esclavitud. Muchos años antes que Abraham Lincoln

Para esa ultraderecha signo de nuestra época, Bolívar fue un masón y la independencia americana obra de la masonería. No se les ocurre pensar que fue Fernando VII el que más laboró en pro de la emancipación de las colonias. De la catadura moral de este rey también borbón ya han escrito suficiente los historiadores. El peor rey coinciden todos ellos, aunque hay quien, en el plano de la corrupción no le va a la zaga (tal cual sucede con el padre de Felipe VI).

Ya que hablamos de Colombia, allí envió aquel nefasto rey felón al nada inexperto general Pablo Morillo para que encabezara la “operación Reconquista” (siempre el nacionalcatolicismo tras sus mismos tópicos repetidos), con una fuerza militar imponente para aquel tiempo, a fin de “reconquistar” los territorios emancipados por Bolívar y los suyos. Fueron derrotadas en toda regla las tropas del imperio español, momento decisivo que encarna la batalla de Boyacárealizada durante un 7 de agosto de 1819. Por eso el 7 de agosto del 2022, día de la independencia, tomó posesión presidencial Gustavo Petro. Fecha que a Felipe VI, borbón al fin y al cabo, seguro que le agradaba tan poco como la espada de Bolívar.


Ateneo Basilio Lacort | José Ignacio Lacasta-Zabalza, Jesús Arbizu, Víctor Moreno, Clemente Bernad, Laura Pérez, Carolina Martínez, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez, Pablo Ibáñez, Txema Aranaz.

Felipe VI y Simón Bolívar