jueves. 28.03.2024

“¿Pagará la Iglesia católica por estos crímenes contra la humanidad?”. La pregunta la formulaba ante las cámaras de televisión uno de los tantos canadienses que no sale de su asombro; ni de su espanto, ni de su horror. El hallazgo de fosas comunes repletas de restos de niños indígenas de entre tres y diez años en el viejo internado de Kamloops, estremece al país. Son los restos, los “desechos humanos” de la Iglesia Católica. Resultado del Programa Colonial diseñado para despojar a las naciones indígenas de su historia y de su cultura, para anularlas. El plan consistía en “matar al indio dentro del niño”.   

La Iglesia estuvo abocada a los programas de gestión de la población desde el mismo momento en que se produjo el primer contacto entre las coronas europeas y las naciones indígenas. La misión “divina” era desposeer al indio de su identidad. De modo que el proceso se Iniciaba desde la niñez   con el objetivo de “reprogramar” al indígena antes de que alcanzase la edad adulta.  

Esa era la empresa; la misma en la que históricamente se había embarcado la Iglesia Católica en estos lares del mundo. Y mucho más cerca en el tiempo lo había hecho en  Canadá, en donde ahora los templos arden e iluminan a una multitud comprensiblemente enardecida.

En las escuelas que el Estado había impuesto para los aborígenes se desposeía a los niños -herederos de las naciones indígenas- de su indianidad. Se los vaciaba de su Yo. El resto está en la prensa: “Hallados más de 1000 restos de niños aborígenes en fosas comunes”, “¿Pagará la Iglesia por este crimen contra la humanidad?”.

Son los restos de más de mil niños aborígenes. Son los restos de un genocidio, otro de los que la Iglesia suma en su macabro historial. Fue la Iglesia católica la que decidió que esas vidas y esas muertes no eran dignas de ser conocidas. Fue la Iglesia Católica la que decidió que esos niños no eran sino meros objetos. Niños a los que privaron por la fuerza al derecho de existir. Es un manual de privaciones aberrantes contra todos los derechos fundamentales. “Matar al indio dentro del niño”, decían Estado e Iglesia, creyendo sepultar para siempre los restos del exterminio.

Qué ilusa la Iglesia… dios mío. Por su narcisista naturaleza descartó la existencia de los dioses milagrosos y justicieros de esas culturas a las que pretendió erradicar. Y a los hijos de los dioses de esas culturas no se los puede silenciar.   

Qué ilusa, qué ingenua la Iglesia que no supo ni sabrá que no se puede asesinar a una cultura; que a esos niños aborígenes no se los podía silenciar. Qué ingenua al ignorar que la voz de niño indio sonaría potente para decir que, en nombre de un dios ajeno, sufrió el infierno en carne propia. Qué ingenua la Iglesia que no supo entonces que la voz del niño indio llegaría a ser tan intensa que se convertiría en titular de enormes caracteres.

Si, las iglesias están ardiendo en Canadá. Están iluminando. Ningún miembro de la curia ha resultado herido. No hay que lamentar víctimas fatales; apenas “daños de inmueble”. Nada que Dios, en su bondad infinita, no pueda perdonar.   

Están iluminando