jueves. 28.03.2024
LA HERENCIA DEL TRUMPISMO

Salvar al Partido Republicano

Quien más fragilidad ofrece en estos momentos es el propio Partido Republicano que, puesto a contar los votos, no sabe exactamente cuántos son los suyos y cuántos los de la bestia que alimentó durante cuatro años.

Si complicada ha sido para Biden su relevante victoria electoral, y completa para el Partido Demócrata, que ha sumado a última hora el control del Senado, más que complejo va a ser su mandato, que esperemos que se inicie el próximo 20 de enero.

No sólo va a tener muy difícil recuperar la imagen que Estados Unidos siempre ha tratado de cultivar de líder de la democracia a nivel internacional, en un momento en el que -tras el agresivo desfile de tanta bandera confederada- ni siquiera la propia identidad de las barras y las estrellas quedan claramente desdibujadas en la retina de los ciudadanos del mundo entero. Y la misma Casa Blanca ha perdido el cultivado carácter de bastión mundial de las libertades, al convertirse en la sede desde la que se ha incitado a la insurrección contra su propia democracia interna.

La herencia que recibe -enfangada hasta la hez por la última convocatoria subversiva- es la de un nacionalismo visceral, azuzado por el soberanismo y la xenofobia, instalado como ideología, no en la cabeza, sino en las vísceras de muchos de los 74 millones de votantes del insurrecto Trump. Una parte importante de ellos armados hasta los dientes, y dispuestos al disfraz paramilitar y a la coreografía bárbara, como salida de esas películas de futurismo apocalíptico. Un nacionalismo blanco, contra los propios nacionales negros; y mestizo, que recoge injustificados estómagos agradecidos apellidados Ramírez -o da lo mismo cómo-, que atravesaron penosamente una frontera que ahora quieren cerrar a sus propios paisanos. O la de un agresivo, simplista y hasta suicida comercio contra el mundo, orquestado precisamente para reforzar ese nacionalismo irracional.

Todo eso va a lastrar su mandato. Aunque paradójicamente vaya a contar con dos años de control de ambas cámaras parlamentarias, tendrá que moverse con pies de plomo para no generar incendios inesperados o reacciones desesperadas, que pueden surgir en cualquier momento en ese amplio territorio teñido de rojo que nos sorprende en los mapas electorales. Y le va a obligar a tender la mano continuamente al Partido Republicano, no solamente para andar este camino minado, sino para defender el propio Sistema.

El Partido Republicano es una de las víctimas de la herencia del trumpismo

Y ésa es grande: tener que gobernar dando oxígeno a la oposición, porque el Partido Republicano es una de las víctimas de esa herencia del trumpismo. Víctima no inocente, porque le ha dado oportunistamente alas para engordar a costa de ese peligroso populismo, y porque lo salvó, cuando no debía, de un impeachment que parecía de manual. Y porque jugó a ganar las elecciones aliado con el diablo. Pero es cierto que quien más fragilidad ofrece en estos momentos es el propio Partido Republicano que, puesto a contar los votos, no sabe exactamente cuántos son los suyos y cuántos los de la bestia que alimentó durante cuatro años.

En el mejor de los escenarios, en Estados Unidos pueden quedar a partir de ahora tres partidos: el Demócrata -tal vez reforzado frente a la barbarie, pero dependiendo de cómo gobierne Biden y de cómo organice sus movimientos internos-, el Republicano -posiblemente muy debilitado por sus coqueteos con el mediocre nacionalismo rampante-, y un partido ultraderechista, cargado de simplismo, de prejuicios y de odio. Y armado y blandiendo (ni siquiera ondeando) la bandera confederal, símbolo del guerracivilismo.

En el peor de los escenarios pueden mantenerse dos partidos: el Demócrata y un partido Republicano revanchista, capaz de pisar con frecuencia las lindes del propio sistema democrático, y carcomido por el resentimiento de haber perdido, por siete millones de votos, la peligrosa apuesta que había hecho en el casino de Trump.

Para salvarse, jugando al primer escenario descrito, y para lograr que en ese escenario el tercer grosero partido disponga de la menor fuerza posible, los republicanos tienen doce días para jugar una para ellos arriesgada, pero necesaria, partida: la incapacitación de Trump, bien por el impeachment, bien por la enmienda 25, aunque se consiga en el último día. Porque sólo así evitarán que la bestia quede intacta y que pueda aprovechar este escaso tiempo para cumplir algo que ya anunció varias veces: su propio indulto preventivo, y el indulto a los insurrectos del Capitolio.

Ardua tarea, que tendría que sortear los obstáculos de múltiples personajes, colocados por Trump en el Senado, en el Congreso, en el propio Tribunal Supremo y en una amplia red de puestos de la Administración de los Estados.

¿Cómo era aquello de “Dios salve a los Estados Unidos de América”?

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