sábado. 20.04.2024
shock

La hegemonía del proyecto neoliberal ha impuesto en el mundo una competencia entre estados para atraer inversiones de multinacionales extranjeras a costa de condiciones fiscales, sociales y laborales favorables al gran capital. En este marco se perdieron salarios, redujo el gasto público, se mermaron Derechos Fundamentales, se liquidaron derechos adquiridos que costaron décadas conseguir y se atacaron las redes de apoyo mutuo. La lógica y la tendencia imperantes es la de los seguros privados (1). Cuando estalló la crisis de la Covid-19, el blindaje social estaba ya muy debilitado, algunos países ni siquiera tenían la capacidad para autoabastecerse de material médico como la mascarillas.

Entonces, ¿dónde queda la libertad de elegir en el orden neoliberal tras el comienzo de la mayor crisis global del siglo? Hace décadas que ésta se basa en la disputa individual en un marco de supuesto reparto escaso y últimamente en un equilibrio extremadamente frágil entre la supervivencia y la capacidad para consumir. Escrito de otra manera: la libertad de mercado.

No cabe duda de que las administraciones que tienen a Trump, Thatcher, Reagan o Macron como ejemplo, piensan en la restitución del mercado sobre los escombros y el drama social. El nuevo paradigma se fundamenta esencialmente en la nefasta idea de que las crisis son oportunidades de negocio. Pero aun con el mismo marco, toca modificar las normas del juego, y el papel de los estados para cultivar la idea de que los seres humanos todavía pueden elegir el camino hacia el éxito o el fracaso. Con el marco neoliberal se ha llegado a una situación moral y éticamente abominable; la humanidad sobrevive en la ficción de la capacidad de elegir, aunque ésta se base únicamente en optar a ser manipulados por tal o cual empresa, adquirir un producto u otro. La libertad se basa exclusivamente en la capacidad de consumir. Llegada la pandemia la elección es: o la salud, o hacer negocio.

Aunque los seguidores de Hayek, retóricamente, afirmen que la intervención gubernamental en la economía conduce a la sociedad de la servidumbre… Los postulados de esta doctrina permiten, como afirma Naomi Klein, que a los gobiernos se les da las llaves de la casa pero no las de la caja fuerte (2). Así sucedió en Suráfrica cuando las facturas del apartheid las abonaron las víctimas antes y después de la liberación y llegada de Mandela a la presidencia. Una indemnización a la inversa, un ejemplo muy adecuado para situaciones como la actual.

Durante las décadas de la construcción del Estado del bienestar en los países occidentales de Europa, estaban más que avaladas las intervenciones en el mercado si fuera necesario para salvar la población. Tras décadas erosionando la idea del Estado del bienestar intervencionista el mercado se ha convertido en un espacio vedado al gran público. Aún cuando estamos inmersos en la mayor crisis desde la segunda gran guerra y que afecta a todos los aspectos de la vida, los dirigentes políticos tienen miedo a poner sobre la mesa la necesidad de recuperar lo público como eje fundamental de la vida en sociedad. El marco del mundo postcovid es el mismo y por lo tanto las élites no pagarán la factura de la pandemia. Tras el tsunami surgen siempre nuevos nichos de negocio en el capitalismo del desastre. Y así el juego sigue.

Las palabras olvidadas del relato neoliberal

El binomio mercado y pueblos libres no sirve para el relato. Tampoco se puede recurrir a palabras tan positivas como transición o liberación para convencer que los estados deben someterse a los caprichos de las multinacionales. Solo bajo situación de shock se aceptan medidas contraproducentes y agresivas contra los intereses de la mayoría. A finales del siglo pasado, el FMI consiguió poner en venta a gran parte de Asia, para que las multinacionales pudieran comprar barato y aprovechar la crisis financiera (3). Dos décadas después, el manual que se aplica para llevar a cabo la doctrina del shock es el de tener ocupada a la mayoría de la población en la emergencia diaria, en un estado de sitio permanente, destinando todo su tiempo a la supervivencia. Como en un país bombardeado uniformados asomándose todos los días en prime time para arengar a la población civil a tener moral de victoria.

Si la crisis era esencialmente sanitaria, ¿qué necesidad había de poner durante los peores días en el mismo estrado un científico, un político y tres uniformados? Sencillamente querían disciplinar a la población. Se estaba construyendo una nueva ciudadanía, atenazada por el miedo y actuando en consecuencia.

En principio la diferencia entre la izquierda y la derecha es que la primera confía en las personas y la segunda considera que “el hombre es un lobo para el hombre”. ¿Qué principio ha operado durante este año que llevamos de pandemia? El miedo o la confianza. Ha sido un año de panóptico disciplinario, y salvo que aparezca un revulsivo que aún no se vislumbra, las consecuencias para la mayoría social en el medio y largo plazo resultarán nefastas. 

Los intelectuales, activistas e incluso los políticos progresistas piensan que con señalar las condiciones materiales objetivas de los más desfavorecidos es suficiente; como señaló Wilhelm Reich en su ensayo Psicología de las masas del fascismo el error fundamental estriba en “negar el alma y el espíritu, en [burlarse] de ellos, [no] comprender que son los que lo animan todo”. Durante el tiempo que va de la pandemia se ha obviado la dimensión emotiva del ser humano, se ha dejado de lado la parte más intima. Los anhelos, los miedos que solo encuentran alivio en compañía de otras personas. ¿Cuánta gente se ha sentido verdaderamente acompañada durante este último año?

El fundamentalismo conservador ha encontrado una manera infalible de embaucar a millones de personas presentándose como víctima y salvador a la vez. Si a esto le añadimos un uso intensivo de la lógica del miedo… el éxito está garantizado. “No [es] suficiente con denunciar la miseria material y el hambre, porque esto [es] lo que [hacen] todos los partidos políticos”, a lo que hay que prestar atención es a aquellos cambios sutiles que pasan desapercibidos y en ocasiones señalan el devenir social. Uno de estos cambios importantes es sin duda la situación de la clase media; la merma de sus condiciones de vida es probablemente una de las señas de identidad de este tiempo, pero el bando progresista no es capaz de ofrecerle una salida coherente. Algunos llaman nuevo ruralismo a que parejas jóvenes que de la noche a la mañana hayan descubierto las bondades de vivir en el campo. En realidad no se trata de un retorno a la naturaleza ni tampoco una genuina preocupación, de personas excesivamente urbanitas, por el medio ambiente. En la mayoría de los casos se trata de un intento desesperado para recuperar un estatus social perdido.

La humanidad ante los cataclismos

Desastres naturales como el tsunami asiático o el huracán Katrina; y crisis sanitarias como la de la Covid-19 deberían acercar a las comunidades en lugar de atomizarlas. De momento sigue el impase.

Aplaudir a los y las profesionales de la salud es positivo como sociedad, incluso que la población más conservadora ovacionara a los cuerpos de seguridad y fuerzas del Estado puede resultar tolerable. Al fin y al cabo, tanto los primeros como los segundos entran en los atributos y la acepción del biopoder del Estado. Salvando evidentemente las diferencias.

La ultraderecha pesca en el caladero de quienes han visto empeorar sus condiciones de vida con la globalización, con los partidos progresistas y de izquierdas absolutamente desbordados tanto en el relato como en el marco

El problema real es que tras dos cataclismos en apenas una década a la población mundial se la mantiene ajena a las decisiones. Peor aún, mientras se exige a la ciudadanía la excelencia, los ideales que la trajeron hasta aquí se están apoderando del sentido común colectivo y de las mentes de las generaciones futuras. El dinero sigue comprando la supervivencia (4) y los más desafortunados son los primeros en pagar las consecuencias y engrosar las bases de datos de las funerarias. Cabe señalar que se ha pasado de las sanciones del Parlamento Europeo a Austria en 2000 por la entrada de Jörg Haider en el gobierno, a tener mano ancha con Polonia y Hungría, establecer relaciones estrechas con Turquía de Erdogan, con la dictadura marroquí -financiando sus fechorías y sus flagrantes vulneraciones de  Derechos Humanos-, o a reconocer a la Guardia Costera libia como socio en la lucha contra la inmigración. Aunque Libia sea un Estado fallido.

Boris Johnson, Nigel Farage surgen como alternativas liberales; superando la necesidad de ofrecer un liberalismo de rostro humano (5), y con Francis Fukuyama desdiciéndose de que con la implantación del capitalismo terminó la historia (6). El auge del neoliberalismo autoritario emergió antes del Covid-19 y sabe jugar en este marco.

Incluso el derrotado Donald Trump, vendió muy cara su salida de la Casa Blanca y consiguió millones de votantes más que en su elección hace cuatro años. El ex presidente estadounidense, el Grupo de Visegrado, el FPÖ o el PVV comparten su adhesión al libre mercado, al integrismo religioso y la mano dura.  El ultraliberalismo en lo económico, la aporofobia, y la construcción del relato de la meritocracia, y sus postulados reaccionarios (7).

La ultraderecha pesca en el caladero de quienes han visto empeorar sus condiciones de vida con la globalización, con los partidos progresistas y de izquierdas absolutamente desbordados tanto en el relato como en el marco. Más ante la crisis sanitaria actual que fomenta la incertidumbre, el temor, y aumenta la brecha de la  desigualdad.

Hungría y Polonia son los ejemplos recientes de aprovechar la coyuntura y seguir con su proyecto, que no es otro que el de avanzar hacia un Estado policial que aplaste las resistencias y a quienes se defiendan de la pérdida de derechos. Porque el neoconservadurismo se halla en una fase de prescindir del diálogo y se muestra efectivo en extender el odio al adversario. Al fin y al cabo, el objetivo es esconder la pobreza porque de saberse se advertirá el fracaso del relato neoliberal (8).

Ante esta avalancha, el caldo de cultivo para que la extrema derecha logre y mantenga el poder  sigue presente. Con defender un falso proteccionismo, sacar la bandera de vez en cuando y defender un régimen que se sostiene -aunque sigue en decadencia -, sortean los vaivenes y logran réditos.

La fobocracia con la que Donatella Di Cesare se refiere al dominio del miedo (9) no ha aparecido durante el coronavirus, ya existía en todos los países de Europa en los que la extrema derecha cuando no gobierna directamente, impone su agenda.  Aunque resulta cierto que la Covid-19 ha extendido las versiones nacionalistas más autoritarias. Los neoconservadores apuestan por el Estado de Bienestar chovinista, en el que los ajenos se quedan fuera de su idea de patria, sociedad, ideal de vida en común… Con cada vez menos contrapesos. Sin duda la otra pandemia, con el drama añadido  de no contar con vacunas contra el autoritarismo neoliberal.

Por J. L. Torremocha y Yamani Eddoghmi.


(1) Christian Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo. Editorial Gedisa. Reedición 2015 (Barcelona). p.199.
(2) Naomi Klein, La doctrina del Shock. Editorial Paidós. 2007. p. 274.
(3) Naomi Klein, La doctrina del Shock. Editorial Paidós. p. 370.
(4) Naomi Klein, La doctrina del Shock. Editorial Paidós. p. 538.
(5) A.Guamán, A. Aragoneses, y S. Martín. Neofascismo. La Bestia neoliberal. Siglo XXI, Madrid (2019). p.63.
(6) A.Guamán, A. Aragoneses, y S. Martín. Neofascismo. La Bestia neoliberal. Siglo XXI, Madrid (2019). p.75.
(7) A.Guamán, A. Aragoneses, y S. Martín. Neofascismo. La Bestia neoliberal. Siglo XXI, Madrid (2019). págs.77-78.
(8) A.Guamán, A. Aragoneses, y S. Martín. Neofascismo. La Bestia neoliberal. Siglo XXI, Madrid (2019). págs. 110-112.


La concepción flácida del sistema estatal y la guerra cultural


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La doctrina del shock ante el nuevo paradigma