viernes. 29.03.2024

Amanece el día 13 en Chile y sus ciudadanos recorren con tristeza las calles calcinadas por el vandalismo que asoló a la ciudad en el día en que grandes movilizaciones inundaron las calles del país en una jornada de paro para exigir cambios radicales en el modelo de desarrollo económico, pero también en el modelo político que rige al país, prácticamente sin cambios sustantivos desde los tiempos de la dictadura militar.

Cabe preguntarse por qué, si han transcurrido tantos años en los que recibimos felicitaciones del mundo por, precisamente el “éxito” del modelo de desarrollo en curso, ahora parece derrumbarse como castillo de arena ante un estallido social que se acerca a cumplir un mes desde que se iniciara con el llamado a evasión de los jóvenes ante el incremento del valor del pasaje del metro de Santiago.

El modelo económico, que prometió beneficio a quienes trabajaran para el país, hoy les defrauda de una manera brutal y les envía directamente a la pobreza y a la necesidad de tener que vivir de la caridad de sus hijos o nietos

Tras la consigna Chile Despertó, las voces se aúnan para exigir los cambios, que parecían no estar presentes en ningún pliego y cuya urgencia nadie, del mundo político y empresarial parecía percibir.

Al respecto, pueden enunciarse múltiples razones pero, en mi opinión, se pueden verificar, de manera principal, en dos grandes áreas, el área económica que golpea severamente a capas cada vez más mayoritarias de la ciudadanía y el área política cuyo trasfondo resulta obvio si se toma en cuenta que han pasado ya casi 40 años desde que al país se le impusiera a sangre y fuego una Constitución, apenas reformada, que, aseguraba a la minoría privilegiada, el control total de la institucionalidad.

En efecto, las crisis estallan cuando el dinero escasea y no alcanza. En el caso chileno las regalías del modelo económico representaron, para muchos chilenos, cambios importantes en su manera de vivir y le permitieron acceder a bienes que generaciones anteriores nunca tuvieron posibilidad de obtener. La pobreza  tuvo también retrocesos importantes y, en general, el bienestar y confort de grandes masas que accedieron –las mas de las veces empleando el sistema crediticio– a bienes de consumo durables, creó la sensación de que definitivamente abandonaban los aciagos días de estrechez que les significaba su condición de marginalidad.

En todo ello, sin embargo, había una bomba de tiempo que terminó por explotar en la cara sin que se pudiera prever. En efecto, el modelo diseño un sistema de aporte provisional, a partir de los años 80, que se denomina ahorro previsional, el cual, en su fundamento, consiste en que cada trabajador acumula en una cuenta personal y en forma obligatoria un porcentaje de su remuneración para que dicho ahorro sustente su pensión de vejez en el futuro. El sistema acumuló dineros de forma extraordinaria en términos de su magnitud, los que pasaron a ser administrados por entidades financieras (AFP), en el supuesto de que ellas los harían rendir, de modo de asegurar buenas pensiones en el futuro. No da este artículo para explicar lo que, para ese sector, ha significado manejar a la fecha fondos que superan los 175 mil millones de dólares permitiendo, a quienes le administran, un poder sin igual en el manejo del sistema de capitales. Lo que importa señalar es que el sistema, por las razones que sea, no está en condiciones de pagar a la, cada vez más creciente, masa de pensionados una pensión que supere el 20 o 30% de lo que el trabajador percibió como ultima remuneración antes de acogerse al retiro.

No hay que explicar mucho lo que ello representa en materia de pérdida de ingresos y empobrecimiento para esas personas, que están ingresando a esa condición en forma masiva. En datos vigentes a febrero de este año, están pensionándose del orden de 15 mil personas cada mes, con pensiones promedio que no superan con su autofinanciamiento los 200 dólares mensuales. Como el problema era tan agudo la presidenta Bachelet, logró aprobar la creación de un fondo de apoyo solidario para mejorar las pensiones más bajas, garantizando que ellas no pueden ser inferiores a los 149 dólares.

El sistema de pensiones entonces, basado en el ahorro individualista, está llevando a la pobreza a todas las trabajadoras y trabajadores, que debieron ingresar a este sistema en los años 80 y que ya han completado 39 a 40 años de vida laboral. 

Esa realidad que golpea a un sector evidentemente vulnerable de nuestra sociedad, se viene incrementando exponencialmente y se agrava, en tanto la esperanza de vida ha venido aumentando en términos de longevidad.

El modelo económico, que prometió beneficio a quienes trabajaran para el país, hoy les defrauda de una manera brutal y les envía directamente a la pobreza y a la necesidad de tener que vivir de la caridad de sus hijos o nietos.

La segunda bomba de tiempo tiene que ver con la política y la forma en que esta se lleva a cabo. Es innegable que en todo el mundo la clase política ha perdido credibilidad. La mancomunación, tantas veces denunciada del dinero con los representantes políticos que acceden al poder mediante elecciones, ha alcanzado dramáticos y tristes niveles que hacen de la democracia representativa un verdadero sistema plutocrático de gobierno, permitiendo que todo tipo de abusos se cometan sin que exista fiscalización para ello.

En el caso chileno, el matrimonio dinero-política, se hizo evidente en los primeros años del segundo gobierno de la presidenta Bachelet. El escándalo, que primero afectó a los sectores de derecha, se extendió y dejó al descubierto verdaderas operaciones de financiamiento que, con justa razón despertó totalmente el sistema, con el agravante que los involucrados -algunos confesos- no recibieron sanción alguna por el defraudamiento y/o el cohecho percibido.

A lo anterior se suma la percepción de una desnutrición total en materia de convicciones ideológicas, que termina por confundir a la ciudadanía y percibir a la clase política como una casta privilegiada absolutamente ajena a las condiciones en que vive el resto de la población.

Con ambas espoletas liberadas era evidente que las esquirlas iban a diseminarse en una radio que algunos pensaban se podía controlar, sin embargo, la torpeza de un gobierno de derecha inepto y que había alcanzado el poder denostando al anterior, por ser incapaz de devolver el ritmo de aumento en el bienestar de las personas, terminó por sucumbir ante las expectativas creadas las que no solo defraudó, sino que, además, bromeó con ellas sembrando la ira de los ciudadanos que percibieron en sus declaraciones irónicas la total indolencia de su dirigencia política -personificada en un presidente empresario y multimillonario-, con respecto al sufrimiento que significaba el trámite cotidiano de la vida común.

Lo que viene ahora no es sencillo, el vandalismo y la violencia han tomado un rol protagónico y muchos de los manifestantes jóvenes creen que es la forma de hacerse escuchar y que de esta manera han logrado un cambio, pateando el tablero, porque ya no interesa participar en un juego en el que siempre se pierde.

Los liderazgos en condiciones de estallido social son complejos y muy difíciles de asumir, pero lo que hasta ahora hemos visto de parte del gobierno de derecha y del propio Presidente Piñera es una lección de cómo no deben hacerse las cosas en momentos de crisis. Su actuación dubitativa y a destiempo de los acontecimientos ha demostrado que el país puede quizás, contar con un buen gerente ejecutivo, pero para nada con un estadista gobernante que sea capaz de orientar y dar solución a un movimiento social que de una forma u otra se ha empoderado y que no quiere volver a sus casas hasta no obtener lo que espera; cambios sociales, económicos y políticos. Chile despertó y será difícil hacerlo dormir nuevamente.  


Fernando Morales A. | Corporación Diálogos Creativos

La crisis chilena