viernes. 19.04.2024
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Foto: weforum.org

El 1% más rico del mundo no está preocupado por ser contagiado por la COVID-19, para ello cuentan con mecanismos efectivos de protección, proporcionados nada menos que por la propiedad del 80 % de la riqueza que se ha generado en la orbe. A este 1% no les preocupa el confinamiento, pues desde hace tiempo están plácidamente confinados en una vida de lujo y comodidades, que el 99% de la población no tenemos. Este 1% que vive de manera extraordinaria. ¿Qué le preocupa?, nada menos que la tasa de reproducción de su capital para los próximos años este comprometida, pues la recuperación no es de corto plazo. ¿En que se ocupan? En identificar y asegurar que desde los Estados, es decir del dinero público, se aseguren los mayores recursos para mitigar el descenso de la tasa ganancia.

El resto, es decir el 99%, el que posee el 20% de la riqueza del mundo, no es muy homogéneo que digamos. En este segmento la riqueza también está concentrada en manos de un pequeño grupo, de tal manera que la mayoría somos que trabajamos en este mundo. Así que las trabajadoras y los trabajadores sí que estamos expuestos al virus de múltiples maneras. Enfrentamos unos cuantos problemas, empezando por la protección de los Estados, que en la mayoría de los casos privilegia la “estabilidad económica”, una frase retorica para indicar la prevalencia de los intereses del 1 %; retrasando la implementación de medidas o relajándolas antes o después; además de lidiar con sistemas públicos precarios o sistemas privados voraces.

La mayor parte de los que estamos en el 99% vivimos la cuarentena con salarios reducidos o saliendo cada día a buscar la base para el sustento

La mayor parte de los que estamos en el 99% vivimos la cuarentena con salarios reducidos o saliendo cada día a buscar la base para el sustento. Llevamos semanas hacinadas en pequeños hábitat, sin agua potable constante o instalaciones de saneamiento adecuadas, entre otras situaciones. Las realidades van a variar de país en país y serán más profundas, como lo sean los indicadores de desigualdad en una sociedad y que usualmente son inversamente proporcionales a la generación de riqueza, es decir mayor riqueza nacional, se refleja en mayor desigualdad.

Desde el enfoque reducido al aspecto biológico, la COVID-19 no hace diferencias entre los seres humanos, ya que puede convertir a huésped a cualquiera en este planeta, en consecuencia las medidas que proponen se limitan a este ámbito, por ejemplo conseguir una vacuna en el menor tiempo posible, a la que por supuesto tendrán acceso expreso los que tengan más recursos.

En el marco del pensamiento crítico latinoamericano se ha consolidado un movimiento político, social y científico denominado salud colectiva, que asume un enfoque dialéctico, alternativo, contrahegemónico y emancipador, del proceso salud-enfermedad-atención, y en este marco ha evidenciado la existencia de un “determinante social” en esta relación. En palabras de María Rita Bertolozzi y Mónica Cecilia De la Torre “se entiende que el vivir, el enfermar, el recuperarse y el morir se constituyen como producto de la organización de la sociedad, de la estructura de los grupos sociales y, por consiguiente, de la inserción de los sujetos en la sociedad, de la accesibilidad a la salud y a la vida de calidad”.

Desde la perspectiva de la salud colectiva, se puede sostener que esta pandemia tiene una dimensión de clase, por lo tanto no somos iguales ante la COVID-19. Quienes mueren son los trabajadores y las trabajadoras y a quienes se les imponen sacrificios, es decir las consecuencias económicas y sociales es a quienes trabajamos.

¿Somos iguales ante la COVID-19?